Un jardín entre líneas (I)






No le interesaba. Le caía mal. Casi siempre. Y no tenía ni la menor idea de por qué, dejando aparte que la desconcertaba. No era el mejor momento en su vida para aguantar desconciertos.

No se vive del arte. Ni de exponer en bares de amigos, presentarse a concursos, dar recitales de poesía en mercadillos o buscar mecenas. Cuando creyó haberse dado cuenta de eso terminó la relación con otro artista. ‘Nunca te líes con un rival’, le habían dicho sus amigas. Y cambió su deseo de hacer una tesis sobre un tema apasionante por uno aburrido y tedioso que daba asco, pero tenía salida. Si una catedrática está cerca de jubilarse y a punto de que cierre su seminario por falta de alumnos, una doctoranda es un milagro. Hay que mimarla. 

Le fue mucho mejor. Cambió los mercadillos por un par de recitales de poemas en una radio local, publicó algo y vendió varios cuadros en una galería modesta, pero de verdad.

A cambio, entre otras cosas, se dejaba los ojos sobre legajos de testamentos, alquileres, cuentas y registros parroquiales de pintores menores del siglo XVIII, todos de la provincia. ‘Nadie lee las tesis’, le dijeron sus amigas. ‘Tú a lo tuyo. Y no te vayas a liar con un becario, nunca pagará una cuenta’.

El becario era interesante. Resultó ser otro tipo de rival y jamás pagó ni medio recibo de la luz, de modo que tras sopesar pros y contras lo envió al baúl de los recuerdos. Ganó un accésit de poesía y vendió más cuadros, renovó su armario y se mudó de un estudio interior a un apartamento soleado.

Cuando llegó al archivo por primera vez llovía y hacía el mismo frío que en una morgue. ‘Pídele lo que necesites a Torres’ le dijo el conserje, señalando los ventanales antes de largarse camino de su mostrador arriba, con calefacción central.

Tras los cristales y los regueros de lluvia vio a  Torres. El jardinero, imaginó. Trabajaba como si no diluviara, envuelto en un largo impermeable con capucha.

Le cayó mal, aunque le trajo una estufa halógena y un café buenísimo. La observaba desapasionadamente. Era demasiado educado, demasiado antiguo, siempre de usted. Estaba aburrida, un poco sola, no segura del todo de haber tomado decisiones inteligentes. Decidió ignorarlo. Tampoco le parecía un jardinero. Un tipo raro. En todos los sótanos hay un tipo raro.

Cuando pasó el invierno estaba a punto de explotar. Descubrió entonces que Torres escuchaba muy bien, con pocos comentarios, sin consejos. O entendía perfectamente de qué le hablaba ella, o era un actor como la copa de un pino. Fue poniéndole pequeñas trampas. Entendía de todo, el jardinero. Una tarde de primavera de esas en que la soledad se lleva aún peor aceptó que la invitara a cenar y a dar una vuelta. El otro Torres también tenía su uniforme. Lo que cabría esperar en cualquier profesor de edad indefinida, no en un jardinero. Él pagó la cuenta, dejó propina, y ella tuvo que reconocer que lo había pasado muy bien. ‘Porque has estado horas hablando de ti misma y de tus cocos sin que te interrumpieran’, le dijeron sus amigas. ‘No te vayas a liar con un divorciado que planta flores’.

El lunes vio que el archivo estaba rodeado de bomberos y ambulancias, hasta por los de la prensa local. Le prohibieron el acceso, no era seguro. El conserje le dijo que Torres no era exactamente el jardinero, porque no cobraba. Era un catedrático, o lo había sido en el extranjero. Le gustaban las plantas, y había adecentado él sólo buena parte de los incultos jardines del archivo, que antes daban pena.

Debía haber sido el laboratorio, insistió el conserje. Torres hacía cosas con plantas, mezclas, esencias, no lo sabía bien. Licores, decían otros dándose  con el codo.

Le miró, de repente preocupada de veras.
-¿Qué le ha pasado?

-Nada, porque no está. O no lo han encontrado ni los perros de la policía. Y estaba, lo vi llegar a las siete y media como siempre, como un reloj.



Imagen: 'El Faro de Vigo', julio 2013.

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Comentarios

  1. Me gusta. Le dais a todos los generos ya veo jajaja

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  2. Para mí personalmente es bastante innovador, pero hay que salirse de los sitios donde se está cómodo: resulta terapéutico XDD.

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  3. Historias de archivos y archiveros... Creo que me suenan bastante porque los frecuento mucho, ejeje. Allí te encuentras de todo: desde el profesor que te mira por encima del hombro hasta el investigador más atento y dadivoso (aunque de estos escasean).
    Un beso

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  4. Gracias, Carmen. Es verdad eso de que en todos los sótanos hay (al menos) un tipo raro XDD...

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  5. Gracias, Andrés. Me alegra que te guste.

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