Me vestís inventándome
con las sombras del miedo, negras y blancas;
pintáis mi máscara dura, madera o piedra,
me imagináis con tetas y una guadaña
o con una cara lampiña
de hombre muerto sin sexo, flaco,
huesudo.
No me nombráis, tengo nombre:
mi nombre se susurra
desde las cunas que mezo
hasta el dolor que, por fin, apago.
Cuelgo de la noche de vuestros sueños,
esperándoos.
La única cita real: en Samarra.
Imagen propia, bajo la misma licencia que el blog.
Siempre me gusto esa leyenda la de cita en Samarra . Fascina y engancha y a la vez como tu poema nos muestra la verdad de que andamos huyendo de algo que no esta y que siempre nos encontrara. Un abrazo Guille.
ResponderEliminarObviamente, la leyenda lo sugiere todo. Y en este caso, "leyenda" sigue fielmente su etimología: no algo fantástico, o falso, si no lo que "debe ser leído". La única certeza absoluta en la vida es que todos tendremos una cita en Samarra imposible de eludir.
EliminarFascinante Guille. Además, e incluso fuera de la historia en sí, qué forma más hermosa de expresarlo.
ResponderEliminarLa cita en Samarra...
Besos:D
Gracias, Margarita. La vieja leyenda es la fascinante. El resto, maneras de escribir. Buena semana.
EliminarCita en Samarra, más poético imposible. El miedo a imaginar y crear fantasmas, a que estos nos devoren sin posibilidad de cordura.
ResponderEliminarSaludos, Ricardo.
Muy amable, Ricardo. Claro que la Muerte (la última cita) no es un fantasma, es lo único real. Otra cosa es cómo lo vemos. Buen lunes, y mejor semana.
EliminarTodos acudiremos a esa cita, por mucho que evitemos nombrarla. Hermoso poema. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Mara. Buena semana.
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