Albayalde: el precio de la inmortalidad.




Estos dos retratos muestran a Isabel Tudor. En el primero es una joven adolescente, una princesa que jamás llegará a reinar puesto que tiene un hermano. Un retrato de los que se hacen copias sin mentir del todo, pero mejorando cuanto sea posible para animar a posibles pretendientes. Nada nuevo. O sí. Con un libro abierto a su lado y otro entre las manos, en pie y no arrodillada en una iglesia, sin velo de doncella y sin bajar la vista, pelirroja, despejada la frente, fruncida la boca, sosteniendo la mirada. Envía un mensaje. Y no se trata del marketing que hará a los posibles interesados apuñalarse ante su puerta. Marca distancias. No por sí misma, claro: ella no pagaba la campaña cazamaridos. Pagaba su padre, todavía lo bastante seguro de sí como para permitirse algunos lujos escandalosos en su época. ¿Me habéis excomulgado, venís a por mí? Pues ahí queda eso.

Las cosas no salieron así. El segundo retrato es una copia tardía que consideran fiable. Yo también, en tanto que símbolo. El retrato oficial de la coronación de Isabel I, alias la Reina Virgen, alias Gloriana, alias la Buena Reina Bess. Ya no es una adolescente, tiene 25 años (de aquella época, cuando una dama solía tener ya tres o cuatro hijos y ser honorable matrona). Y reinará, sin marido ni hijos, cuarenta y cinco años más. Dos generaciones de súbditos solo la recordarán a ella. Isabel. Gloriana.

Los que habían aceptado la reforma de Lutero (no el arreglo de Enrique VIII) gastaron en vano años y años de prédicas, púlpitos airados y panfletos acusándola de idólatra. Acusación mal formulada. Querían decir que de alguna manera había sutilmente desplazado el culto a María (la madre de Jesús) por una imaginería propia: sabia, culta, prudente, victoriosa, virginal. Siempre nos espera una explicación racional de turno y en su turno: Isabel Tudor contrajo la benigna varicela, y como debían ser bobos de traca nadie le dijo que no se rascara. Vamos, que le quedaron marcas en la cara, y por eso se puso una máscara de albayalde. Lástima de tesis doctorales aprobadas.


El asunto venía de antiguo. Eso que veis es una caja cosmética griega que contiene carbonato básico de plomo, en árabe al-bayud, "blancura". Albayalde.

Claro que nos suena, a todos. Ocupa milenios de historia. Y de poemas que a veces parecen oscuros, y ambiguos. De realidades. Esas pinturas prehistóricas de Tassili. Esas tumbas egipcias,  las imágenes de Creta, las de Etruria. Mujeres pintadas de color blanco, hombres de piel ocre dorado. Vuelven los de siempre a decir lo de siempre: "ellos salían al sol y ellas estaban en casa." Si las imágenes no incluyeran escenas al aire libre, festivales públicos, árboles y campos. ¿Llevaban sombrillas? 

El blanco es ambivalente. Todos los occidentales que leamos esto estamos -sin duda, más o menos- marcados por el cristianismo y la Biblia. El Cordero de Dios es blanco, y simboliza vida. La lepra es blanca, como heraldo de la muerte. El virginal lirio es blanco. También lo es la impura lechuza, que antes de asimilarse a la tumba fue el símbolo de Atenea. 

Las sacerdotisas se pintaban de blanco. Blanca es la Luna, esa que dibuja un tiempo circular y eterno. Por supuesto que las sacerdotisas morían, pero...¿quienes eran? 

Una máscara inmortal, albina, siempre idéntica a sí misma. La máscara de Isabel Tudor. Tenían su razón los escandalizados predicadores. No solo reclamaba para ella la veneración debida a María, sino una memoria larvada mil veces más arcaica. 

La inmortalidad tiene un precio. Ser un icono sin rostro personal. Llevar una máscara y el resto de símbolos (el retrato de coronación los muestra todos) que te separarán para siempre del tiempo para ser la eternidad. Y otro precio asociado: la inmortalidad te matará, porque poco a poco la máscara pintada de plomo irá envenenándote. Reconozcamos que en el siglo XVI Gloriana pagó lentamente, y que sin duda estuvo a la altura -en años de vida- de la inmortalidad ganada. El resto es silencio.



Bibliografía:




Elizabeth I is famous for her face powder. Why she wore it and whether it poisoned her is complicated.



Retratos de Isabel Tudor





Imagen 1: Isabel como princesa, autor desconocido, hacia 1546. Dominio público, cortesía de P.S. Burton.

Imagen 2: (Copia tardía) del retrato oficial de coronación de Isabel I. Hacia 1600-1610, autor desconocido.  Dominio público, cortesía de David Williamson.

Imagen 3:  Caja de maquillaje con pastillas de albayalde, siglo V aec, dominio público, cortesía de Bibi Saint-Pol.



Comentarios

  1. Un articulo muy interesante en toda su extensión y temática. Al final de una manera u otra fue inmortal y una diosa. Un abrazo.

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    1. Gracias. Los temas merecían la pena. Como siempre, empujando para resumirlo XD.

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  2. Interesantísimo relato. Puede que la varicela la librara de muchos otros males, además de hacerla inmortal. Feliz Navidad y un año 2019 pleno de hechos positivos y mucha, mucha salud.

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    1. Gracias por tu tiempo y tu comentario, Mara: Muy felices fiestas, muy buen año nuevo.

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  3. Me he quedado alucinada Guille. No sabía de esta historia. Y lo cierto es que ha llegado a ser inmortal en el sentido de que ahí está, siempre presente. Ainsss, las mujeres y la belleza.
    ¡Muy felices fiestas amigo mío! :D

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    1. Me alegro mucho de que te haya interesado, Margarita. Para ti y los tuyos muy felices navidades. Y si os toca el Gordo (o un mordisquillo), mejor. Gracias por leer y comentar.

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  4. Aparecer pálida ante los ojos de los demás emitía una información: se pertenecía a la clase aristocrática, aquella que te permitía estar a la sombra, sin trabajar de sol a sol, viviendo de las rentas. Los demás estaban sucios y morenos, requemados por el sol. Aunque en Inglaterra seguro que un poco menos que en Andalucía. Isabel I se embadurnaba la cara con albayalde por motivos, además, de belleza.
    Interesante.
    Un saludo

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    1. Muchas gracias por tu tiempo y tu comentario, Carmen. La siguiente, para el feliz año nuevo XD.

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