Desmontó agachándose hasta quedar en cuclillas, pasando la palma de la mano
por la dura hierba. Los otros dos subían
la ladera a pie, con los caballos ramoneando tras ellos. Abajo esperaba el mar.
Ese mar azul tan viejo, tan calmado tejiendo traiciones. Silencioso, agazapado,
rumiando en mil lenguas: contando para sí historias huidizas, engañosas crestas
de espuma. Entrecerró los párpados.
Habían medido el terreno a ojo y a cuerda, además de comprobar los
viejos mojones y las lindes. Desde la cima de la colina podía verse todo. Un
río modesto en verano que sería peligroso con las lluvias, apenas un hilo con
su ancho cauce labrado que terminaba desapareciendo en la arena de la playa.
Ruinas. Viejas, de buena cantería. Siguiendo la ondulación más suave de la
ladera, losas de piedra. Una calzada romana.
Ratón miraba a uno y otro lado mientras subía, menudo e inquieto,
atento a los detalles. Su nombre de pila era Jaume, alias Yago: un hombre moreno como los de
la isla de Hibernia. Y detrás, más reposado y mirando otras cosas, subía el
cojo. Ya no cojeaba, algo que nadie había imaginado. Plantaba los pies un tanto
despacio, pero había dejado el bastón y no se apoyaba en el lomo de su caballo.
Mucho más abajo, donde el valle se hacía plano y las sombras de las ruinas se
alargaban ya hacia levante, la figura enjuta de Fernando se atareaba buscando
alguna cosa entre la carga de las mulas de reata. Podían quedar un par
de horas de luz, no más. La noche más larga del año. Aquel gran terreno vacío
con su playa abajo sería sin duda muy frecuentado. Sacudió la cabeza, dejando
correr entre los dedos la tierra blancuzca, reseca, con restos de rojo oscuro y
briznas casi pardas. Ahora veía lo que Fernando había sacado de la impedimenta,
una larga asta con su estandarte. Lo clavó en el suelo allá lejos, y la tela
ondeó como una vela al viento marino. Se puso en pie. Mirando. Y susurró en su propia lengua, tan bajo como para que el viento
no se llevara el eco.
-Y a los islandeses nos llaman locos. Nueve partes de locura
repartieron en esta tierra.
No era un mal sitio. En especial, porque todo estaba por hacer. Sacudió el polvo y la tierra de su manto. Los restos de las
piedras que no se habían llevado tras siglos de abandono contaban su historia.
Hubo una casa grande, muy grande. Una casa de campo romana con almacenes. Y la
curva de la ladera estuvo cultivada, quedaban restos de bancales. Miró hacia
atrás. La calzada, y detrás montes altos, hacia el noroeste. Una finca necesita
mucha agua dulce, tuvo que haber un canal, un acueducto, algo así. Rehacer
bancales no es tan difícil. Un acueducto ya supone harina de otro costal.
Podría hacerse, con un ingeniero. Llevaría mucho tiempo, enterrar el resto de
su vida en aquel balcón sobre el mar. Eso no terminaba de gustarle.
Mientras subía, Ratón había desmenuzado entre los dedos todo lo que
iba pisando. La fibra seca era de vides, la conocía. Vides de vino blanco, como
algunas cercanas al mar de su tierra nativa. Lo demás habían sido huertos
estrechos, diversos. Y zonas de monte bajo conservado, plantas olorosas, duras,
de la zona. Romero, sobre todo. Se imaginó matas con flores azules. E
imaginándolas, supo lo que faltaba: colmenas. Tuvo que ser un lugar próspero,
la casa de campo de algún romano de Barcino miembro de la curia municipal. De
eso hacía demasiado tiempo, aunque la tierra tiene una memoria muy larga.
Cuando llegó a la cima de la colina miró abajo. Sus ojos adivinaron una sombra
entre la tierra reseca. Algo debía significar. Pero otra cosa llamó su
atención, aparte de que Guillermo el cojo estaba ya junto a ellos y no
resoplaba. Se puso la mano en la frente.
-¿Qué hace Fernando? ¿Plantar el estandarte? Es la noche de san Juan,
mañana se lo habrán llevado los muchos que andarán retozando por aquí.
-Eso es lo que hace, ver si se lo llevan o lo dejan –dijo el cojo-
-¿Una apuesta? –el islandés los miraba-
-Un pulso.
-¿Contra quién?
-Quiere saber si Gilbert Erall va de farol y nos ha enviado al fin del
mundo, o si las gentes evitarán robar el estandarte y se hacen una idea de la
nueva situación. Para entendernos, quiere saber si la sombra de Barcino llega
hasta aquí, a ocho leguas cabales.
-¿Y eso le importa mucho a Gilbert? –Ratón se encogió de hombros- No me
pareció que se fijara en nosotros aparte de darnos la bienvenida y unas
órdenes. Creo que no le importaba, pensaba en otras cosas.
-Le importa hacerlo bien, porque tiene planes más altos. Y
sabe que para intentar llevarlos a cabo ha de dejar su terreno seguro, todo bien atado. Necesita apoyos, ha de dar algo a cambio.
-Y nosotros somos sus...
-Salvoconductos.
-¿Para?...-frunció duramente el ceño-
-Eso mejor luego –el islandés calculó la altura del sol- ¿Vamos a
acampar al raso?
-A ver si deja clavada el asta de una vez y se decide.
-Hagamos que decida –Guillermo se metió los dedos en la boca y silbó
hasta que el hombre que calzaba con piedras el estandarte los miró. Luego alzó
los brazos preguntando por gestos: abajo, o arriba.
-Arriba, acampamos –asintió el islandés- Mejor. Hará menos calor y
tendremos viento de las montañas. Ahí hay un mojón romano, Guillermo. Lee, está muy gastado.
-Miliario.
-Nunca me gustaron los romanos –gruñó- A ver a mil pasos de dónde
estamos.
El hombre enjuto, alto y moreno subía ya la ladera hacia ellos, con su
caballo y las mulas de reata. Guillermo se escupió en las palmas de las manos y
frotó con ellas la vieja piedra romana. La luz rasante ayudaba.
-Es la vía Augusta. Siguiente posta, Aquae Calidae, así sin
medir…menos de una legua.
-Unas termas.
-Sí.
-¿Te suena? Después de todo, es el reino en el que naciste.
- Nací mucho más arriba. Bastante lejos.
-¿Te suena, o no?
-Tendría que pensarlo.
No tenía gran cosa que pensar. Fernando los había sacado vivos, a los
tres, del desastre de Tierra Santa. Allí le pareció siempre un hombre templado,
silencioso pero no servil, inteligente, capaz. Ahora no sabía en dónde estaba,
y cada vez que un monje duda repite la Regla, el único asidero de su vida.
Cuando les ordenó acampar bajó la vista, obedeció, como Ari y Jaume. Ni les
dio tiempo a hacer nada. Vinieron a buscarlos. Tarde, pero era de
esperar.
Una legua no da para mucho. Tal vez Fernando aún no se diera cuenta de
que ahora estaban en retaguardia, donde poco o nada se sabe. Donde funciona
como una máquina romana el inmenso trabajo que acababa de estrellarse en Tierra
Santa. La influencia, las alianzas, la administración implacable, las
contadurías. Si nadie invalida las órdenes que se dieron antes por escrito ni nadie pleitea por ellas, no hay problemas. Fernando le parecía erguido y tieso
de más en su montura. Incómodo.
Luego descansaron, los cuatro, bien alojados. Ninguno roncó, o al
menos él no oyó ruido salvo el de la noche fresca por la brisa del mar. Y
temprano madrugó el alba de san Juan, día de festejo. Antes de que acabara se
había hecho una idea, tan clara como recta era la vieja calzada romana que
habían seguido. A veces el viento te da la espalda, y otras sopla a tu favor.
Depende de cada hombre si es una roca dispuesta a ofrecer resistencia, o una
vela de barco. No rezó por los muertos, porque alguna vez hay que dejarlo, pero
sí por su comendador sin encomienda. Ahora tenían el viento de popa. Sólo había
que cogerlo y dejarse llevar sin el lastre del pasado.
(Con mi afecto hacia Aquae Calidae, Caldetas o Caldes d'Estrach, que todos esos nombres lleva: me marcó mucho cuando no levantaba una vara del suelo)
Qué bueno.
ResponderEliminarMuchas gracias, Sota: me alegro de que te haya gustado.
EliminarGilberto Erall existió.
ResponderEliminarClaro que existió. Y llegó a ser Gran Maestre. Cuando se escriben relatos históricos, al menos todo el entorno ha de ser totalmente real..y lo novelado, lo más coherente posible.
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarGracias, Juan Marcos. Muy amable.
ResponderEliminarQué bueno.
ResponderEliminarGracias, Sebastian.
EliminarMe gusta mucho, qué original...
ResponderEliminarY a mí me gusta que te lo parezca: muchas gracias, Aur.
EliminarYa se ve que dejó una buena simiente inspiradora en ti. Me has transportado a esos tiempos que hoy llaman oscuros, pero que en realidad no lo eran, para acompañar a Ratón, a Fernando y los otros en su aventura.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias, Carmen. Como suele decirse, que te hagan viajar es lo importante de los relatos. Te agradezco el ánimo (y mañana es viernes, a todo esto, buen finde).
ResponderEliminarMola. Quiero saber más.
ResponderEliminarXD...¿Qué más quieres saber, Pedro Hacha? Gracias por leernos, y por comentar.
ResponderEliminarEs tan real que a veces da...¿Miedo?
ResponderEliminar¿Por qué? me encantaría saber tu opinión, Lucas.
ResponderEliminarCuantos enigmas.
ResponderEliminarMuchas gracias, Merit. Que contenga enigmas es siempre un elogio.
ResponderEliminarMe lo llevo en la mente para las vacaciones. Gracias.
ResponderEliminarDe nada, Fearn: si tus vacaciones te llevan por esa zona, aparte de los baños (todo modernizado, aunque conserva un Museo del pasado romano) pregunta por la Torre de los Encantados. Te encantará.
ResponderEliminarMe ha encantado. Espero saber más...XD
ResponderEliminarCreo que eso ya lo han dicho por ahí...XDDD
ResponderEliminarAnda, si es de templarios XD
ResponderEliminarSí, Migue...es de templari@s XDDDDD
ResponderEliminarTemplarios otros de mis favoritos
ResponderEliminarAnoto, anoto...XDDDD
Eliminar¿Saber más? Claro.
ResponderEliminarPues igual se sabe más...gracias, Alodia.
EliminarMuy bueno.
ResponderEliminarMuchas gracias. Por cierto, a mí también me gusta XD
EliminarFascinante, me encanta.
ResponderEliminarGracias por releerlo, Merit. Buena señal (al menos para mí, claro XD)
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