Por una vez hubo quorum. Hasta los hombres lo
reconocíamos, era guapo para marear. Era
libanés. O sea, así a bulto de ignorantes, era un moro. Modesto, educado, con
su mochila perfecta: la justa medida y el justo peso. De los que saludan y
echan una mano. De esos que jamás pasarán adelante sin prestar auxilio. Un
cabal mozo.
Su francés, sin tacha. El mío bastante lamentable. Hablaba inglés de
instituto, muy entendible. Vivía en París, y había decidido peregrinar para
honrar el sepulcro de Santiago, para él hermano de Jesús. Lo llamaba el profeta
Isa (a Jesús), sobre él sea la bendición
y la paz de Dios.
Intentaba entenderse y entender el mundo. Eso hacía
yo, también. Excepto porque no comía cerdo (alguno comió, pero si no lo sabes
sólo lo sabe Dios, clemente y misericordioso) y no bebía alcohol. Visitaba las
iglesias, los lugares con historia. A su manera.
Me cayó bien. Me cayó muy, muy bien.
Se llamaba Yusuf, Pepe para los amigos. Tenía algo especial. Miraba como si estuviera viendo el mundo por
vez primera. Miraba como si tuviera una deuda que pagar, como si lo atesorara
todo, como si fuera un
honesto, simpático y guapo
condenado. Lo vi rozar piedras, bajar a criptas, olfatear el viento, abrazarse
a árboles.
Lo vi, una vez, hacer algo demasiado extraño. No
importa qué hizo, ni dónde. Más tarde sostuvimos una charla. Por supuesto, era un tipo raro, pero que bien
raro, de los que rompen esquemas. Estaba convencido de que las buenas formas y
las buenas maneras son la diferencia entre la civilización y la barbarie.
Totalmente convencido de que si te paras y te permites escuchar y hablar con
alguien ese alguien ya no tiene por qué
ser tu enemigo, ni el “otro”, ni el sospechoso. Total, ni Avicena hubiera
distinguido jamás entre las ampollas de los pies de un moro o un cristiano, ni
tampoco entre las ampollas de un hombre o una mujer, y mucho menos entre herida
alguna que sangre. Toda la sangre es roja. Razonamiento inapelable.
El libanés del carallo cantaba en cuanto oía música,
y le daba igual que fuera la canción del verano de entonces, una copla casual,
el canto de los frailes en una iglesia o una letrilla picante. Tenía buen oído
y muy buena voz, lo mismo que tenía su don para meterse en una cocina común de
un albergue y hacer cualquier cosa muy rica casi sin ingredientes. Al final nos
volvimos a ver en Compostela, donde te reencuentras con bastante gente, y el
tipo resplandecía.
Eso fue en 2000. Curiosamente, un año más tarde me pregunté
(cualquiera se lo habría preguntado) qué pensarían los muchos compañeros que lo
trataron y lo pasaron bien tras el once
de septiembre de 2001. Me pregunté si,
de haber sucedido aquello en el verano de 2002, Yusuf el guapo no hubiera sido
Yusuf el sospechoso, el infiltrado, el terrorista en potencia, el enemigo a
batir.
La diferencia
entre la civilización y la locura son las buenas maneras. Muchos años más tarde
sigo pensando lo mismo. Y sigo pensando que, si uno se deja, al final todos
somos víctimas. De la inmensa y orquestada estupidez.
Imagen propia, bajo la misma licencia que el blog.
El miedo y los prejuicios nos rodean y lastimosamente así nos perdemos gente muy interesante. Una hermosa historia gracias por compartirla y hacernos viajar, soñar y reflexionar.
ResponderEliminarCuando sucedió no había miedo, sólo un poquito de "asombro". Gracias por comentarlo, y por haberlo leído. Quizá nunca sea tarde para pensar un poco.
ResponderEliminarUn texto muy envolvente , y gustoso de leer de principio a fin. Con moraleja para el que pillarla quiera. ;) . Muchísimas Gracias , por compartir vivencias dándoles ese toque tan personal. ( Anna -Hanan Abad )
ResponderEliminarYo lo viví así, y entonces era normal y no pasaba nada. Donde empezaba el Camino Francés en España había un cartelón enorme que ponía..."El Camino se abre a todos"...Luego, parece que el mundo cambió. Mil años no cambian, a menos que cien mil imbéciles lo estropeen todo. Eso fue lo que aprendí. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarUna reflexión muy importante, vivimos ya sumidos en el miedo y el dar las cosas por hechas. Los tópicos vencen a la sensatez, y el miedo o la desconfianza se imponen de forma injusta.
ResponderEliminar¡Besos! :D
Muchas gracias por leer y comentar, Margarita. De lo que cuento hace casi veinte años, pero tal vez por eso aún es materia de reflexión. Gracias, compañera.
ResponderEliminar