Siendo niña recuerdo los sermones del padre Brown
desde su púlpito, sus manos blancas moviéndose y su voz profunda resonando en
toda la pequeña iglesia. A los más pequeños nos sobrecogían aquellas historias,
y aunque solíamos asistir a la escuela
parroquial, en ocasiones junto a nuestros mayores escuchábamos aquellos
discursos que ponían los pelos de punta.
Años después recordaría un domingo de
tormenta y el sermón cuyo título era la sombra se cierne sobre nosotros. Hablaba
sobre el mal que habitaba entre los hombres y que debíamos guardarnos de él, y
de los pecados con los que el maligno nos tentaba cada día, que nos llevarían al infierno.
Mientras la tormenta fuera llegaba a su cénit él hablaba sobre los horrores y
los castigos que recibían aquellos cuyas almas se condenaban. En un momento
dado una nube cubrió el cielo y la oscuridad se hizo entre nosotros y un trueno
iluminó la imagen del padre, sobre todo su rostro que pareció formar parte de
los diablos que moraban en aquellos lugares y aplicaban torturas a las
desdichadas almas.
Muchos años después recordé aquellas imágenes y
aquellas palabras que salían de lo más hondo de mi mente volviendo al recuerdo, y me hicieron estremecer. Ya no
era una niña, ni eran las tierras de Irlanda las que recibían una
tormenta.
Ahora vivía en Australia, a muchas millas del hogar
de mis padres y mis ancestros. Tenía una familia y un negocio, y habían pasado
muchos años desde aquella tormenta y aquel fatídico sermón.
Amaneció un
día soleado algo frío para lo que estábamos acostumbrados en aquellas fechas.
Robert, mi marido, había salido de madrugada hacia Darwin con el propósito de
hacer negocios y traer varios recados.
Mis hijos Sofía y Argus estaban conmigo, además de María
y Esteban que trabajaban con nosotros. Vivíamos en tierra de nadie, teníamos el
servicio de correos y de telégrafos además de una pequeña taberna que abría tan
solo de día. La fiebre del oro había traído años atrás mucha gente en busca del
preciado metal, y nosotros éramos algo así como un oasis en un desierto de
soledad. Además de nosotros vivían
también dos familias nativas de Australia.
Todo se quedó en silencio como si algo que no fuera
de este mundo se cerniera sobre nosotros. Los pájaros enmudecieron y nos quedamos mirando hacia el cielo. Las nubes
taparon el sol, y la claridad del cielo azul se convirtió en nubes que parecían
cemento que cubrieron la bóveda celeste.
Robert regresó cuando creímos que había llegado la noche, nadie sabía nada con exactitud en
Darwin, y el miedo y la incertidumbre se convirtieron en compañeros de nuestros días y nuestras
noches.
Regresamos a menudo al pueblo para saber de las
noticias que traían los que venían del mar. Todo era demasiado confuso, algunos
hablaban del fin del mundo, otros de monstruos marinos.
Al fin comenzaron a llegar noticias sobre un volcán,
el Krakatoa, la desaparición de la isla en la que estaba, y de toda la gente
que en ella vivía. Fue una época muy dura para todos, aquella sombra se había establecido
entre nosotros. El sol se dejó ver vestido de color verde, acompañado de largos
crepúsculos y de noches de luna azul sin estrellas.
El invierno
fue frío, algo raro en aquellas latitudes, no llovió en verano, subsistimos con lo que teníamos almacenado, ayudando a los que más lo necesitaron. Los
mineros buscadores de oro vivían vidas solitarias, y en este tiempo mucho más. En
ocasiones, sobre todo con hombres con los que habíamos hecho amistad,
cabalgamos durante grandes distancias para saber si aún seguían con vida.
No siempre tuvimos suerte. Al viejo Marlond lo
encontramos dos semanas después del comienzo de todo aquello. Nadie lo había
visto en mucho tiempo. Lo encontramos a la entrada de su mina con los ojos
vueltos hacia el cielo y con cara de pavor.
Rose, una vecina nuestra, salió una mañana en busca
de su marido que se había embarcado hacia el viejo continente días atrás. Su madre y sus hermanos, que vivían con ella, la buscaron
pero no apareció nunca más. Su marido murió
también, ahogado en el barco que lo llevaba.
Estuvimos incomunicados por mar, volvimos a vivir como algunos años
atrás cuando nos establecimos por primera vez en aquel lugar. Nuestros amigos
los nativos hablaban de sus propias creencias, y de errores por los que
estábamos pagando.
Cada cual escondía sus mayores temores para sí
aunque en ocasiones aparecieron en aquellos largos meses. El mar fue
devolviendo piedras flotantes a las costas y cuerpos desprovistos de carne, muchos
barcos encontraron en él su último lecho, como si la desaparición de aquella
isla y de sus habitantes buscaran a
quienes los acompañaran.
Una mañana que mis hijos salieron a jugar fuera
volvieron con algo entre las manos, ya no había tanto polvo y parecía que los
campos reposaban en un deseado ensueño. Entraron en la casa alborozados con
tierra fresca en las manos. La primavera había vuelto y con ella los primeros
brotes. Me sacaron fuera entre gritos y danzas, en uno de nuestros pequeños
parterres había nacido la primera de las flores después de mucho tiempo.
Al igual que en aquella mañana de misa Dominical, el
más bello de los arcoíris se mostró a la salida de la iglesia, aquella flor, el
viento y el sol en su esplendor fueron la parte que no se cuenta en los libros
ni en los sermones.
Fuente Imagen: Wikipedia creative commons, volcán Piton de la Fournaise, User S3b.
Y pensar que todo eso pasó de verdad...Muy bueno, Leonor.
ResponderEliminarPues si la primera vez que lei sobre la explosión del volcan y la desaparición de la isla Cracatoa, era muy joven y me dejo bastante impactada. Gracias Presentación cada dia aprendemos algo nuevo.
ResponderEliminarEs muy inexorable e inquietante.
ResponderEliminarGracias Juan Marcos, sigue habiendo sucesos que no puede cambiarlos el ser humano y eso algunos se les olvida. un saludo.
ResponderEliminarDesde que lo leí por primera vez e pareció que tenía un tono visual, como muy 'cinematográfico'. Sigo pensándolo. Me gusta.
ResponderEliminargracias majo, va la respuesta un poco tarde pero mas vale ahora que nunca. un abrazo y a mi también me gusta lo que escribes. buena estrella.
EliminarTransmite miedo, en serio. Cuento de miedo, me gustan esos.
ResponderEliminarLas historias de miedo a mi me gustan también quizá en su día no la tome como tal pero si es cierto que tiene tintes bastante negros. un saludo Juan y buen finde.
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