Terminó de recoger los periódicos que cubrían el
suelo y las contadas gotas caídas. El salón olía a pintura hasta dar dolor de
cabeza. Verde manzana y ocre. No era la Sixtina, pero le dolía lo mismo que a
Miguel Ángel. El cuello, los hombros, la frente fruncida, los brazos. Limpió el
rulo y las brochas. Y oyó los pasos inconfundibles de la vecina. La atenta
vecina. Joaquina. Fingir no estar, imposible. Se quitó el gorro de ducha
abriendo la puerta.
Nunca le había invitado a pasar a su casa. La mujer
observaba esperándolo mientras se quitaba el mono de faena y se limpiaba las
manos. Luego le tocó observar a él. Un piso idéntico que parecía otro mundo.
Había imaginado la típica casa de anciana con fotos en sepia, algún santo,
muebles años 60, tapetes de crochet y jarrones delirantes. Mantuvo la
compostura. Un salón con muchas plantas vivas que continuaban su selva hacia el
balcón, eso sí. Ikea, no reliquias. Colores alegres, estanterías y tecnología.
Un Pc a lo sumo con un año, impresora escáner, micrófono, memoria auxiliar. Y
libros hasta no dejar apenas espacio para jarrones ni figuritas. Donde no
crecían los libros, se apilaban dvds.
-Es usted muy amable, gracias –dijo, sentándose
donde ella le indicaba- No tenía que molestarse.
-No es molestia, es curiosidad.
Parpadeó y decidió reírse. Joaquina le ofrecía una
lata de cerveza fría. ¿De oferta? Claro. Pero muy bien elegida. Puso otra para
ella, y en medio una bandeja con tortilla de patatas cortada en cuadros,
banderillas en un cuenco de barro y ensaladilla rusa en otro. Con colines y
servilletas de papel. Casero y desenfadado.
-Ya está invitada a la fiesta de inauguración -le sonrió a la mujer- Y no
valen excusas.
-¿También por curiosidad?
-Bastante. Y porque su tecnología es mejor que la
nuestra, y eso siempre resulta interesante. Porque lee, por supuesto. Así en
plata, porque me imaginaba a una señora mayor con una Santa Cena en la pared y
no la sucursal del CSI.
-Iré con mucho gusto. Me has ganado con lo de la
sucursal del CSI. ¿No comes?
-Tengo que ir a recoger a Estela. Comería de muy
buen grado, y me tragaba la cerveza y otra más, no se lo desprecio.
-Os lo guardo. Aún no tenéis los muebles ni lo de la
cocina, ¿No?
-No.
-Pues pasaos al volver y comemos.
-Es usted realmente muy amable.
-Soy la Joaquina. Joaquina Pérez Galileo, mejor de
tú.
-Jacobo Mestre Díaz. El postre lo traemos nosotros,
Joaquina.
-Hecho. Y ponte el casco, que los otros del casco no
perdonan. Dicen que les dan un plus por cada multa que ponen.
-Descuida.
Imagen: Wikimedia Commons.
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Muchas veces nos imaginamos cosas que son de otra manera. Me encanta.
ResponderEliminarGracias,Merit. Muy cierto: nos imaginamos cosas, y así nos quedamos luego, descuadrados XD
ResponderEliminarDescuadradísimos. Los tapetes y las estampas de santos también me los había imaginado yo.
ResponderEliminarY yo. Por eso lo escribí XDDD
EliminarUna de misterio.
ResponderEliminarLa verdad es que si...XD
EliminarEsas cosas pasan. Que nadie es lo que parece.
ResponderEliminarNadie es lo que parece. Tienes razón.
EliminarSí que me gusta. Lo malo es que quieres seguir sabiendo más cosas, como en los folletines por entregas de siglo XIX
ResponderEliminarSi son como los de Alejandro Dumas...enganchaban, y se vendían como rosquillas XDDD. Gracias, Andrés.
ResponderEliminarPues por entregas, vale XD
ResponderEliminarXDDD
EliminarPor entregas, por entregas jjajajaja
ResponderEliminar¿Por entregas? XDDD
EliminarHe comentado antes, pero se ve, que se ha perdido por este inmenso mundo de Internet.
ResponderEliminarMe ha encantado, y vuelvo a decir que desde hoy soy fan de Joaquina Pérez Galileo.
Muchas gracias...XDDD. Conste que Joaquina es plenamente un personaje creación de Leonor, como Estela. Digamos que yo hago los coros.
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