Mi nombre es Muza. Muza
Chaprut. Moisés hijo de Jacob, de la familia de Hasdai Chaprut el de Jaén. De
oficio, médico. Tengo que escribirlo así. Quien soy, dónde vivo, por qué se me
ha llamado a este reino. A qué reyes atendieron antes mis antepasados. También
he de escribir que mi mujer se llama Débora, y que hace las mezclas de remedios
bajo mis órdenes. Que mi hija se llama Ana, y cultiva, recoge, clasifica y
dispone el herbario. Que tengo dos hijas más, ya casadas con comerciantes, que
no se dedican a otro oficio que el cuidado de su casa. Y que ahora Débora, Ana
y yo estamos en Tudela, en la judería, alojados en casa de Jacob el Tejedor. El
señor rey Sancho, séptimo de su nombre, me ha hecho llamar a su reino de
Navarra. Como médico. Ha garantizado mi seguridad y la de mi familia, me ha
tratado honestamente y paga nuestro alojamiento y manutención. Si queda
satisfecho de mis cuidados y servicios me hará rico, eso dice. Y si la voluntad
del Señor dispone otra cosa y no sana, mantendrá su palabra. Abonará mi salario
y hará que regresemos a salvo allá donde queramos ir, mi familia y yo. Lo ha
puesto por escrito, y lo ha jurado por Dios y por su honor con la mano sobre El
Libro.
No desconfío de Sancho.
Desconfío de los buitres que se reúnen siempre cuando un gran señor enferma. De
los que pretenden sacar provecho. Tampoco me preocupa que haya hecho llamar a un
cristiano, no ha convocado a un necio. A
puerta cerrada hablamos como sanadores. Nos entendemos. Y a los dos nos da
miedo la comisión de clérigos que ha de supervisarnos. Falta uno, pero todavía
no ha llegado. Berengario Media Cara, lo llaman. Un monje de los del Templo. Por
rareza médico también, aunque ese no suele ser su oficio. Dicen que tiene más
de cincuenta años, es ya muy viejo. También dicen que en el asunto del que
tratamos es maestro experto y de sabiduría. Sancho no desea ser sometido a la
vieja prueba, ni que se sepa. Pasar por la piedra es deshonroso, fuente de habladurías. Malos
vientos para un rey. No sabré nada más hoy, y se me cansan los ojos. Espero en
el Señor, rezo, y quiero ver el caso. Antes que nada, soy un Chaprut. Un médico.
Empiezan a llamarme Sancho el Encerrado. A buenas
horas. Encerrado he estado siempre. De niño no me acuerdo, pero en cuando dejé
al ama de cría y empecé a espigar, era diferente. Tenía que mirar hacia abajo.
Siempre he tenido que vivir así, bajando la vista para ver a quien me habla.
Dejándome medir dos veces para hacerme ropas o botas, o guantes. Mirando dos
veces los caballos, para que fueran rápidos y fuertes. Haciendo suspirar a los
carpinteros que me labraban una cama, o una tabla para comer, o un escabel, o
una silla de tijera. Y otras dos veces para que construyeran una mesa para
tomar lección y escribir. Dos más para calcular mi sitio de sentarme en la
iglesia. Y lo mismo para que los guarnicioneros me hicieran sillas de montar. O
una espada. Hasta una corona .Soy tan alto como hombre y medio de los bien
tallados. Por eso me he pasado la vida bajando la vista. Me he pasado la vida
siendo un gigante de los cuentos que se cuentan junto al fuego. Maldita la
gracia que tiene.
Si eres hijo de un rey al que llaman El Sabio,
empiezas mal. Cuñado de Ricardo de Inglaterra, Corazón de León. Peor asunto.
Casado con una hija de los de Tolosa. Con la que está cayendo, que si son
cátaros y herejes, que si la cruzada de Francia. Qué sabrán esos de cruzadas.
Lo de la de Tolosa lo arreglaron, nunca estuvimos casados. Ya. Luego hilaron
más fino, cásate con la hija de Federico Barbarroja el Emperador. Cásate. La
cosa va de cantar la misa, que es lo que hacen. Luego me toca a mí mirar hacia
abajo, muy hacia abajo, a ver si veo la cara de la doncella. Una cara
espantada, claro. Haciendo sus cuentas, si algo le contó su madre o le contaron
sus criadas. No me gusta mucho el vino, otra rareza. Con vino o sin vino, con
bendición o sin ella, es como para no ponerse a tono.
No tengo heredero para el reino. Dicen de mí que soy
un putero con muchos bastardos. No es cierto. Me descasaron, de modo que era
soltero. Tuve una mujer con la que jamás podría casarme, y tuve dos hijos. Los
dos están muertos, como su madre.
Al menos, he hecho algunas cosas respetables. No me
he matado con mi pariente Alfonso el de Castilla, a su vez casado con otra hermana
de Ricardo Corazón de León. Alfonso no es tan frío como otros de sus
antepasados. A veces nos hemos llevado bien, y hasta puedes fiarte de él a
medias. Eso es bastante.
Tampoco me he matado con mis parientes de Aragón.
Ese mozo Jaime me cae bien, aunque está más loco que su padre, y ya es decir.
Supongo que si bien se mira, todos los reyes estamos locos. Al menos, un poco
locos. Por eso escriben de nosotros.
Lo mejor que hicimos fue buscar un enemigo común.
Alfonso, que ya tenía la barba blanca entonces. Y Pedro el de Aragón y yo, Sancho, los dos de edad mediada. Sopas con honda le dimos a Miramamolín en Las
Navas. Mis parientes, los otros dos reyes, decían que era un buen respiro. Yo estaba seguro de que el tiempo de la media luna encogía, y de que
jamás volverían a cruzar la nueva frontera. Cosas que se piensan,
aunque aciertes. Se piensan muchas cosas. Pero aquella fue la buena hazaña, esa
que se recordará.
Ahora estoy en mi castillo de Tudela. He convocado a
tres médicos: un judío del cual me han contado muchas maravillas, como que su
familia ha servido bien a reyes desde hace siglos. He creído las cartas
credenciales, son ciertas. A Miguel de Estella, hijo y nieto de dos notables
médicos reconocidos. Y he convocado a un fraile, también por muy cabales
referencias en carta. Los demás han venido solos. Ya. Como vinieron a casarme y
descasarme. No deseo en modo alguno ser pasado por la piedra, porque eso se
sabe. Estoy esperando. Y he procurado que sirvan a placer a los que han venido
solos. Puede que tanta comida y tanta borrachera les enturbie el juicio. Los
canónigos son como barricas sin fondo.
No sirve de nada negarlo. Era
el alba cuando aporrearon la puerta, y el sonido hizo que todos saltáramos de
la cama. El fraile. A saber cómo había entrado en la judería antes de que
se abrieran las puertas. Eso sí, se disculpó y pidió perdón por la molestia, y
traía buñuelos de miel para desayunar a cambio de haber sido importuno. Y se
quedó en la misma puerta hasta que salió Jacob el Tejedor, ya con el alma dentro
del cuerpo y más sosegado, le dio la bienvenida y lo autorizó a cruzar el
umbral.
Tras darnos la paz y desayunar
juntos los dos fuimos a la habitación privada. Allí se bajó la capucha el
monje. Berengario Media Cara. Soy médico, de modo que lo miré directamente, y
cuando hube mirado y razonado, le hice un par de preguntas. La primera, si
conservaba alguna sensibilidad en la parte devastada. La segunda, qué médico lo
había tratado.
Me sacaron de la cama los canónigos antes del alba.
Era inevitable. Han cantado una misa, me han oído en confesión, me han mojado
los labios con una copa de vino y me han dado un trocito de pan. He comulgado,
estoy en paz con Dios, ya puedo morirme. He sido un gran rey hijo de un gran
rey. Fui un campeón, como los del Libro, en Las Navas. Maté sarracenos. No
engendré heredero, pero eso es voluntad del Señor. Como mi enfermedad. Ahora he
de llamar a los escribientes, hacer mi testamento, y dejar el reino a mi
sobrino Teobaldo el de Champaña. Dios lo quiere. Yo, no. Tengo otras ideas.
En buena hora se fueron, al almuerzo. Ya avisé al
copero de que les diera lo mejor y lo más subido, que el Diablo ha emborrachado
a muchos santos. Me duele la pierna, es un suplicio caminar, hasta con una
cayada de mi tamaño. Pero camino. Ya deben estar esperando el mejor médico
cristiano de Navarra, Chaprut el de Jaén y, con suerte, Mediacara el del
Templo. Que coman hasta hartarse los legados, negros clérigos. Van a ver los
esbirros lo que vale un campeón parecido a los del Libro. O veré yo lo que
valen tres espías con hábito una vez los haga lanzar a una sima. Desnudos y
bocabajo. Que los reclame Satanás, si los reconoce.
Creía que Berengario Mediacara
hablaría. No fue así. A las preguntas del rey me señaló con la mano, y dijo que
sobre esa enfermedad nadie sabía tanto como hebreos y musulmanes, porque habían
convivido con ella durante siglos. Y escrito sobre ella, y tratado a muchos que
la padecieron. De modo que como compañero médico me cedía la palabra, pensando
que era yo el más capaz. Y si algo se ponía en duda, ya intervendrían el
cristiano de Navarra o él mismo. A lo cual nos sentamos todos según pidió
Sancho, y yo carraspeé un poco, y hablé.
Muza el de Jaén me dijo que podía estar tranquilo.
Que mi mal no era lepra, sino llagas que traen la edad, las viejas heridas y
la estatura. Que mudando lo que como, poniendo en alto la pierna, haciendo que
me den eso que llaman masajes, y cuidando la herida, cerrará. La edad no tiene
cura, claro. Soy viejo. Ni pasar por la piedra ni cauterios ni locuras.
Cuidados. Menos comer carnes y más verduras de huerta. Y frutas y hierbas. Y
pescados. Tosió. Los hebreos tosen cuando piensan una cosa y temen decir otra,
eso lo sé. Los hebreos, y todos los hombres. Le repetí que tenía mi palabra
jurada sobre la de Dios. Tosió otra vez, pero me dijo que sería mejor pasar por
la piedra. Ante los invitados no llamados. Le di las gracias y le pedí que
fuera a comer algo, ya se hacía tarde. Volvería a llamarlo cuando fuera
necesario. Y Entonces miré a Miguel, el
cristiano. El Navarro.
Miguel dijo lo mismo, y nada más. Se fue con mi
licencia y su paga, como quien huye. Es joven. Tiene miedo y no sabe de
quienes, ni por qué. Tal vez de su inexperiencia, aunque sé que goza de
excelente fama. O de quedar marcado como quien no supo curar a su rey. Disculpo
con facilidad a los jóvenes, yo también lo fui y tuve miedo. Quedaba el hermano Mediacara, con su capucha
puesta. Ante todo dio la razón a Miguel y a Muza, me aseguró que cuanto habían
dicho era sensato, acertado, y acorde con su oficio de buenos médicos. Luego me
pidió que me desnudara completamente. Eso no me lo habían pedido nunca. Pero
Mediacara insistió. Me dijo que si yo temía ser leproso, como era el caso,
debía poder verme entero.
Me desnudé. Pensaba que me tocaría, que me haría
sentir aún más humillado, más vulnerable, más derrotado. No lo hizo. Me miró
mucho rato. Me olfateó. Y dijo que me cubriera. Para mirarme se había quitado
la capucha de monje. Su media cara sí
era espantosa.
Fue severo, y a la vez cortés. Me pidió permiso para
hacerme una pregunta. Lo concedí. Me preguntó si me importaba más la vergüenza
que el reino. Yo no era leproso, dijo. Pero si me negaba a ser pasado por la
piedra, perdería poder. Si me sometía a ello y las cartas juramentadas salían
de Tudela, podría hacer con los emisarios lo que deseara. Sería desagradable,
no doloroso. Más dolorosa fue su segunda pregunta. Su voz era fría, pero no lo
era su ojo. El que conservaba. Me preguntó qué más quería saber sobre mi salud,
si es que quería. Sí, quería. Y entonces me recomendó un baño frío, tomar un
tentempié de fruta, y que Chaprut el de Jaén también estuviera en la
conversación. Estuve de acuerdo. Y me alegré de haber despedido en paz a Miguel
de Estella. La medicina es una cosa. Las intrigas que oye un mozo son una carga
para él, y un peligro para todos los demás.
Lo de pasar por la piedra ya no
se hace, le dije a Mediacara. Ahora sabemos mucho más de la lepra, no es
necesario. El monje asintió. Y yo seguí hablando. Están locos. Creen que el
Señor, bendito sea su nombre, maldice al leproso. La lepra es una enfermedad,
no una maldición. Si has estado en lo que llamas Tierra Santa, tú lo sabes,
fraile. El fraile asintió. Lo sabía. Y el miedo me enfriaba la espalda, si
Sancho el rey desea saber… Debió notárseme. Mucho. Tanto que Mediacara me miró
con su ojo, y me dijo:
-Sosiégate, Moisés de la casa
de Chaprut de Jaén. Porque Sancho te ha creído como médico, y si temes por tu
mujer y tu hija, no imaginarás que un viejo como yo ha venido solo. Puedo
garantizarte la escolta.
Eso lo creí. Demostramos a
Sancho que su temor era infundado. Sentía hasta cuando le apretamos los dedos
del pie de su pierna enferma. Sentía el calor de una llama, sentía una aguja
que pincha. Aparte de aquella gran úlcera no tenía marca alguna, ni la menor
huella de las que indican el mal. No es lepra. Pero quería saber más. El monje
se encaró con él como si Sancho no fuera un rey que podía ordenar quitarle la
vida sin más preguntas ni más responsabilidad. La úlcera no lo mataría. Era el
heraldo de la muerte, no la muerte misma. La muerte sería por veneno en la
sangre, a costa de esa úlcera. Septicemia, dijo Mediacara usando las palabras
griegas. Y lo repitió en árabe, en hebreo, en latín, y en la lengua romance que
hablamos cada día. Sancho, el séptimo de su nombre, bajó la vista para encarar
nuestros ojos y me preguntó a mí. Respondí la verdad. Era un buen diagnóstico,
yo no daría otro. Le ofrecía tiempo, para ajustar sus asuntos mundanos, sus
cuentas con el Señor, y disponerse a morir. Con el cuidado prescrito, podía
vivir incluso algunos años más.
Lo repasé todo cuidadosamente. Quienes primero me
advirtieron del mal aspecto de mi llaga, de mis fiebres intermitentes y del
frío de mis manos y pies fueron clérigos. Los mismos que concertaron y luego
deshicieron mi casamiento, los mismos que me amenazaron sin rebozo alguno en
los malos tiempos, cuando combatía contra el viejo Alfonso de Castilla. Los que
llegaron a decirme que, aunque me casara con la madre de mis hijos, ellos eran
bastardos, y el único heredero para mí habría de ser el hijo de mi hermana,
Teobaldo. Hice llamar a los legados, y con aspecto penitente les hice saber que
me sometería a pasar por la piedra, con dos condiciones que no negociaría en
modo alguno. Primero, que el comendador Berengario y el maestro Muza formaran
parte junto con ellos de la prueba. Segundo, que sus informes médicos se
incluyeran con los de los clérigos y el sanador que los acompañaba, y se
enviaran por medio de mis correos reales. No les gustó, pero tampoco tenían
otra opción que ofrecer.
No fue doloroso, ni tan incómodo. Quizá una buena
manera de coger una pleuresía por el frío de la losa helada y las horas tumbado
desnudo sobre ella. Afortunadamente nunca fui débil de pecho, ni padecí de tos
en invierno. A diferencia de Muza y Mediacara, ellos si me tocaron y me
hicieron darme varias veces la vuelta mientras su médico no dejaba rincón del
cuerpo sin revisar. Al día siguiente estaban escritos los tres informes,
firmados y listos para ser leídos dos veces en voz alta. Lo hice yo mismo,
atento al asentimiento casi imperceptible de la capucha del fraile. Firmé a mi
vez, hice poner mi sello, y despedí a los legados con buenas palabras y una
escolta a la vez que ellos veían partir la posta real.
Nos despedimos del rey, que me
entregó una carta suya alabando mi servicios, y salvoconductos. La bolsa era
mayor que la prometida, así se lo hice saber, pero él se río respondiendo que
dotar a una hija cuesta dinero, y mucho más si es doncella experta en artes de
sanación y se le busca un digno marido. Así nos fuimos de Tolosa, seguros con
la escolta de Mediacara, agradecidos y satisfechos.
Luego supe que los legados
nunca llegaron a su destino.
Cuando todos se perdieron de vista regresó el correo
real. Me entregó los informes. Aprecio el buen pergamino, pero no lamenté
lanzar aquellos a la chimenea hasta que quedaron reducidos a cenizas. Tengo
otros planes. Y no soporto, ni jamás he soportado, a mi sobrino Teobaldo.
Nota: Entre las muchas
explicaciones sobre el origen de la expresión ‘Pasar por la piedra’ se cuenta
la del profesor Reverte Comas, del Departamento de Medicina Forense de la
Universidad Complutense de Madrid. Para él, proviene de la famosa prueba de la
‘Piedra de mármol', a la que eran sometidos los sospechosos de padecer lepra. La
prueba consistía en tumbar al paciente sobre una losa de mármol previamente
enfriada durante un lapso de tiempo (incluso horas) para que la
vasoconstricción aumentara la visibilidad de las lesiones cutáneas producidas
por la enfermedad.
Para saber más: https://es.wikipedia.org/wiki/Hasdai_ibn_Shaprut
Imagen: Fuente del León en Caldes de Montbui (Barcelona). Balneario termal desde el siglo I. Wikipedia, bajo licencia Creative Commons.
Me ha impactado, porque ya se que no, pero parece que puedes viajar en el tiempo. Gracias por escribirlo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Encina: todos podemos viajar a través del tiempo, verlo ni mejor ni peor que los que fueron contemporáneos. Hacerlo más o menos creíble en literatura es una técnica. Hacerlo 'real' es un don...que todo el mundo posee.
ResponderEliminar¿Qué parte es historia?
ResponderEliminarEl marco general es historia: la estatura del rey, su edad, su (o sus) úlceras en las piernas, que no tuvo descendencia legítima y que sus hijos habían muerto antes que él. Los Chaprut, médicos reputados, son historia. También la prueba de la lepra, o el 'pasar por la piedra'. Y que el rey no soportaba a su sobrino Teobaldo. El resto es lo que se llama 'rellenar huecos' con cosas que pudieron suceder o no.
ResponderEliminar¿Y el templario?
ResponderEliminarPuestos a rellenar huecos, podría haber sido un Hospitalario. Pero los antepasados de Jaime I tenían sus querencias. Y yo también.
ResponderEliminarHe tardado en leerla, porque algunos textos piden esfuerzo y asi a la hora de café nos gusta algo más directo, más sin tener que pensarlo. Entiendo que eso debe decepcionar un poco. No lo había pensado. Y me gusta, es muy bueno. Gracias, Thorongil Gilraenion, que bien escribes y cuanto sabes.
ResponderEliminarUn lector nunca tiene por qué disculparse, Merit. El autor siempre ha de agradecer. Y sé lo que debo saber, lo que por oficio es obligado que sepa un medievalista, de modo que tampoco es para tanto. ¿Te ha gustado? Gracias, de eso me alegro muuucho XD
ResponderEliminarYo también he tardado. No me había dado cuenta de que quien habla es un médico con familia, asustado, humano. O mas claro, había pesado que era, al leer el principio, una de guerras y de tíos. Me equivoqué.
ResponderEliminarNo era de guerras, sino de médicos XDD...y sí, era más bien de tíos porque salen tíos. Gracias por no quedarte en un prejuicio, has sido muy amable, Chelo.
ResponderEliminarTantas preguntas...Mediacara no es un leproso, aunque queda como figura inquietante. El único no histórico. ¿Por qué es un 'experto' en la materia? ¿De dónde viene?
ResponderEliminarMediacara no es un leproso (si lo fuera, estaría en la orden de San Lázaro)...Pensé que habría sufrido un grave accidente, gajes de oficio, relacionado con aceite hirviendo o con fuego griego, por ejemplo. Un buen motivo para tratar con sanitarios y, digamos, reorientar su carrera profesional. ¿De dónde viene? de un lugar de lo que hoy es frontera entre Navarra y Francia. O, al menos, allí remató parte de su formación.
ResponderEliminar¿Quienes eran los Chaprut?
ResponderEliminarUn largo linaje de médicos...a ver si te sirve ésto:
ResponderEliminarhttp://es.wikipedia.org/wiki/Hasdai_ibn_Shaprut
Creo que me hago una idea sobre Mediacara. Curioso.
ResponderEliminarPuesto que se hablaba de 'pasar por la piedra' (lo que se ha citado en biografía), y no de nada concreto sobre personajes ficticios, no hay que revelar más fuentes. Técnica y legalmente. Buscando en la citada, la del médico que habla del dichoso asunto de la piedra, por el hilo se saca el ovillo. Si se desea jugar a Sherlock Holmes con un relato, que, por cierto, puede ser hasta divertido XDD
ResponderEliminarYa me leí lo de los Chaprut, pero e caso es que me sigue sonando de algo...
ResponderEliminarSe los menciona al menos en un libro que yo sea capaz de recordar ahora: un relato histórico a medias ensayo (más o menos) de Juan Eslava Galán.
ResponderEliminarMás templarios (que buena es ésta, genial).
ResponderEliminarCiertamente, Migue. Me alegra que te guste, es de mis favoritas.
EliminarImpresionante.
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan. A mí también me gusta XDDD
ResponderEliminarSiempre viajo con lo que escribís, pero con los relatos históricos es una pasada y un torrente de conocimiento!!! Precioso
ResponderEliminarMuchas gracias, Inma, por leerlo y por tus palabras. Ya sabes, a veces asoa el medievalista XD...
EliminarExcelente! Me he divertido y he aprendido a partes iguales.
ResponderEliminarTe felicito.
Muchas gracias, buhoevanescente: objetivo logrado XD
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