Siempre
hubo ventanas en los lugares donde vivía, ojos al mundo que estaba allí fuera, con
cielos de colores y hojas nuevas cada primavera y aquellas que caían y dormían cada
invierno.
Cuando todavía
era poco consciente, dentro del taca - taca se pasaba largas horas mirando
desde abajo al gran ventanal del salón, sus manitas tocaban el frío cristal y
sus ojos se abrían grandes a todo aquello que había allí fuera.
Grandes
nubes blancas de algodón que viajaban por aquellas sendas azules y a quienes
hablaba en ese idioma que los más
pequeños hablan y solo los seres mágicos y unos pocos entienden.
En ocasiones el viento se colaba por las rendijas, empujaba las nubes y movía aquellas grandes cosas colgadas en las casas de enfrente, haciéndolas
bailar.
Ahora el
tiempo había pasado muy rápido, después vinieron un triciclo, la bici, el
colegio, y mirar desde la calle aquel ventanal donde había sido tan feliz.
La ventana
junto a la que estudiaba era más pequeña,
algo más triste desde que ya solo eran dos en la casa: su madre se había ido
sin avisar y ya no había vuelta atrás.
Desde
entonces no era tan divertido mirar por la ventana si no había alguien que
llamara para que regresara de donde estaba. Después llegó el instituto, las
maletas, otras ventanas entre semana y
los semestres de universidad.
Ahora la
puerta de aquella casa tan sólo estaba abierta cuando alguien entraba o salía,
su padre vivía en las calles y en otros lugares que nunca pisaría.
La puerta
del balcón ya nunca se abría y sus visitas eran casi las del médico, todo
limpio pero impersonal y ya no tenía el calor del hogar.
Alguna vez
intentó mirar por otras ventanas, buscando la magia y llamando a aquellos
amigos de la infancia de los primeros años, pero no lograba encontrarlos.
Primer
trabajo, amores de juventud, fines de semana en la playa o en alguna ciudad del
sur. Susurros después de media botella de champán, suspiros de placer tras un día
largo y duro en la jungla que se extendía fuera.
Un piso
compartido, sueños de niñez que se cuelan en el descanso diario, decisiones que
vencieron el miedo y caen como lluvia después de un año seco.
Llegó el
verano, las vacaciones, y aquella ventana que tanto atormentaba sus sueños. Aquellos
días de agosto lo reconciliaron con ella. Los cristales se habían roto una
noche por una insospechada tormenta.
Su padre
compró cristales de colores, y parte de la ventana la convirtieron en una
vidriera. Pieza a pieza conversaron y se volvieron a encontrar, hablando hasta
de la ausente madre que ignoraban donde habría ido a parar.
Ahora la
luz de aquella ventana trasmitía colores, calidez y las musas regresaron acariciando su cabeza
como lo hacían sus amigos cuando era un pequeño infante.
Regresó al
hogar, a los planes que una vez escribió y dibujo en una carpeta que lo
esperaba en el primer cajón de su escritorio. Los cielos grises sobre su cabeza
volvieron fuera. Volvió la magia y alguien le susurró.
Bienvenido…
Imagenes propias, bajo la misma licencia que el blog.
Cuanta magia.
ResponderEliminarhay días que hace falta un poquito de ella, una sonrisa siempre sienta bien. un saludo Pedro.
EliminarMe ha dejado encantada. Gracias.
ResponderEliminarme alegra presentación que tengas un bonito Jueves, Viernes... y los que siguen.
EliminarEl hogar, aunque a veces parezca que es una prisión, siempre se echa de menos cuando se está lejos.
ResponderEliminarSaludos
Muy cierto Carmen y la experiencia es la que lo enseña. un abrazo.
EliminarPrecioso, Leonor.
ResponderEliminarGracias Len :)
EliminarMagia, magia, magia.
ResponderEliminarGracias Sota. :) gracias, gracias.
EliminarComo dice Sota ,magia.
ResponderEliminarGracias Juan, y que no falte nunca esa magia en nuestras vidas. buen finde.
EliminarToca los recuerdos. Eso no es nada fácil.
ResponderEliminares gratificante saber que llega tanto y que gusta, un saludo Tolo.
EliminarEso es realismo mágico: precioso.
ResponderEliminarLo es, es uno de los géneros que mas me gusta. un saludo y buena semana Merit.
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