Tic tac...


 

“Llegaremos hasta el final, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza: defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, ¡nunca nos rendiremos!"


Sonaba un poco entrecortado, con ecos, como cuentan que eran aquellas cosas tan antiguas llamadas radios. La abuela dejó oír su poderosa voz por toda la casa, me tenía muy preocupada. Estaba dando la medianoche campanada a campanada, cuando eran las siete de la tarde.

La abuela estaba orgullosa de su estatura. De su pálido rostro redondo y bien diseñado, con agudas saetas lustrosas. De su marca y fecha, 1885; de su porte y sus suaves caderas apenas curvas pero graciosas, piel de tono dorado, madera  de ciprés que aún podía olerse, ordenada memoria. La abuela siempre había presidido el salón, de modo que lo había oído todo y era muy culta e ilustrada. Según decía la actual señora de la casa, el terremoto del pasado verano no le sentó bien a la abuela. Tal vez desajustó su mecanismo. La señora no necesita un viejo reloj de pared, pero su marido no quiere ni oír hablar de deshacerse de nosotros. Y ahora también se ha desajustado el mecanismo de los humanos. Llevan máscaras, se lavan mil veces, no abren la puerta. Sueñan cosas raras. Como la abuela. 

Ya os conté que dio la hora de otro sitio. Y por si yo no me había enterado, ni su hijo el que está en el pasillo, alzó su enorme voz para decir que quien hablaba era Churchill, sir Winston. Bonito discurso, eso sí. Papá el del pasillo no es un reloj inglés, sino belga. De pared y no de pie. Pero estando donde está es un cotillo, porque todos pasan delante suyo y todo lo sabe. No es tan letrado como la abuela, tampoco se le escapa ni una. Sabe a qué hora llegarán los humanos, sabe qué les preocupa, sabe qué van a cenar. 

Yo ni tan siquiera soy un reloj belga. Soy de caja pequeña, lo que se llamaba de chimenea, y ahora estoy sobre una cómoda. Soy asiática. Excelente maquinaria, maderas de imitación, silenciosa. Vivo en el dormitorio, así que se mucho de sexo y de ronquidos y de peleas entre humanos. Podría dar las horas con suaves campanitas, pero eso molesta, así que me callaron. Por supuesto no tengo pesas ni llave, como papá o la abuela. Voy a pilas.

Estoy esperando un cuento, como cuando era niña. Cualquier cuento. Los últimos años de la emperatriz Victoria, Jack el Destripador, Winston Churchill, la radio, sangre, sudor, lágrimas. Cualquier cuento antes que el repartidor de pizzas, la bronca con los niños, el cuchillo de silencio entre los humanos, su colecta de pastillas para dormir. Hasta la abuela reloj dando la hora de 1940 está menos loca.


Hoy llovía, no había nadie en la casa. La abuela se ha puesto melancólica, quizá porque la humedad no le sienta demasiado bien.  Le ha venido a la memoria su abuela, que había residido  en el Palacio de Buckingham  y que ya estaba allí cuando Jorge tercero lo compró para dar las horas en aquel suntuoso lugar. Sea como fuere la pobre tatarabuela acabó hundiéndose con el Titanic, o eso creía la abuela. 

Los humanos llegaron a la vez papá no parecía contento, la lluvia tampoco le sentaba bien del todo. Las pequeñas entraron en la habitación y se pusieron a saltar sobre la cama. Lo siguiente que recuerdo es que aprendí a volar, lloros, enfados y mamá humana me rehízo como pudo. Ahora duermo con las niñas y escucho los cuentos que se inventan, los que cuentan. A veces cuando todos duermen me escapo a escuchar a la abuela, y los gruñidos de mi papá. Parece que vuelven a confinarlos otra vez, eso quiere decir que volveremos todos a estar en casa juntos de nuevo.






Imagen propia, según la misma licencia que el Blog.



Comentarios

  1. Guille, me ha encantado. Qué maravilla de relato y de reflexión. Tic, tac, tic, tac, vamos a pensar. Yo coincido con eso de escuchar más cuentos y menos broncas. Besos :D

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    1. Gracias por leerlo y comentarlo, Margarita. Y conste que el reloj que da la hora de no se sabe dónde cuando le apetece se oye perfectamente desde esta casa. Original sí que es XD...

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  2. La señora tiene sus peculiaridades pero avisa con puntualidad britanica, la suya que para eso es de su propiedad, gracias por tan curioso relato Guille. Un abrazo de oso polar, y un beso de esquimal.

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  3. Se está ajustando: ya solo lleva dos horas y veinte minutos a su bola XDDD. Muuuacs.

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  4. Muchas gracias por continuar con la historia de la abuela reloj, Ainhoa: me gusta tu toque personal. Y ya has oído, a las cinco y media (más o menos, no es muy británicamente puntual) ha dado las tres...

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  5. Gracias, por esta joya y el momento tan placentero que me habéis proporcionado.

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