Seguro que habéis oído nombrar
el sitio. Villava, a tres tiros de bombarda antes de Pamplona. Sí, donde nació
Induráin el ciclista. Allí corre un río, y sobre él se acomoda una ermita, La Trinidad de Arre. Junto
a ella, el albergue de peregrinos. También hay en el pueblo una casa de
comidas, que al menos en verano ofrece cena tempranera (antes de que el sol se
ponga) a caminantes, por un precio digamos muy caritativo.
Si alguno es tan devoto de
Tolkien como yo, el lugar resulta impagable. Largas y bastas mesas de madera, largos
bancos, y por techo una cúpula de árboles a través de la cual se filtra el sol
y vuelve la luz verde, fresca, cambiante, mágica, o irreal.
En la mesa estaba una de las
criaturas que ni el mismo Tolkien hubiera soñado. Era peregrino. Vestía a
retazos un poco al estilo de Ernesto, alias Che Guevara, otro tanto de monje
huido de convento, y lo demás era mucho hurgar en mercadillos. Antes de que
trajeran las jarras de vino peleón, a jarra por cada cuatro comensales (o sea,
para beber poco y que no haya pendencias) el paisano llevaba ya entre pecho y
espalda la escritura de siete viñedos. Pero era un pícaro simpático. Casi me
recordaba al personaje de Salvatore en El nombre de la rosa, porque hablaba mil
lenguas, y ninguna. Puede que yo sea bastante malo, sin duda. Pero el pícaro
simpático siempre es peligroso. A nadie ofendía. Ni a mujeres ni a hombres;
contaba sus cosas de peregrino, comía y bebía tras haber conseguido que lo
invitaran. No fumaba. Era pulcro, educado, perfectamente encantador.
Yo comí poco. Porque soy de
poco comer y porque si bien soy omnívoro, como todo humano, no me gusta la
carne. Lo miraba. Y como también bebía
del brebaje común, no sabía ya si soñaba o atinaba. Una pena, suele saberse
tarde. El menda estaba vivo, bien vivo y coleando, a juzgar por lo que tragaba
y bebía; sin embargo, por alguna razón, me parecía un muerto. Alguna vez se
había perdido en el Camino, y ahora lo repetía eternamente, como un buen
pícaro. No quería cruzar con él la mirada: pícaro descubierto, pícaro
peligroso. El sol ya bajaba, y ya el techo de hojas se oscurecía y tomaba una
apariencia remota. Como el postre era cuajada y no puedo comer eso, me despedí
entre muchos buenos deseos y sonrisas. La luz se iba, soplaba un aire frío, y el
agua bajo el puente traía ecos inquietantes.
A la mañana siguiente el Pícaro
Peregrino ya no estaba, y faltaban muchas cosas que se llevó. Nunca volví a
coincidir con él. Tampoco sé cómo se llamaba.
Imagen: Wikimedia Commons.
Vaya pájaro.
ResponderEliminarEso pensé al principio. Pero no estoy ta seguro. En cierta manera cumplía su rol: enseñarte, muy al comienzo, lecciones valiosas.Yo no iba ni a ducharme sin la bolsa impermeable con todo dentro, y me creía malvado desconfiado. Otros lo aprendieron de otras maneras. El Pícaro cumplía, digamos, su papel.
ResponderEliminarVisto asi...
ResponderEliminarCreo que era mejor verlo así,Presentación. El pícaro se parece a esas casillas-trampa del juego de la Oca. Cuando juegas, sabes que están ahí y que se puede caer en ellas.No vale quejarse si no haces caso de lo posible. Gracias por tu comentario.
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