Timofónica, una vieja amiga.



Una mañana infinitamente soleada dentro de un verano que se me antoja también infinito, reseco, polvoriento. De esos de pasar las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio. Mochila cargada con compras, ni una brizna de aire moviendo las hojas. Una cabina de teléfono. Las de a cielo abierto y máquina azul muy baqueteada. Esas en las que te quema el sol en verano, te llueve en otoño y te deja las orejas congeladas en invierno. De toda la vida.

La que se traga una moneda de cincuenta céntimos con sonido goloso a cambio de nada. Pip-pip-piiii. Timofónica. Y no vale colgar con ira ni hacer el pino para tratar de patearla: jamás devuelven nada. 

Abuela decidida apura el paso hasta llegar a mi lado. Le advierto que la cabina come y ni eructa, me mira con aire de experta. Es el de ese lado, asegura, el otro va bien. Cachisen, cincuenta por ciento de probabilidad de haber acertado, y uso la equivocada. Mientras, la señora ha echado mano al monedero y está marcando. Oigo, inconfundible, el ruido del monstruo azul tragando. Ni Moby Dick. Dos euros de la tacada. La mujer sí que le arrea a la máquina con el auricular mientras baja a todos los santos del cielo con un vocabulario admirable. Siempre es buen día para aprender una palabrota. Nada, a la cabina le falta reírse por lo bajini. Me va a llover, es naipe fijo.

Ya lo creo. Con toda razón grita la señora que quieren quitar todas las cabinas y que eso no es poder elegir, es tragas o tragas. No tiene teléfono en casa porque es caro y porque no le da la gana. Ni se va a comprar un móvil por lo mismo, con una pensión de mierda. Le acaban de robar dos euros por intentar llamar a su hijo, que vive fuera. ¿A quién le reclama? ¿Dónde está la cabina más cercana, capaz de tragarse otros dos? 

No está llorosa, si no indignada. Con razón. Hace un calor de todos los demonios y la siguiente cabina que yo recuerdo está a unos diez minutos por la solana. Sin garantía de que no sea otro timo. Al final se disculpa y le aseguro que no tiene por qué hacerlo. Y remata, antes de alejarse, nombrándolos uno por uno, cuántos deberían estar colgados en la plaza del pueblo para escarmiento público. Empezando por Álvarez Pallete, presidente de Timofónica.



Imagen: De User:Dantadd - Trabajo propio, CC BY 2.5, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1728494


Comentarios

  1. Verídico y triste la cuestión es que a los de siempre nos cuesta los euros.

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  2. Para variar. Eso sí, buenos mamporrazos le arreó a la cabina. XD

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  3. Y, ojo, que las cabinas siempre han timado desde que yo era pequeña y la gente casi no sabía lo que era tener teléfono fijo en la casa de vacaciones. Era llegar, meter la pasta y adiós muy buenas: ni llamada, ni pesetas. Ahora te timan con maneras más refinadas, llámese por cobrarte por megas de más, cambios de tarifa, traslados de compañía del teléfono con cobro por las dos al tiempo, etc, etc. Y que conste que los que están detrás del teléfono, aguantando marrones y voces, no tienen la culpa.
    Un saludo

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  4. Tienes toda la razón, Carmen. Gracias por el comentario.

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