Ilusiones


 

Los adultos que buscan matices sutiles antes de presentarse a un examen de español para extranjeros son encantadores. En agosto nada es lo bastante encantador, pero hay que reconocer su esfuerzo y mérito a 39 grados centígrados. Con ventilador. Tocaba matizar la palabra femenina plural “ilusiones”: la que significa esperanzas, fantasías, delirios, e incluso fenómenos ópticos que hacen ver algo que no es real. Ejemplo, los espejismos en los desiertos.

Llegué a casa antes de que el calor cediera, con un dolor de cabeza como si fuera obispo y la mitra a rosca tres tallas menor. Pensar eso me convenció de que tal vez no estaba bien. Me crucé con la vecina. Sacaba a Calcetines, su perro. Pobrecillo, tan grande y tan lanudo. Me miró atenta: dijo que cuando volviera se pasaba, mejor si me daba una ducha y me bebía una botella de agua. Buen consejo.

 

Sí que estaba rojo. Cocí un par de huevos, abrí una lata de atún y me entretuve rallando zanahoria y echando en la ensaladera todo eso que te mira desde el frigo: cebolleta, lechuga, tomate, trocitos de queso, pepinillos. Lo tenía listo cuando volvió mi vecina. Afortunadamente, Calcetines no es vegetariano. Me dejó un buen trozo de bizcocho con frutas rojas y una botella de dos litros de agua. Por el color, era alguna infusión muy fría. Ella iba a salir, viernes noche. Se lo agradecí todo, le rasqué las orejas al perro y le dije adiós.

La Tv estaba de fondo. Cené. Empecé a beber de aquel té casero, y casi me lo acabé. Estaba riquísimo. No me apetecía el bizcocho hasta que me apeteció. Fuera ya era de noche, y los grillos hacían un ruido ensordecedor.

Entonces me encontré en la plaza vecina a casa, la que tiene un escenario teatral de obra y mucho arbolado, una fuente para beber y bancos de madera y metal. En el escenario, un grillo de frac montaba un atril con una batuta bajo las patas delanteras. Cuatro grillas, o grillos hembra muy vestidas a tono afinaban sus instrumentos. Me había dormido, sin duda. Eso sí, las Cuatro Estaciones de Vivaldi empezaron a sonar como tocadas por virtuosas ángeles grillas. Lo bueno no dura mucho. En el otro lado de la plaza se reunía una manifestación (humana) con pancartas y tomates en cestos. Estaba durmiendo, claro. Me froté los ojos mientras el grillo director miraba con ojos furiosos al gentío. Allí estaba Toni Cantó. Y Arturo Pérez Reverte. Y los enfadados manifestantes se liaron a tomatazos con ambos gritando “Al pilón, al pilón”. Los dos se acercaron a mí. Me estaba dando una risa tontísima e incontenible. “¿Por dónde huimos?”, preguntaron. Les contesté que igual la salida buena era la que sugerían los manifestantes, irse al infierno. Les pareció genial. Se abrió el suelo allí mismo, salieron resplandores rojos y un cartel de neón que decía “Al infierno, baje sin miedo”. Se lanzaron a bajar, y yo tuve un ataque de hipo de tanto reírme. Eso sí, el director y las grillas me aplaudieron por haberles quitado de en medio el ruido.

Abrí los ojos. No me parecía haber dormido. Quedaba un poco de té. Bueno, en dos minutos ya no quedó ni gota. Mejor irme a la cama. Pero me vi en el pasillo de casa, todo oscuro. Y vi encenderse luces. Velas. El pasillo es largo y estrecho, así que una doble fila de encapuchados vestidos de negro cada uno con un velón en la mano se las veían y se las deseaban para no pegarse fuego unos a otros. Había otro encapuchado al final, ese sin pareja y con la capa y la capucha grises. Y uno delante muy imponente. Me pareció normal decir que sin duda eran la Estantigua, o la Estadinha, o la Vieja Hueste. Vamos, la Santa Compaña. También era normal que el capitán (o capitana) se retirara educadamente la capucha para mirarme, es un decir, sin ojos y con la calavera reluciente.

- ¿No te damos miedo? –preguntó con voz sonora, muy en su papel-

-Si no cojo la vela del escoba, el último, no pasa nada.

-Mierda.

El escoba llevaba siendo el último de la fila mucho tiempo. Y aunque tenía casi la eternidad por delante no lo soportaba bien. El capitán o capitana se rio sin lengua, que ya es mérito más que hablar, y dijo.

-Venga, a la cama, te acompañamos. No es tu hora. A menos que te estrelles y te desnuques. Llevas un pedal del quince.

-No he bebido. Lo juro.

-Dos litros de infusión cargada y el bizcocho entero. Tu vecina se ha equivocado de botella y de tarta. No le guardes rencor, no se ha dado cuenta. Vamos, a la cama. Cogedlo, cofrades, cuidadín con los dedos, que algunos sois miaja torpes.

Cuando me desperté amanecía. No me dolía nada, nunca había dormido mejor. Iba a empezar a reírme a costa de mi enrevesado inconsciente cuando vi algo sobre la sábana. Una pequeña falange de hueso. Debía durarme el efecto, porque otra vez me dio la risa y dije, en voz alta:

-Sí que hay alguno torpe. Claro que igual le crece otra vez, como a las estrellas de mar. Me encantan las ilusiones.

 

Imagen Wikipedia Commons.


 


Comentarios

  1. Hola Guille una historia muy sicodelica y divertida. Gracias por compartirla. Un abrazo.

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  2. Fantástica, fantástica! !👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏
    Cómo me he divertido!!!
    Muy original, me encantó el grillo director y La Santa 💜

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    1. Gracias, buhoevanescente. Hay que reírse, de uno mismo y de todo. En especial en algunas épocas es medicina "santa" la risa. Me alegra que te guste.

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