Catedrales y bibliotecas



Otro viaje, otra mudanza, otro colegio, nuevos amigos. Miraba por la ventana las calles casi vacías, y la lluvia caer. Mamá aparcó el coche, sacaron las maletas y un par de cajas. No había mucho tiempo para nada. Papá ya estaba en su nueva casa, había llegado algunos días antes. Pusieron su maleta sobre la cama, era lo único que le  acompañaba en las sucesivas mudanzas y se negaba a deshacerse de ella aunque estuviera cayéndose a trozos. Aquella tarde los tres se acercaron a la biblioteca municipal que estaba cerca de casa y entonces su rostro se iluminó.


Era importante. Eso que los mayores llaman ritual, buscó la palabra en la letra r del diccionario. Ponerse de puntillas para coger su tarjeta personal; buscar una mesa para rellenarla, pegar la foto usando la cola en barra con su olor inconfundible mientras mamá y papá susurraban hablando con la bibliotecaria. Firmar con su nombre muy seriamente, lanzarse deprisa hacia los pasillos, el laberinto de lomos de colores. Y salir los tres con media docena de libros. Ahora ya estaba en casa. Ahora, la ciudad y el mundo eran suyos.



El sueño de un Día de las catedrales sería encontrar una desnuda. Sin bancos de madera, sin megafonía, sin añadidos. Donde el sonido de los pies hiciera eco, hubieran retirado arañas de cristal y luces última generación; en la que fuera el juego de luz y sombra de las horas del día lo que marcara el tiempo. Sin alfombras, ni el altar postconciliar cara al público. Con púlpito de piedra en vez de micrófonos. Y apenas le he quitado nada, luego todo podría reponerse en su lugar. Menos lo desaparecido para siempre.


Sus palabras sonaban en el silencio de la seo,  quien lo  oía miraba lo que le rodeaba mientras todas las moderneces desaparecían difuminadas entre las luces y las sombras y los colores de las vidrieras. Durante unos minutos aquel templo involucionó regresando a sus orígenes. Los que allí estaban vieron la iglesia primitiva, una ermita visigótica, hasta el templo romano con las aguas que emergían de la madre tierra. Quien hablaba se sumergió en sus aguas y entonces la campana  recordó que era mediodía. Los visitantes todavía impresionados salieron a la plaza donde la guía los esperaba. Les pidió disculpas por su tardanza, la excusa los trasportes públicos. Todavía hoy  se preguntan quién los había guiado por la catedral.


Escritos en colaboración -a medias- los minirrelatos son un homenaje al pasado día 21, dedicado a las catedrales, y al 24, Día de las bibliotecas.




Imagen propia, bajo la misma licencia que el blog.




Comentarios

  1. Nunca lo había pensado pero realmente debe ser una maravilla ver una catedral así, con las paredes limpias sin ningún adorno, tal y como fueron concebidas

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Llama mucho la atención la policromía que todavia conservan algunas de ellas por lo que en sus mejores tiempos tenia que ser los videojuegos o películas en 3D actuales. Un placer leerte Ambar.

      Eliminar

Publicar un comentario