La verdad
es que Roncesvalles, el kilómetro cero del Camino para quienes eligen ese ramal
y no otro de los muchos posibles, es lugar de bravatas. No debería serlo, por
supuesto. El paisaje puede ser majestuoso, pero también intimidatorio. Con una
mochila nueva y botas aún sin polvo, la barriga llena, recibida la
bendición (nadie obvia ese rito, crea o
no. Por lo de las meigas, que haberlas
haylas) y ganas de paseo a media tarde. Nadie está cansado y todos nos
solazamos al fresco, mirando las montañas desde arriba y soñando más que soñaba
Don Quijote antes de que, justamente, se echara al camino y empezaran todas sus
penas.
Por otra
parte, la oferta es modesta pero variada: aire limpio y árboles añosos para los
más "verdes", aroma a buen incienso y devociones para los devotos; mucho arte y hasta un museo para las ratas de biblioteca, y alegre cena para
todos. Por haber, hay una caseta de recuerdos, postales y otros objetos al uso, pilas y farmacia para los precavidos. Incluso un paseo nocturno entre viejas tumbas
anónimas (vacías, claro) apropiado para quienes se dan a la meditación o a la leyenda
urbana. O de todo un poco, porque nadie quiere aún dormir. Todavía no se está cansado,
rugen motores y el entorno se llena de pinceladas de mil sueños antes de caer
en notables literas nuevecitas. Sin reniegos, fresco todo el mundo. Limpios y
duchados: como patenas. Sin botas que haya que poner aparte porque huelen a
campo de batalla.
Como esa
tarde es la de la bravata, más de uno recuerda a costa de los vecinos a
Carlomagno y a Roldán, aquel cursilindo carabonita del que había que leer en
la escuela, y como llegaron tan frescos y guapos, antes de bajar a pedradas al infierno Roldán y los pares del
carallo, y el olifante y las lanzas con pendones. "Mala la hubisteis,
franceses, en esa de Roncesvalles"…Y hasta nos reímos entre dientes por lo
bajini, que somos muy caínes, y caínes rematados con el vecino de al lado.
Vale, ellos no se privan tampoco de meternos las coplillas y el dedo en el ojo.
Pero se supone que los peregrinos estamos por encima de eso. Todavía no, que
va. Ya lo estaremos: más tarde y bien baqueteados.
Luego
amanece. Con las legañas tenaces, aún tampoco nos hemos hecho a levantarnos de
noche. Y el majestuoso paisaje suele estar muy cambiado, envuelto en una blanca
mortaja húmeda y desagradable, la espesa niebla fría antes del alba. Lo que ayer
eran bravatas se van volviendo interrogantes. Qué remedio. Alguna vez hay que
empezar, dar el paso que separa el sueño de lo posible. Y echas a andar.
Hay un
edificio achaparrado. Casi parece estar en cuclillas, callado y gris. Lo llaman
El Silo de Carlomagno, ahí es nada. Bueno, en un silo se almacena grano. ¿No? No. En éste se almacenan muertos. Trayéndolo muy muy por los pelos cabría pensar en
un retruécano sobre la parábola del grano de trigo, pero para parábolas y
exégesis estaba yo, bien calado de humedad ya a los cinco minutos, malhaya mil
veces la hora. El Silo, o cripta que es lo que derechamente es sin tanta
prosapia, resulta ser el edificio más antiguo conservado del conjunto, del
siglo XI. Miras tras los gruesos barrotes de las rejas. Que manía, enjaular a
los muertos. En la penumbra no se ve ni carallo, pero llevas linterna. Hala, a
estrenar el bagaje estilo Indy Jones. Y nunca mejor dicho, porque enciendes el
afilado haz de luz, enfocas, y por todos los demonios que debe haber ahí
adentro novecientos años de fiambres. Cadáveres, suena más respetuoso. Ojo,
nada de gore: son huesos pulcramente amontonados, secos y amarillos. No huele a
nada. No salen ratas ni serpientes ni bichos. Pobres bichos, que iban a comer.
Luego te
enteras de que aquí empieza a aparecer retazo a retazo la leyenda de Carlomagno
y sus diversos episodios, que te acompañarán por muchas leguas y muchos paisajes.
Leyenda: son los huesos de los gabachos, hala, sirva de escarmiento. De
escarmiento te vale cualquiera: viendo tanta gente, empiezas a personalizar las
desazones que ayer estaban bien ocultas bajo la bravata. Peor saber la verdad:
que es el osario del Albergue de Peregrinos, porque eran legión los que morían
tras pasar los pirineos. Carallo, para eso mejor haberse muerto antes y te
ahorras el subidón y la bajada. Profético suena pensar eso; en distintos tonos,
y de muy variados humores, lo pensarás mil veces según camines. Pero vamos, que
lo que se ve -esto es, lo de encima- es el osario de los canónigos de la
Colegiata actual. Imposible no especular hasta cuan abajo habría que meter una
vara de metal para dar fondo. Imposible no mirar en torno hasta donde alcanza
el haz de luz de la linterna calculando metros, metros cuadrados y metros
cúbicos, y cuanto ocupa un muerto desmontado, y qué ejército hay ahí abajo.
La
leyenda de Carlomagno tiene rostros más amables, como cierta frondosa alameda
junto a un río de la que dicen que los chopos son los vástagos de las lanzas de
los franceses, que echaron raíces en una noche. Pero las capillas funerarias,
los osarios, las historias extrañas y los muertos te van pisando las botas
durante todo el primer gran tramo del Camino. Si gusta guiarse por leyendas,
merece la pena estar atentos. De Roncesvalles a Burgos, trames mortium: los
senderos de los muertos.
Imagen: Osario del Silo de Carlomagno, www.labitácoradeltigre. autor Eduardo Larequi. Con licencia SafeCreative (Reconocimiento, Uso No Comercial).
Trames mortium. Curioso. Me ha gustado.
ResponderEliminarPues o eres misericordioso con el bajo latín, o te gusta Tolkien, o eres una auténtica sorpresa. Gracias por tu comentario. Juan Marcos es también un buen nombre.
ResponderEliminarTuve que buscar trames en el diccionario. Sonaba bastante ominoso. En realidad, lo leí. Y a Tolkien también.
ResponderEliminarGracias por comentarlo. Supongo que hiciste el Camino de Santiago en 1999, en 2000 o muy poco después.
ResponderEliminarEn 2000. A pie.
ResponderEliminarEra entretenido leer los comentarios de otros peregrinos, ¿Eh?
Eliminar¿En que secretos andais? XDD
ResponderEliminarComentarios sobre los 'Libros de notas' que hay e cada hospedería de Camino de Santiago. Casi todo el mundo deja a diario una nota, un recado, una reflexión, un chiste, un poema, un reniego...y quienes pasan detrás se los leen. O suelen hacerlo, a menos echarle una ojeada. O cotillear un poco.
ResponderEliminar¿Qué libros?
ResponderEliminarEn los albergues u hospederías del Camino de Santiago hay 'Libros de firmas', digamos, para que la gente escriba en ellos lo que quiera. Suele ser común hojear el libro antes de escribir...y hasta hay quien pide ver el archivo, los volúmenes de años anteriores.
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