Todos azules.

No hace falta mirar. Es el sol quien te mira, inmóvil clavado ahí en lo alto, señoreando un cielo azul implacable. Azul como el filo del acero. Destemplado, tenso, parche de tambor seco. Azul. Imagino los desiertos, esos lugares dados a visiones caprichosas y realidades puestas bocabajo.

Claro que no cabalgo un dromedario si no un bus escoba urbano de línea. Ni llegaré a oasis alguno, ni se me aparecerán los ángeles o los diablos. Aunque sí visto de oscuro como las gentes del desierto, llevo un sombrero de paja con ala bastante ancha. Y debajo lentes. Muchísima gente lleva gafas de sol. Y debajo una máscara. Vamos, que no me conoce ni el padre que me engendró. Me voy riendo bajito. Con la paranoia que nos entró cuando aquello de nada de velos ni ropones, que nadie sabe quien hay debajo de una máscara y un pañuelo. 

Nosotros. Incluyendo tíos. Sombrero, máscara, gafas negras...

De veras es un buen chiste: ahora los "moros" (o al menos los tuareg) somos nosotros. Si creyéramos menos y razonáramos más, hasta nos redimíamos de tantas imbecilidades

Imagen de Ainhoa González de Alaiza, bajo la misma licencia que el blog.