La policía decidió que no había mucho más que ver
por lo que hizo más grande el perímetro de seguridad, y allí sólo quedaron ellos y los bomberos.
Era mediodía cuando llegó al parque, se sentó en un
banco, sacó el libro y se puso a no leer, mientras intentaba descifrar lo que
él le había contado en su cita.
Habían hablado de cosas intrascendentes durante la
cena, hasta los postres y los cafés. Ya entonces eran viejos amigos. Acabada la
cena, hubiera tomado la primera y última copa en su casa, pero contrariamente
pasearon media noche por la ciudad y sus lugares favoritos. Él le había
resumido su historia: profeta en tierra extraña, había dado clase en varias
universidades europeas, se especializó en historia antigua y medieval, uno de sus hobbies era el arte del perfume por
lo menos ante los más ortodoxos. Amante de los libros, cuanto más antiguos y
extraños, mejor.
Cuando él habló de libros y perfumes pensó en
alquimia y en las historias que había leído sobre los que se habían iniciado en
aquella senda. Acaso sería uno de ellos…
Levantó la vista de la página que no había ni
siquiera mirado. Sintió hambre y pensó en comer algo, sus pasos le acabaron
llevando al lugar donde habían cenado. Se sentó y pidió, todavía no se creía lo
que sus ojos habían visto. Cuando se
dispuso a pagar, la camarera que la había reconocido le acercó la cartera de su
“compañero”. Al parecer se le había caído al salir del restaurante. Ella le dio
las gracias, la abrió y lo primero que hizo fue buscar su dirección. Si estaba
aún con vida la única manera de saberlo era visitarlo.
No quedaba demasiado lejos. Guardó la cartera en su
bolsillo, ya se imaginaba los consejos de las tres terapeutas que tenía como
amigas. Decidió no contarles nada, sería una pérdida de tiempo.
El portal
estaba abierto y no parecía haber moros en la costa. Subió las escaleras,
todavía a nadie se le había ocurrido acercarse a la casa.
Se dispuso a llamar al timbre pero entonces se dio
cuenta de que la puerta estaba abierta. Echó de menos su paraguas, sacó el
pañuelo y abrió la puerta.
Caminó despacio y casi a tientas, ya que las
persianas estaban bajadas. Cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia lo que
pensó era el salón. Olía a sangre humana, y de eso sabía ya que su padre, al
que sus amigos apodaban el carnicero, era cirujano y de niña había visitado
hasta el último rincón de los quirófanos.
-
Torres,
sé que está aquí, Soy Rivera. Le traigo su cartera, se la dejó la otra noche en
el restaurante. No es por meterle prisa, pero posiblemente en un rato tenga
aquí algunos amigos queriéndole hacer preguntas.
Se encendió una luz y lo vio sentado sobre varias
toallas en el sofá. Diez minutos después salía del portal y cogió un taxi que
la acerco a unos grandes almacenes y allí se reunió con sus psicólogas
particulares con las que pasó toda la tarde.
Al día siguiente los periódicos hablaban de la
desaparición del Profesor Hugo Torres. Nadie supo nada más de él, mientras que
Diana Rivera acabó en tiempo récord su tesis y un mes después, al igual que su
amigo, desapareció para todos sus conocidos.
Fuente Imagen: Wikimedia commons articulo libro user: Docu, licencia la misma que en wikimedian commons.
Buscas la primera parte, pincha aquí.
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¿Y que pasa luego? jajjaajajajaaja
ResponderEliminarbuena pregunta :) tocara esperar como en las buenas historias.
ResponderEliminarYo como el eco. ¿Y que pasó luego?
ResponderEliminary yo como quien contesta al viento, espera un poco mas que lo bueno a veces tarda en llegar.
ResponderEliminarBuenísimo.
ResponderEliminarGracias Andres :)
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