Magalona, Occitania, noviembre
de 1270.
El portón de las caballerizas retumbó al cerrarse
como el trallazo de un látigo. Pronto sería de noche. El mar seguía gris,
agazapado, silencioso. Incluso había oído caer las últimas hojas sobre otras
amontonadas en el huerto. Un día quieto, sin viento. Cualquier sonido viajaba
lejos. Chirridos de carros, los golpes en la fragua, las voces, el tañido de
las campanas.
No sólo esperaba a Raimon. Esperaba algo sin saber
qué. Sin desear saberlo. Un mensajero de la desgracia. Sacudió la cabeza y los
hombros doloridos. Reconocía el dolor, lo había aprendido en Tierra Santa. La
tensión de esperar y pensar sin poder hacer otra cosa que seguir esperando.
Cruzó la sala. Atizó el fuego, miró en torno. Entonces empezó a soplar el
viento del norte, y con la última luz vio levantarse crestas de espuma blanca
en el mar vacío. Así debía ser. El viento cobró fuerza. Raimon subía, oía pasos
en los peldaños de madera. Un cambio.
Cuando estaba en Tierra Santa como sargento a plazo
de la Orden de San Juan del Hospital llegó a aborrecer la disciplina, las
rutinas, el sol del verano y las lluvias invernales, el día y la noche. Sin
embargo ahora, aunque estaban solos y aquello había pasado cinco años atrás,
comían en silencio. Pensaban en silencio mientras bebían buen vino moderadamente
aguado.
El mismo día que bajó a los sótanos de la torre
calabozo de Arsuf había trazado un plan sin saberlo, sin ser consciente de cómo
anudó los detalles y tomó una decisión. Aquel día pasaron largas horas
empalmando tubos de barro cocido, los que se emplean para canalizar acequias, y
desviando agua desde el profundo pozo del patio de armas hacia la zona donde
minaban los mamelucos. Y cuando casi fue de noche y ya no se veía Raimon tiró
de su manga embarrada para que se quedaran un poco atrás de la doble fila de
hombres, y le susurró:
- ¿Has bajado a las cloacas para escuchar mejor si
minaban?
- Sí.
- Atiende. Desde hoy mismo no bebas ni una gota de
agua. Finge tener malestar, ve a menudo a la letrina. Harán que te proporcione tisanas
de hierbas. Eso lo hago yo, los médicos están muy ocupados. No agües el vino,
ni te emborraches. Ni una gota de agua sin hervir. No me preguntes. Y si dices
algo de esto lo negaré todo. ¿Me has entendido?
- No.
-¿ Quieres vivir? Haz lo que te digo.
- ¿Qué harás tú?
- Lo mismo. No soy insolente ni tengo la boca como
una hornalla. En mí confían. Vamos a ponernos enfermos, pero seguiremos
trabajando a base de tisanas. Y ahora cállate por una vez en tu vida, Eudes.
Nunca había imaginado que Raimon también era un
sargento a plazo, casi un vecino suyo del mismo país. No tenía acento, hablaba
latín como un obispo y siempre le pareció un mozo serio, obediente, buen
luchador, estudioso y devoto. Un futuro monje guerrero, un novicio ejemplar. El
día cuarenta del asedio, tres después de que expirara la tregua con Baibars, la
primera torre de la barbacana se derrumbó. Todos estaban enfermos salvo ellos
dos, que lo fingían. Aguantaron cuanto pudieron, hasta que una piedra de las
que seguían cayendo dejó a Raimon ensangrentado y sin sentido. Era alto, pero
delgado. Entre la polvareda cegadora le quitó cuanto peso pudo de encima, cota
y casco. Hizo lo mismo con los suyos, se lo cargó al hombro y corrió hasta la torre
calabozo con la llave entre los dientes.
Del cántaro roto sólo tomó lo necesario para pagar a
un pescador y su barca. Más tarde lo contaron sin mentir, aunque eliminando
algunos detalles sobre los que nadie les preguntó. Pasada la Pascua de Navidad
venció su plazo, y los dos regresaron a occidente. Por la misma razón, aquella
de la que nunca habían hablado. De un modo u otro todos eran familia, amigos o
vecinos en Occitania. El país de los herejes, como lo llamaban los que lo
habían arrasado a sangre y fuego. Una denuncia anónima, una venganza, una
sospecha bastaban para desaparecer a manos de los hombres del rey de Francia o
de los obispos que éste había colocado en sus sedes. Dos cruzados que habían
luchado por la Iglesia hasta casi morir valían más que el mejor linaje. Era su
seguro de vida. Y el de aquella mujer con la que se casaran, y su familia. A
los franceses les parecía natural que buenos cristianos aprovecharan para
matrimoniar con damas dueñas de tierras y patrimonios, sólo ligeramente
sospechosas por pertenecer a una u otra de las grandes casas nobles herejes que
se habían quedado sin hombres. Raimon se estableció en Montpellier y acudió a
la Escuela de Medicina. Nada extraño en quien había estado entre Hospitalarios.
Y se casó. El plan de Eudes estaba ya trazado: lo había urdido su madre, lenta,
minuciosa y discretamente. Tomó por esposa a la viuda de un hereje de los de
Tolosa, muy remoto pariente. Tenía una hija que adoptó como propia.
Hablaron después de la cena. El viento del
norte empujaba los gruesos tapices. Se
oía el eco del mar carcomiendo la arena de la playa. Eudes añadió un buen
tronco al fuego y redujo el agua que mezclaba con el vino. Hay noches muy
largas.
Las noticias siempre llegan lejos. Siempre llegan a
través de mil bocas, de oídos prestados, de ojos que nunca vieron lo que
cuentan. A menos que se pongan por escrito. Y aun así, varían según quien las
escriba, con qué intención, y a cambio
de qué. Cuando Arsuf cayó unos dijeron que todos los hospitalarios murieron con
las armas en la mano, y otros que se rindieron por sus vidas. Los primeros
juraron que habían sido mártires de Dios, y los otros que levantaron el dedo y
juraron la ley del Profeta. Nadie volvió a verlos. Excepto a ellos dos, Raimon
y Eudes, dados por muertos mientras los mamelucos saqueaban y echaban abajo la
fortaleza. Ambos juraron que, antes de perder el sentido, casi todos sus
hermanos estaban muertos ya, y que no creían de ninguna manera que Baibars
hubiera perdonado al escaso resto. Testigos fiables. Así se consideró. Los
rumores se apagan como el rescoldo cuando otros nuevos vienen a sustituirlos.
Alguna vez hay que decidirse. A no saber nunca, o a
abrir la puerta a saber demasiado. Eudes se volvió hacia Raimon.
-Aloise, tu mujer, murió y no te dio hijos. ¿De qué
murió?
-Ella y su doncella más amiga murieron de mal del
pecho, neumonía como lo llamaban los griegos. Dije que era un mal muy
contagioso, y mis colegas de la Escuela lo ratificaron. Las enterramos el mismo
día. Tiene una hermana menor que es mi pupila. Y está en edad de casarse, consiente
en el matrimonio. Hablo mucho con ella.
-¿Por qué el agua hervida en Arsuf, Raimon? ¿Por qué
marcar con una daga a los trabajadores y darles harina en dos sacos? La gente
del común la mezcla.
-Nadie sabe por qué. Ni en Montpellier, ni en
Salerno ni en oriente. Muchos dicen que hervir el agua mata ciertas
pestilencias, otros que se trata de polvo invisible que muere con el calor.
Pero sabemos que casi nadie muere si no bebe agua sin hervir, y eso es
bastante. Y sabemos que si se hace un ungüento con residuos de la enfermedad,
se calienta sin hervir, y con una daga se infecta a un sano, padecerá sin morir
y nunca más será pasto del mal. Eso lo escribieron los musulmanes copiando de
la gente amarilla del fin del mundo, que moría de esos males del agua y
aprendieron.
-¿Y la harina?
- Eudes. ¿Nunca has visto una procesión de tullidos y
locos yendo a buscar las bendiciones de San Antón?
- Claro que sí. Muchas veces.
- Pero nunca has viso amasar.
- No. Sí. En Arsuf.
- No te importaba. La harina de trigo la codiciaron
los sitiadores. No vieron motas oscuras en ella, tenían hambre, hicieron pan. Y
como Baibars había empeñado su palabra le dejaron a los trabajadores la harina
de centeno, harina de pobres.
- ¿Y?
- Lo que cuentan. Que Baibars arrasó Arsuf y se fue
pensando en más campañas. Pero no hubo otra en dos años. Su ejército se
consumió. De pestes, de mal del agua, de fiebres, de tizón de la harina. Le
costó caro.
Eudes necesitó una copa y un espacio de tiempo.
Tizón de la harina. Fuego de San Antón, lo llamaban ellos. Mal del agua. No
mataba a todos, aunque hacía estragos. Pestes. Eso sí mataba. Lo había visto.
Lo vio en sus hermanos cuando la torre barbacana de Arsuf se vino abajo. Tenían
los ojos brillantes como las fieras. Habían adelgazado. Eran troncos secos,
todavía capaces de matar. Ya estaban muertos.
-¿Qué pasó luego?
- Que los mamelucos tenían hambre y sed. Comieron de
los muchos panes, bebieron hasta hartarse del agua de los aljibes.
- ¿Y murieron?
- No. Empezaron a morir dos semanas después. Antes
los que comieron pan blanco con tizón.
- ¿Qué había en los aljibes?
- Animales muertos, hermanos muertos, vendajes
usados, el contenido de las bacinillas. De todo.
Eudes miró a Raimon, incrédulo.
- ¿Y todos bebían del aljibe? ¿Lo sabían?
- Lo sabían. Si no puedes matarlos vivo, mátalos una
vez muerto. Los tocaron, los registraron. Los juntaron en una fosa común. Basta
con respirar un rato al lado de los recién muertos ya enfermos, basta con beber
del aljibe y comer pan. Baibars tardó en reponer su mejor ejército.
Baibars tardó en reponer su mejor ejército. Sirvió
de algo, o no sirvió de nada. Después de todo, nunca fue verdad.
Sobre el tesoro de monedas hallado bajo la torre
calabozo de la fortaleza de Arsuf en 2013 existen dos hipótesis. Una, que lo
ocultaran los musulmanes en 1190, cuando Ricardo Corazón de León tomó la zona
(sin destruir el castillo). Otra, que lo enterraran los caballeros
hospitalarios antes de que Baibars los venciera en 1265. Cualquiera de ambas,
incluso las dos, podrían ser válidas. Para mí lo han sido, en el marco de una
ficción histórica.
Bibliografía.
Imagen: Catedral de Magalona, Wikipedia.
Impresionante. Lo recomendaré.
ResponderEliminarVaya, estaba 'aguantando la respiración'...XDD
ResponderEliminarMe ha enganchado, Thorongil Gilraenion, me gusta. (Lucas, es una historia de guerreros con mujeres como móvil y trasfondo, de cátaros, que te hace falta un café con gotas XD)
ResponderEliminarXD...Bueno, Alodia, sin duda también es eso. Me gusta tu interpretación del relato. Ninguna es todo lo que se deseó contar, cada una es algo que no se contó. Gracias.
ResponderEliminarEs de las que enganchan, pero muy triste.
ResponderEliminar¿Por qué te lo parece? No salieron tan mal librados (los protagonistas, que son ficticios)...Y la imagen es de a catedral de Magalona, en la actual Francia. El lugar también existe, como fue verdad la implacable cruzada y persecución contra los cátaros.
ResponderEliminarEso duele. El relato. Siempre hablas de los que acabaron mal.
ResponderEliminarLos que acabaron bien no recuerdan, Encina.
ResponderEliminarCreo que ahora sí lo he entendido todo XDD
ResponderEliminarPues cuéntamelo, Alodia XDD
EliminarQue bueno es.
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan. Me alegra que te guste.
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