Pronto llovería. El humo de los hogares resbalaba
pegándose al suelo, pesado, cabizbajo. Alzó los ojos entornados. Aún la corteza
de los árboles era suave, se tenían las hojas en las ramas. El viento estaba
cambiando, podía sentirlo. Sólo un soplo, sólo un dedo fresco, sólo un olor
marchito. Era el mensajero del otoño y no tenía misericordia. La rueda del año.
Vio como llegaban las nubes del oeste. Se arrastraban
por el suelo sin un ruido, expertas cazadoras. Luego se levantaron poderosas:
henchidas de tormenta, negras, enormes, sonando sus tambores. Bajo ellas dejaban
una humedad fría, el soplo del viento que ya no perdona, una tenaz bruma
blanca. La niebla de cuando caen las hojas, y todo se va a dormir.
Inexorablemente.
Olió algo distinto. Un tono verde, cálido, que se
abría paso. Sauce, vapor, pino, limpio. Con el olor vio la silueta de Pájaro
Gris, casi a su lado. Lo saludó y se vio obligado a responder al saludo. Pájaro
Gris llevaba sus plumas en la mano y el cabello sin trenzar, sin duda venía de
la Poza Caliente. Antes de haber pensado mucho ya había aceptado su invitación
a comer juntos cuando cayera la noche. En su tienda.
Había aceptado. De modo que debía buscar un presente
menor, un detalle para llevar. Estaba mejor solo, pero ya no tenía opciones.
Cruzó el poblado listo para oír, rebuscando en su mente. Pájaro Gris era un
pájaro de cuidado. No tan viejo como para ser su propio padre, ni tan joven
como para ser un camarada. Nadie hablaba mal de él. Tampoco sabían bien en qué
lugar colocarlo. Como la niebla, pensó. Hoy la niebla sigue mi rastro.
No había más que hacer. Empleó su tiempo
aseándose y cambiando de ropas, sin saber por qué. Nada estaba ni tan sucio ni
tan polvoriento. Más tarde la noche cayó con un suspiro que levantó la niebla,
y pudo ver alzarse la luna blanca, redonda como un escudo: silenciosa,
vigilante, a la misma vez que el cansado sol pálido se desangraba sobre las
colinas del oeste.
Pájaro Gris lo esperaba en pie, fuera de su tienda. Un
honor inmerecido, pensó. Un honor entre iguales. Lobo de Bruma era muy alto
entre los hombres del poblado, de modo que se había acostumbrado a exagerar sus
inclinaciones de cabeza. Por si no se veían. Por si parecían lo que no era.
Para que no lo consideraran maleducado, distinto, descortés.
Había cazado un ciervo. Había visto la niebla. La
bruma del olvido, la que cura todas las heridas. La puerta a través de la cual
partir con honor, con el deber cumplido. Deteniendo para siempre la Rueda del
Año. A salvo de todo. Todavía joven. Todavía hermoso, digno de cantos ante los
fuegos de muchos campamentos. Se avergonzó de sí mismo y de sus pensamientos.
Tomó asiento donde su anfitrión le indicó, tras dar
las gracias. No era una gran tienda. Por eso parecía mayor, buena piel blanca,
desnudez ordenada, espacio.
Estaban solos. Una conversación privada entre
guerreros. Haciendo como que no miraba mucho observó el agujero del fuego
tapado con ramas. Nadie les serviría. Y sin observar, dejando vagar la mirada,
vio un telar de cintura en el estrado de pieles donde hubiera debido estar
sentada la Mujer de la Casa. Era un tejido elaborado que atrapaba los ojos.
Allí estaban arriba los antepasados y las antepasadas, y debajo un borde azul
de cielo y el poste de un tipi que conectaba ambos mundos. Más abajo había una
pradera, montañas, mujeres y hombres mortales haciendo sus faenas. Y una
fiesta. Lo que hubiera debajo estaba aún sin tejer, con los ovillos preparados
y la lanzadera de hueso inmóvil.
El telar lo desasosegó. En cierto modo: también ejercía sobre Lobo de Bruma una fascinación hipnótica. Contó con
modestia como había cazado al ciervo, Pájaro Gris había preguntado. Y le sonreía,
mientras destapaba el agujero del suelo y le tendía conejo asado con muchas
hierbas. Estaba delicioso, dijo, dando las gracias. Comieron juntos, sin prisa.
La carne y un cuenco de las últimas frutas de un verano tardío. Era un
banquete, pensó Lobo de Bruma. Aunque fuera para dos.
-He estado media luna en las montañas
-Eso he oído, Pájaro Gris. Buscando remedios y
hierbas sagradas para el invierno.
-También. Mujer Búfalo Blanco me honra con su
confianza, dejando que vaya a donde sus ancianos pies ya no llegan.
-Es un honor para ti.
-Y un trabajo minucioso. Yo no soy un hechicero.
-Dicen que sí lo eres.
-Si es por los conejos y las hierbas, tal vez.
Lobo de Bruma nunca estaba muy seguro de si Pájaro
Gris decía la verdad tal y como es, o la decía bromeando. Su tribu no solía
bromear. Pero en cada tribu hay mucha gente, y cada quien es cada cual. Mejor
curarse en salud.
-¿Por qué me has invitado?
-Porque tuve una visión, un mensaje de los
antepasados que darte.
Lo dejó solo. Pájaro Gris recogió los huesos y los
cuencos, y salió disculpándose con un gesto que significaba ‘vuelvo enseguida’.
Otra vez sus ojos regresaron al telar inacabado. Estaban las praderas, las
montañas, los antepasados, pero no una gran cacería. Tal vez aún no había sido
tejida. Quizá se escondía en los ovillos tintados y esperaba las manos que
movieran la lanzadera. O quizá la tejedora no había visto nada más. Ni el
atronador sonido de los búfalos, ni el viento que mece el mar verde, ni ningún
futuro. Miró el poste del tipi que conectaba los mundos, tejido con mano dulce
y sabia. Pájaro Gris ya había vuelto y se estaba sentando, cargando su pipa
personal.
-¿Te parece un buen tejido?
-Me parece hermoso y triste.
-Es un tapiz bien hecho. Los ojos que lo miran son
los tuyos.
-Dicen que las mujeres sabias tejen el pasado y el
futuro, Pájaro Gris.
-Las mujeres sabias tejen lo que fue, y lo que es. Y
dejan a los hombres, sabios o necios, leer los tapices y acertar. O
equivocarse. Hacer un nudo más o cortar la hebra.
-¿Qué te dijeron los antepasados de mí?
Le tendió la pipa encendida, ofreciéndole la primera
calada. Lobo de Bruma aceptó. Inhaló profundamente, a la vez agradecido por la
amabilidad de su anfitrión y rogando ser capaz de aceptar una visión. Una
distinta. Una que no fuera suya. Dicen que los lobos son el pueblo solitario.
No aceptan opiniones. Ninguna, si no les complace. Por eso aúllan a la luna,
malhumorados, persiguiendo su propia sombra.
-Me dijeron que en tu alma alimentas el deseo de
rendirte. Puedo contártelo tal y como fue la visión –Lobo gris fumó en su
turno- Pero me parece bastante el mensaje.
-¿Es un reproche?
-Nadie tiene derecho a reprochar a
nadie cómo vive su vida, Lobo de Bruma. Es una visión. Te he invitado como
guerrero, de igual a igual. Y así nos separaremos cuando termine nuestra
charla.
-¿Y si te pidiera un consejo, Pájaro Gris?
-Quien da un consejo acepta una carga.
-¿Y si te lo pido?
Pájaro Gris sonrió a medias.
-Eso también estaba en la visión. Y no te gustará.
-Puedo soportarlo.
-Puedes soportar lo que se te ordena mejor que lo
que tú mismo sabes, Lobo de Bruma. Lo has pedido, lo concedo. Antes de que
amanezca, en silencio y sin explicaciones, sin armas, sin agua ni comida. Sube
a las montañas durante siete soles, y pregúntate a ti mismo. Levantaremos
campamento el séptimo sol. Si no has regresado, te contaremos y te lloraremos
entre los muertos.
-¿Nada más?
-Nada más.
Cuando la niebla se levantó con el alba del séptimo
sol, Lobo de Bruma estaba. Flaco, cansado y perdido en sí mismo, pero estaba.
Las preguntas, si acaso las había, podían esperar.
Dedicado a Amaiur, sin cuyo respeto por el amplio
territorio de mi espacio privado sería duro vivir, y a Elessar Telcontar por
su leal generosidad. Los relatos necesitan apoyo, tiempo y comprensión.
Imagen: Wikimedia Commons.
Que asi sea :)
ResponderEliminarEs de bien nacidos agradecer las gentilezas que nos conceden, porque no son un derecho, sino un don que se nos regala. Con esfuerzo.
EliminarMuchas gracias compadre, de no ser por vos a saber donde andaría yo a estas alturas de mi vida :)
ResponderEliminarExactamente donde estáis. Pero reconoced que os habríais perdido algunas aventuras y os habríais divertido menos. XDD
EliminarNo me cabe la menor duda de ello, compadre xD
ResponderEliminarEn tal caso, todo está bien y es honorable y correcto.
ResponderEliminarMe encantan las "de indios". Todas. Hasta las que dan mucho que pensar, como esta.
ResponderEliminarMe alegro de que seas fan de 'las de indios', también yo lo soy. De la buena literatura sobre el tema, y las grandes películas (pocas) que han tratado lo mismo. Muchas gracias por tu comentario, Migue.
EliminarMuy bueno.
ResponderEliminarGracias, Sebastian...¿Tú también eres aficionado a 'las de indios?'
EliminarA mí me engancharon las de indios con una peli antigua que se titulaba Soldado Azul. Y este relato también me ha enganchado, lo he disfrutado mucho.
ResponderEliminarEsa película la vi yo, hace mucho tiempo, y desde luego que me...impactó, diría, más que engancharme. Gracias por tu comentario, Chelo.
EliminarPica, porque los recuerdos infantiles son punzantes. Me ha encantado tu doble dedicatoria, Thorongil. Sí que es de bien nacidos agradecer.
ResponderEliminarQuien escribe siempre ha de agradecer, puesto que no puede crear de la nada. Gracias, Fearn.
EliminarTiene algo de...majestuosa sencillez, que atrapa. Enhorabuena.
ResponderEliminarHonestamente, el comentario me ha parecido muy halagador, y a nadie le amarga un dulce.Muchas gracias, Ana.
EliminarTotalmente de acuerdo con Ana. Majestad sencilla, solemne y cotidiano. Sin explicaciones.
ResponderEliminarIgual no sólo jugué mucho a indios de peque y leí mucho de adulto, sino que aprendí algo XD
EliminarCon lo que me gustan las de indios a mi. Genail.
ResponderEliminarY a mí. Se ha notado, ¿No? XD
EliminarQué buena es.
ResponderEliminarGracias, Sota. Me alegro de que te guste.
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