Visto en la inmensa distancia del tiempo, es cómico.
Hacía un frío siberiano en Toledo en
unas vacaciones de la Pascua de Navidad, cuando nevaba recio y esas cosas, hace
un cesto de años. Hacía un frío de soltar vaho por las narices en la catedral.
El sacristán reculaba hacia su puesto, que incluía un brasero eléctrico y una
radio de pilas. Yo seguía los pies de mi padre, con muchísimo menos frío que él.
Los nenes son (¿somos, fuimos?) incombustibles.
Esos días de sol helado, rasante, muy bajo en el
arco del cielo porque es solsticio de invierno. Bastantes rayos como para colarse
impecables e imparciales a través de las vidrieras. Me gustó. Era enorme,
enormemente alta, envolvente, acogedora. Mi padre miró atrás. Se trataba de
algo importante, como para haber salido de la cama del hostal antes que el sol.
Una capilla. Un cura, claro. Y una máquina rarísima de metal. Íbamos a misa. Mi
padre nunca iba a misa. Iba a funerales cuando tocaba, a alguna boda si no
podía evitarlo, y jamás a un bautizo. Bueno. Pues ahora íbamos a misa. Vale.
No me enteré de un carallo. Todavía me hubiera medio
defendido con un misal romano en latín, al menos para pillar por dónde iba la
copla. Recuerdo el olor embriagante de tanto incienso para tan pocos devotos,
la máquina haciendo ruído girando como
lo que era, una rueda. Y recuerdo haberme quedado mosca cuando el cura partió
la hostia grande (esa que se comen los curas) no como usualmente. La partió y
volvió a partirla y la puso sobre el paño del altar de tal manera y no de otra.
Yo era demasiado niño para conocer la palabra “ritualmente”. El cura a su bola,
el monaguillo que ya era un mozo grande con bigote dale a la rueda, y mi padre
como una estatua de piedra más de las que tantas había de suelo a techo de la
catedral.
Luego salimos a la plaza, y caminamos hasta
Zocodover, a por churros y desayuno antes de dedicarle el dia completo a
Toledo. Lamentablemente no sabía qué pregunta hacer. Lamentablemente, nos
llevábamos más de sesenta años, un siglo y un mundo entre nosotros. Cuando
volvimos a Madrid yo había aprendido mucho, hablado poco, comido como una lima y dormido dos noches en un hotel
comportándome como un adulto. Eso da cierta carta. En el tren de regreso
pregunté.
Así supe de la liturgia visigoda, de las leyes
visigodas, de un tal Alfonso VI, rey, que lo derogó todo y en el cuento me cayó fatal. Y oí un solo tono frío con un
eco.
-Acuérdate de lo que has visto. Si ningún imbécil lo
borra, nadie lo entenderá cuando seas un hombre. Acuérdate. Mientras alguien lo
puede contar, todavía existe.
Han pasado cuarenta y seis años. Me acuerdo.
Imagen: Wikimedia Commons.
Para saber más:http://www.architoledo.org/Liturgia/mozarabe.htm
Y lo puedes contar y es un lujo para nosotros el leerlo. Gracias.
ResponderEliminarBesos
Gracias a tí por leerlo, y por tu amable comentario. Que tengas buena semana.
ResponderEliminarY todo esto y mucho te ha convertido en el hombre que hoy eres, y por eso un poco egoistamente quizá, me alegro un montón ya que disfruto de todo ello. Y si recuerdo algunas cosas que me enseñaron, sobre todo las importantes. Un abrazo enorme Guille.
ResponderEliminarGracias.
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