El lavavajillas.







La gota fría del llegó antes que el otoño, y las inundaciones pillaron  al pueblo en bragas. Aquel año el presupuesto de  limpieza del darro  había desaparecido. Se había presentado durante el invierno un informe que avalaba que aquella limpieza no era necesaria. La madrugada del uno de septiembre la tormenta perfecta se presentó y no dejó de llover hasta dos días después. Los daños materiales fueron considerables; por una vez al alcalde la justicia divina le tocó de lleno, ya que se  inundaron varios bajos comerciales de su propiedad y el garaje de su casa, donde tenía un par de coches y otras cosas  sin seguro. Todo junto hizo que aquella mañana tuviera que apalancarse en el baño.

Para alegría de muchos la escuela también cerró y Candela, la conserje, junto a varios trabajadores del ayuntamiento y algunos profesores con botas katiuskas comenzaron hacer balance de las pérdidas. En los sótanos  había marea baja. El barro y los restos del naufragio parecían islas irreales en un mundo ficticio. Se fueron haciendo sitio y evaluando qué podía salvarse y que no. En lo mas hondo, entre algunas sillas y mesas de épocas anteriores encontraron una caja de madera de considerable tamaño que  resistió a la tormenta. 

Sacaron de allí la caja y miraron que había dentro parecía un lavaplatos algo antiguo en buenas condiciones. Curiosamente el de la cocina se acababa de estropear, y el técnico no había venido todavía para echarle un ojo. Subieron la antigualla y la probaron: funcionaba, por lo que ya tenían sustituto, cosa que alegró a Ramona la cocinera de la escuela y a Eduardo, el ayudante.

El pueblo fue retornando a la normalidad, entre la espantada del alcalde a no se que encuentro de regidores de la comarca en plena crisis y a medio año de las elecciones, lo que no gustó a sus votantes, e  hizo descojonarse al resto.

La reapertura del colegio coincidió con la del comedor escolar y el trabajo para cocinera y pinche. La maquina del sótano   funcionaba mejor que la estropeada. Pasó una semana y entonces fue cuando la cosa cambió.

Una tarde cuando Candela estaba dando la ultima vuelta por el centro antes de irse a casa creyó escuchar pasos en la cocina. Abrió la puerta y entró: todo estaba en orden, allí no había nadie. Se fue y no le dio mas importancia. El viernes por la mañana Ramona madrugó  aquel día, tenia bastante trabajo que hacer. Antes de entrar vio por la ventana una sombra que parecía estar en el fregadero. Cuando encendió la luz  no había nadie. No era una mujer miedosa, pero la historia se repitió cada viernes durante un mes.

Después el lavavajillas  a veces funcionaba  solo, y en poco tiempo el fantasma del lavavajillas ya era famoso en en el pueblo. Cuando todo el mundo abandonaba el recinto el ente andaba a sus anchas. Por fin el aparato estropeado regresó a su lugar pero al parecer no tuvo el beneplácito del fantasma,  al día siguiente cuando fueron a enchufarlo no funcionaba. Tuvieron que llamar al técnico de nuevo y sustituirlo por el antiguo. Ramona y Eduardo fregaban  más a mano que otra cosa. 

Una de las mañanas cuando Ramona caminaba hacia el colegio se encontró con Raimundo: un vecino  que iba  al médico a por recetas Después de los saludos de rigor el anciano le pregunto a la cocinera:

- ¿Sigue todavía apareciéndose el fantasma por la cocina? 
- Sí, parece haberle cogido gusto, aunque no ayuda  mucho.
- Ese tiene que ser Salustiano - le dijo mientras se sentaba en uno de los bancos que había en el paseo. 
- Si me cuenta quien era le invito a desayunar. 

El hombre aceptó de buen grado, y se fueron hacia el colegio. Mientras  Ramona preparaba dos cafés el anciano le contó la historia. Antes que aquello se convirtiera en la escuela había sido casa de recreo de una familia con dinero y  Salustiano y su mujer Aurora eran los guardas de la finca. Hacía  unos cuarenta y tantos años, cuando al matrimonio le faltaba poco para jubilarse, trajeron a la casa el aparato famoso y al parecer al hombre al que le encantaba fregar porque le permitía relajarse y pensar en sus cosas  le sentó muy mal. Se peleaba  con su mujer y hasta discutía con los  patrones. Ya no entraba en la cocina que al parecer estaba en el mismo lugar que ahora, y cuando asomaba por allí no hacia más que insultar a la maquina. Se jubilaron y Salustiano seguía yendo a llenar de improperios al aparato . La casa la acabaron vendiendo al ayuntamiento los herederos, y se convirtió con el tiempo en  escuela. Salustiano al parecer siguió yendo aun cuando la casa estaba cerrada y acabó en un sanatorio de la capital ya que su obsesión  no tenia limites. Raimundo conocía toda la historia por que su madre había trabajado en la casa hasta que se cerró y cuando fue adulto había tratado al anciano.

Al final el loco se murió durmiendo y sus restos mortales regresaron al pueblo. El lavavajillas al parecer acabó olvidado de todos y sobrevivió a las obras y al tiempo. Ramona se despidió de su vecino dándole las gracias. Desenchufó la máquina y empezó a hablar al fantasma, hicieron un sitio para la maquina maldita en la alacena y cada noche dejaban algunos platos en la pila con  estropajo y jabón. Mano de santo. Salustiano se  quedó contento. 


Imagen propia bajo la misma licencia que el Blog. 









Comentarios

  1. Como vea por ahí a un Salustiano me lo traigo a casa para que sea MUY feliz y nunca le falte faena entre manos XDD

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  2. ¡¡Bien!! Yo quiero un Salustianno también, ja ja. ¡Me ha encantado! Muchos besos chicos :D

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    Respuestas
    1. Vamos a tener que hacer una lista :) Gracias Margarita por leernos y comentar. un abrazo enorme.

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