Es curioso escuchar el
silencio escondido en cada rincón. No
hay ningún ruido dentro, ni fuera. El tiempo ya no me preocupa, lo que más me
desespera es no tener mi manojo de llaves.
A veces se escuchan gritos
en la distancia, llamadas de socorro y los pasos de gente que corre. Entre esos
ruidos escucho el tintinear de llaves, de alguien que tiene el poder de abrir
las mil y una puertas de este infierno. No sé cual es su cara, ni tan siquiera
su nombre, pero sé con seguridad que mira a los demás con superioridad y que
sabe que en su persona recae la responsabilidad pero sobre todo el dulce poder.
Una vez yo bebí y me envenené
con el licor de ese poder. Allí fuera, durante años, yo fui dueña y señora de
las llaves de nuestra casa.
Era la hija mayor, la
solterona, sí, pero no tenía que mover ni un dedo: había quien lo hiciera.
Siempre cuidé a mis padres, fui su báculo en sus últimos días. Ante mis
vecinos, amigos y comunidad era una
mujer intachable.
Todo cambió cuando regresaron
mi hermano y su mujer. Se habían arruinado en uno de los tantos negocios en los
que invirtieron el dinero de mis padres.
Yo lo había bañado, acunado y mimado en
demasía: allí estaban a la puerta de mi casa pidiéndome asilo por amor de dios
y el de mis futuros sobrinos. Ya entonces las llaves de la casa se me cayeron
por primera vez, tenía que haber hecho caso de las señales, pero no lo hice.
Mis padres ya no estaban, no tenía por qué fingir. El se quedó el dinero, la casa era mía. Todo estaba
escrito y firmado. Pero ellos querían más.
No me quedaban muchas
opciones. Sabía como se las gastaban y prefería ser una loca que una mala
mujer. Aquella noche como siempre serví el café. Bien cargado de arsénico. Se
quedaron tiesos como pajarillos, los encontraron a la mañana siguiente y yo
paseaba por la casa en camisón, con el manojo de llaves bien agarrado. Pensaron
que había enloquecido: el juez lo ratificó al ver los desmanes de mi hermano
con su contabilidad y los planes que tenia para vender a un tercero la casa.
Esto no es mucho mejor que
la horca, pero ya me queda menos para
salir: el doctor Holders se muestra esperanzado con mi recuperación y
buena conducta.
Entonces las llaves y mi
vida serán mías.
Imagen propia bajo la misma licencia que el Blog.
Resulta tranquilizador pensar que el café lo preparo yo...XD
ResponderEliminar¡Qué bueno! Un relato magnífico y desde luego eso sí querida amiga, estoy de acuerdo con Guille, menos mal que el café lo prepara él, ja ja ja. Si algún día consigo escaparme e ir a visitaros, por favor Guille, que Ainhoa prepare las pastas, pero el café tú. ¡Besos chicos! :D
ResponderEliminarGracias Margarita, yo me ocupare de las galletas. :) Buen fin de semana. Un abrazo enorme compi.
EliminarUn relato que te atrapa de principio a fin. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias Carmen. Un abrazo y buena semana.
Eliminarhola! lo prometido, aqui estamos las buhas!! lindo relato que ya compartimos! abrazosbuhos
ResponderEliminarBienvenidas :) un placer recibir vuestra visita. Y un honor compartir letras y tambien lecturas. Abrazos y besos buhiles. :)
EliminarPero.... que pedazo de relato. Me has tenido con ganas de darle una buena patada a esa parejita.
ResponderEliminarUn consejo, esconde las llaves bajo tu almohada.
Besos, Ricardo.
Esconderemos las llaves bajo 7 más. Gracias Ricardo es un placer leerte y saber que disfrutaste.
EliminarEstupendo relato con un magnífico final!
ResponderEliminarGracias nos alegra saber que es de vuestro agrado. Bienvenid@s un saludo.
Eliminar¡Por fin tus llaves y tu vida! Me ha encantado, salvando las distancias entre el tiempo que ocurrieron los hechos y la salida. ¿Encontrará la casa tal cual? Suspense. Saludos.
ResponderEliminarHola Mara: Pues creo que eso lo dejo para vuestra imaginación aunque nunca se sabe si una historia continuara o no. Un abrazo y buena semana.
EliminarTierno relato que abre nuestros corazones como un destornillador. Y lo mejor: la clave del doctor Holders. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Gabriel un placer encontrarte por aquí. Un abrazo enorme.
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