No le interesaba. Le caía mal. Casi siempre. Y no
tenía ni la menor idea de por qué, dejando aparte que la desconcertaba. No era
el mejor momento en su vida para aguantar desconciertos.
No se vive del arte. Ni de exponer en bares de
amigos, presentarse a concursos, dar recitales de poesía en mercadillos o
buscar mecenas. Cuando creyó haberse dado cuenta de eso terminó la relación con
otro artista. ‘Nunca te líes con un rival’, le habían dicho sus amigas. Y
cambió su deseo de hacer una tesis sobre un tema apasionante por uno aburrido y
tedioso que daba asco, pero tenía salida. Si una catedrática está cerca de
jubilarse y a punto de que cierre su seminario por falta de alumnos, una doctoranda
es un milagro. Hay que mimarla.
Le fue mucho mejor. Cambió los mercadillos por
un par de recitales de poemas en una radio local, publicó algo y vendió varios
cuadros en una galería modesta, pero de verdad.
A cambio, entre otras cosas, se dejaba los ojos
sobre legajos de testamentos, alquileres, cuentas y registros parroquiales de pintores menores del siglo XVIII, todos de la provincia. ‘Nadie lee las
tesis’, le dijeron sus amigas. ‘Tú a lo tuyo. Y no te vayas a liar con un
becario, nunca pagará una cuenta’.
El becario era interesante. Resultó ser otro tipo de
rival y jamás pagó ni medio recibo de la luz, de modo que tras sopesar pros y
contras lo envió al baúl de los recuerdos. Ganó un accésit de poesía y vendió
más cuadros, renovó su armario y se mudó de un estudio interior a un
apartamento soleado.
Cuando llegó al archivo por primera vez llovía y
hacía el mismo frío que en una morgue. ‘Pídele lo que necesites a Torres’ le
dijo el conserje, señalando los ventanales antes de largarse camino de su mostrador
arriba, con calefacción central.
Tras los cristales y los regueros de lluvia vio
a Torres. El jardinero, imaginó.
Trabajaba como si no diluviara, envuelto en un largo impermeable con capucha.
Le cayó mal, aunque le trajo una estufa halógena y
un café buenísimo. La observaba desapasionadamente. Era demasiado educado,
demasiado antiguo, siempre de usted. Estaba aburrida, un poco sola, no segura
del todo de haber tomado decisiones inteligentes. Decidió ignorarlo. Tampoco le
parecía un jardinero. Un tipo raro. En todos los sótanos hay un tipo raro.
Cuando pasó el invierno estaba a punto de explotar.
Descubrió entonces que Torres escuchaba muy bien, con pocos comentarios, sin
consejos. O entendía perfectamente de qué le hablaba ella, o era un actor como
la copa de un pino. Fue poniéndole pequeñas trampas. Entendía de todo, el
jardinero. Una tarde de primavera de esas en que la soledad se lleva aún peor
aceptó que la invitara a cenar y a dar una vuelta. El otro Torres también tenía
su uniforme. Lo que cabría esperar en cualquier profesor de edad indefinida, no
en un jardinero. Él pagó la cuenta, dejó propina, y ella tuvo que reconocer que
lo había pasado muy bien. ‘Porque has estado horas hablando de ti misma y de
tus cocos sin que te interrumpieran’, le dijeron sus amigas. ‘No te vayas a
liar con un divorciado que planta flores’.
El lunes vio que el archivo estaba rodeado de bomberos y ambulancias, hasta por los de la prensa local. Le prohibieron el acceso,
no era seguro. El conserje le dijo que Torres no era exactamente el jardinero,
porque no cobraba. Era un catedrático, o lo había sido en el extranjero. Le
gustaban las plantas, y había adecentado él sólo buena parte de los incultos
jardines del archivo, que antes daban pena.
Debía haber sido el laboratorio, insistió el
conserje. Torres hacía cosas con plantas, mezclas, esencias, no lo sabía
bien. Licores, decían otros dándose con
el codo.
Le miró, de repente preocupada de veras.
-¿Qué le ha pasado?
-Nada, porque no está. O no lo han encontrado ni los
perros de la policía. Y estaba, lo vi llegar a las siete y media como siempre,
como un reloj.
Me gusta. Le dais a todos los generos ya veo jajaja
ResponderEliminarPara mí personalmente es bastante innovador, pero hay que salirse de los sitios donde se está cómodo: resulta terapéutico XDD.
ResponderEliminarHistorias de archivos y archiveros... Creo que me suenan bastante porque los frecuento mucho, ejeje. Allí te encuentras de todo: desde el profesor que te mira por encima del hombro hasta el investigador más atento y dadivoso (aunque de estos escasean).
ResponderEliminarUn beso
Gracias, Carmen. Es verdad eso de que en todos los sótanos hay (al menos) un tipo raro XDD...
ResponderEliminarBueno, bueno de verdad.
ResponderEliminarGracias, Andrés. Me alegra que te guste.
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