Marcapáginas.



Releía un libro de bolsillo muy viejo, de esos a los que hay que pasar las páginas estilo barajar cartas para que salga el polvo que almacenan entre ellas. Y luego, sin fallar, estornudas.

Aparte de los estornudos, también salió volando una hoja de papel. Vivediós que eran mejores aquellos cuadernillos; la hoja no ha amarilleado, ni se ha vuelto desvaído el negro de la tinta. Lo usé como marcador que a la vez sirviera de recordatorio sobre ciertos temas y el número de página en las que se desarrollaban. Eso lo recordaba.

Pero no el otro lado de la hoja. Allí me salió al encuentro, como un ejército listo para el combate, una lista de la compra. Lo más vulgar del mundo. Papel higiénico, lejía, esas cosas. Y desde treinta años atrás seguía ahí, estúpida y minuciosa lista, letras bien trazadas, artículos en pulcra columna. Incluyendo dos litros de leche, dato que ratificaba (por si la letra no bastara) cuando y con quien hice aquella compra. Y dónde la hicimos, en un barrio concreto. En un supermercado que hace mucho dejó de existir. Y a dónde fue a parar tras subirla -en ascensor-, y cómo era aquel apartamento. Qué se veía desde la terraza, cómo era el mueble alacena. Treinta años se convierten en un recuerdo tan banal como la misma lista y reaparecen nítidos, indiferentes, rigiendo pretérito perfecto. Dejando tan sólo la terca persistencia de la memoria.




Imagen propia, bajo la misma licencia que el blog.

Comentarios

  1. Situaciones similares he pasado yo y siempre me encanta encontrar esas listas de la compra o el tiket de lo que pagaste en el supermercado. De los libros se puede esperar cualquier cosa...
    Un beso

    ResponderEliminar

Publicar un comentario