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Cartel del tintero de Oro 

El reloj era lo único que se escuchaba en el salón de los retratos, el único lugar donde podía estar mientras todos los demás reposaban después de la comida. Sentada en el sofá carmesí contemplaba cada uno de los cuadros, unos de familiares suyos, otros de artistas famosos. Algunas tardes acababa dormida por el sopor de calor y el movimiento del péndulo. Aquella tarde, al contrario, estaba despierta: atenta a cada movimiento, algo se respiraba en el ambiente. Quizá por  que sus padres se habían separado, ella se quedaba con su madre y ahora aquella casa seria su residencia permanente. Isis, su abuela, era una mujer excéntrica que quería mucho a su hija y a su nieta. Poco le faltó para abrir las puertas de su casa a ambas.

Dieron las cinco, y el retrato de la tía Agatha le habló.

- Así que habéis vuelto a casa. Imagino que en septiembre te incorporarás a la Escuela de Magia, seguro que los aires de los Pirineos te sentarán bien.

Otras voces fueron opinando hasta que Selene no pudo más, y salió de la habitación. En el salón la esperaban su madre y su abuela con la mesa preparada para una merienda. No era su cumpleaños. ¿O sí? Entonces uno de los ventanales se abrió, y una lechuza dejó una carta sobre la mesa. 

En menos de un mes su vida había cambiado mucho. Siendo muy pequeña había vivido muy cercana al mundo de la magia, pero con el paso del tiempo sus padres decidieron criarla en el mundo de los humanos. Aunque lo otro siempre estuviera allí. Su abuela se había permitido pequeños regalos y recuerdos que hasta entonces habían estados dormidos. 

Papá siempre decía que las cosas de su madre, su abuela y su tía eran tonterías de mujeres. Rarezas. Supersticiones. Pero en la Escuela había niños, tantos como niñas. Niños magos, aprendices de magos igual que ella. Iguales. Y a ellos también les habían llamado raros. Eso empezó a descubrirle el mundo.

Y aprendió la palabra. Muggles. Su padre era un muggle. Una taza con asa, ponía en el diccionario. Un profesor le dijo que una taza tiene asa para que la agarren, y está vacía. Se lo pensó. Tienes que estar agarrado a algo, y estás vacío. Tal vez papá era así, un muggle.

Bassam hacía honor a su nombre. Siempre sonreía, y cuando nevó fue el primero en salir a disfrutar de algo que nunca antes había visto ni sentido. Era uno de sus compañeros de clase. Como Chihiro, la de ojos rasgados y casi dueña de su varita de maga. Era genial. Selene era buena materializando ideas, creando formas. Y su amigo Tuana sabía de todo. Los cuatro estaban en la misma clase, y se sentaban juntos en el enorme comedor. Selene nunca había tenido amigos niños. Ni una amiga especial, como Chihiro.

Faltaban un par de días para las vacaciones de Navidad. Ya sin clases, haciendo maletas y esperando la gran cena de despedida de trimestre. Para ellos sería la primera.

Tiempo libre. Mucho frío y, sin embargo, un día soleado, luminoso, sin viento. Buen día para pasear hablando de sus planes. Para Bassam y Tuana no habría nieve, ni para Chihiro navidad. Otros lugares y otras costumbres.

Cada uno de los cuatro llevaba su mascota a la guardería de vacaciones. Una lechuza, un halcón, un canguro y un dragoncillo no eran muy adecuados para presentarlos en casa. Ya había habido algún percance con mascotas de estudiantes de otras promociones. 

Entonces Zanahoria, la canguro, decidió pasear por su cuenta. Se internó dando botes entre los árboles y desapareció. Por suerte, sus patas dejaban marcas sobre la nieve tensa. La siguieron. Podían oírla, no verla. Entonces algo como una lona, o una gasa, o un telón de teatro cayó de entre las ramas, y vieron. A Zanahoria, y una casa.

Todo fue muy rápido. Un cartel de Prohibido Pasar se convirtió en Bienvenidos gracias a la varita de Chihiro. Y descubrieron la cárcel de los Objetos Mágicos Rebeldes. Escobas furiosas que te golpeaban, una alfombra mágica sin brújula ni rumbo, un reloj que daba mil campanadas cada cinco minutos, setas  bailarinas, trampas para ratones que te pellizcaban.

El reloj culpaba a las setas de su locura transitoria, y de estar en la cárcel y no en el gran salón de la Escuela. Las escobas a la alfombra, que no se dejaba barrer. Las trampas a que entre tanto loco ya no había ratones. 

Casi se perdió la Navidad. Pero esa aventura será contada con más detalles próximamente. Sí hay que mencionar que aprendieron algo valioso: durante el resto del curso debieron escribir a mano en sus cuadernos, no con sus varitas, "No se entra donde pone Prohibido Pasar" antes de cruzar cualquier puerta.

Este fue el principio de muchas aventuras, y una buena amistad.

Ainhoa y Guille.

Para saber más 

https://concursoeltinterodeoro.blogspot.com/2023/12/concurso-de-relatos-39-ed-harry-potter.html