Lo llamamos ‘comida rápida’, pero lo que en realidad
queremos decir es que se trata de comidas que no hemos cocinado nosotros en
casa. Nada nuevo. Todo lo contrario.
Hoy creemos que para vivir en un hogar ante todo son
necesarias tres cosas. Por orden. Una cocina, un baño, una cama. Ya hemos
olvidado que un hogar era un techo bajo el cual se cobija una familia y puede
cerrar la puerta. Nada más.
En la Roma del siglo II de nuestra era, estar
‘empadronado’ daba derecho a ración diaria de pan y vino a los miembros de cada
familia. El desarrollo urbano de una capital imperial había convertido las
siete colinas en un terreno tan codiciado como puede serlo hoy Tokio o
Manhattan. Y, por supuesto, encontraron mucho antes la misma solución. Crecer
en altura. Alquilar.
Le llamaban ‘insulae’. Islas. Eran grandes bloques
de apartamentos y comercios situados estratégicamente, propiedad de un
empresario-constructor. Se parecían, a su manera, a las casas de fines del
siglo XIX e inicios del XX que con suerte podemos ver aún en nuestras ciudades.
Abajo, talleres artesanos y comercios. Una planta principal, la más cara, para
la familia propietaria de los negocios de abajo en subarriendo. Cuanto más
arriba, espacios más pequeños y más oscuros. Hasta llegar a ras de azotea, cubículos.
Augusto había prohibido mucho antes que las insulae superaran las seis alturas.
En cierta manera uno no sabe si sonreír o no. Te lo juran los bomberos, hoy:
por encima de siete plantas, nadie puede garantizar nada. Aquellas seis plantas
eran de adobe barato y de madera de tercer uso.
No había cocinas a partir de la planta principal de
las insulae. Ni agua corriente. Ni letrinas. Sobre todo, cocinar estaba
prohibido completamente, bajo pena de muy severa multa. Para un hombre que
sobrevivía, una multa podía llegar a convertirlo en esclavo si no podía
pagarla. Estaba prohibido. Sin más.
¿Dónde comían, entonces? ¿Dónde bebían? ¿Dónde
acababan sus heces domésticas?
En las insulae había un patio comunal. Con letrinas.
Acababan siendo abono. Cerca de cada esquina había una fuente pública surtida
por acueductos. Quedaba subir seis plantas con agua para beber, sólo para eso.
Las lavanderías eran muy baratas, como los baños públicos populares. Y casi (un casi que rondaba el 90 %) podía
comer comida rápida, no cocinada en casa, y aun así ganar un salario y que le
sobrara un poco.
Comida para llevar. Ya tenías el trigo (para hacer
tu pan, para revenderlo, atesorarlo, cambiar tanto por tantos panes, hacer
negocios). Tenías tu vino. El hombre tenía un trabajo, o buscaba muchos
esporádicos. La esposa podía tener un huertecillo fuera, el resto de un legado.
Vendía. O se acomodaba a trabajos como tejedora, tintorera. O podía dar con un
golpe de suerte. Sin duda hubo de todo, menos cocina. Hemos encontrado insulae
cavando. Es significativo lo hallado en ellas, normalmente tras uno de los
miles de incendios. Lámparas, ánforas (‘hidrias’) para agua, objetos
personales. Nunca nada que indique una cocina. Ni fuegos, ni ollas, ni
trébedes, ni instrumentos. Nada.
Se nos suele olvidar que para quienes rediseñaron
las ciudades medievales Roma era el Paraíso Perdido. Leían. Eran monjes. Eran
eruditos, eso no es discutible en su mundo. Todos se sentían exiliados,
traicionados, cercados. Pero, tercos, se empeñaban. La ciudad medieval suele
ser una mezcla. Al inicio eran iguales, los moradores y los que venían. Luego
la balanza se inclinó.
En la ciudad medieval también estaba prohibido
cocinar. Al menos lo estaba en la inmensa mayoría territorial del islam, y por
las mismas razones que tuvieron los paganos romanos. Incendios.
Nos habituamos. A comer comida no cocinada en casa.
Al final, hasta a eso que llamamos cattering. Tampoco nos parecería tan raro.
Empanadas. Tortas (más o menos, como una pizza). Carne en pan (una hamburguesa).
Obleas (talos, o tortillas, o filloas, o más de lo mismo) rellenos de…
¿Por qué lo sabemos, en lo relativo a la Edad Media?
Porque, como en Roma, en el medio urbano barato no hay ningún registro
arqueológico que asocie cocina como
resto real ni utensilios con personas del común, como entonces se llamaba.
No hay ajuares, platos, calderos. No había cocinas. No las había. La gente vivía en la calle. Iba
a la letrina, se bañaba, hacía negocios, en la calle. Y antes de ponerse el sol
pasaba por la taberna. Subía a casa una olla para sentirse parte de algo, del
rito, cenar bajo tu techo y en familia.
Bibliografía.
Imagen: Wikipedia.
De verdad es muy curioso comprobar cuanto nos parecemos siempre, o importa el tiempo que haya pasado.
ResponderEliminarComo suele decirse, 'ya está todo inventado' XD
ResponderEliminarNo me había parado yo en esa "de romanos" tan buena...
ResponderEliminarMe pareció interesante. Me alegra que a tí también.
ResponderEliminarEs buena, Lucas (es buena, Thorongil Gilraenion). Otra vez lo mismo: nunca pensamos sobre lo que tenemos delante.
ResponderEliminarDigamos que tenemos que detenernos. Lo que vemos cada día es invisible. Hay que detenerse un rato, y pensar. Cualquiera puede hacerlo. Es gratificante. Gracias por tu cometario, Alodia.
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