Caminos de Santiago: sobre el aliento del dragón.


 






No era una etapa larga, y había empezado bien. Amanecer de sombra hacia el oeste, viento fresco, campos verdes. Pero el día se cerró como suele hacerlo en Galicia, en un suspiro. Desde todas partes avanzó la niebla. Al inicio meros vellones blancos, y más tarde me encontré pisando una larga pasarela. Demasiado larga. No veía nada.

Sabía lo que había debajo, las aguas del pantano de Belesar. Estaba asustado. Las pasarelas vibran, y yo tengo vértigo. Claro que para lo que había que ver, tanto daba estar sobre un embalse, cabalgando el aliento del dragón o en mitad de Whitechapel. No, no era tan fácil: pisaba, la vibración me desasosegaba. Todo se termina, de manera que por fin me encontré del otro lado de lo que fuera, para remate unas escaleras de piedra húmeda. Subí del tirón pensando (mal) que tal vez arriba se viera algo. Una capilla. Y la niebla, claro. Blanca, espesa, tragándose todo sonido. Al bajar creí ver a un monje. De hábito, con mochila. La niebla me sienta mal, pensé. ¿Qué va a hacer un monje mochilero aquí?

Cuando conseguí llegar al albergue, tras dar unas cuantas vueltas y preguntar a un paisano, me contaron con retintín que la capilla se llamaba de las Nieves, y que pararse en la escalera donde casi te matas da meigallo y te chupas un año entero sin sexo. Para verderías estaba yo. Claro que había subido del tirón, temiendo resbalar y no necesitar otro meigallo que los puntos de sutura que me darían.

Portomarín, así se llama el pueblo, es digno de verse y tiene una historia triste. De hecho está reconstruído, porque el original duerme en el fondo del pantano. Allí tuvieron encomienda los sanjuanistas.



A la mañana siguiente lucía el sol, aunque yo salí antes que él. Y en esa luz engañosa de la falsa aurora volví a ver al monje mochilero. Era joven, y llevaba un hábito azul desconocido para mí. Más tarde lo adelanté y supe que era polaco, aunque no logré descifrar la orden a la cual pertenecía. Sigo sin saberlo. Pero, al menos, no había sido una alucinación.


Imágenes de la Guía de albergues del Camino y La Voz de Galicia.
Texto bajo la misma licencia que el blog.

Comentarios

  1. He hecho ese trozo de camino contigo Guille, y guau, el monje. Yo estuve en Portomarín, y esa imagen me ha traído muchos recuerdos. Algún día igual vuelvo y paso por ese aliento de dragón. Besos :D

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    1. Muchas gracias por leer y comentar, Margarita. La niebla es muy especial en Galicia...

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  2. Una historia muy emocionante gracias por contarla Guille.

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  3. En tiempos adolescentes soñé con hacer el Camino de Santiago. Hoy esa idea duerme pero quién sabe, quizá un día...
    Saludos

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    1. He visto adolescentes y personas bastante mayores en el Camino, Carmen. Cada quien a su ritmo interno. Mientras se está vivo y curioso, se puede hacer de todo. Muchas gracias por tu comentario.

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