Un palacio escondido en las calles del Realejo, a la
siniestra de la estatua de la Reina católica y el Almirante Colón. Un primer
piso al que se accede a través de níveas escaleras, y algunas paredes
trasparentes abiertas a un patio silencioso, sin el rumor del agua.
Un tren que nos da la
bienvenida, llegada a un mundo aparte, la sala de exposiciones se
convierte en una estación con salida a muchos destinos, a un cine donde suceden
mil y una películas en un solo momento.
Cuadros sin contorno, sin límites, tu formas parte de cada
escena y ella es una parte de ti. Marcos pintados que acompañan a cada cuadro y
consolidan una oportunidad de mirar hacia el otro lado, convirtiéndonos en
espectadores deseados y bienvenidos.
Objetos crudos con títulos encontrados, estampas de mar y
recuerdos de niñez que se mezclan con visiones de viajes a esa África tan
desconocida y pérdida en la memoria y la ignorancia de algunos.
África musulmana que todavía calla en las calles de Granada, enfrentados
una venus negra y un Dogón que cuanto mayor era la distancia más hacia por
salir del cuadro.
Una silla vacía en las calles de Cuba, esperando a que
alguien se siente y cuente su vida, sus sueños, sus penas, o quizá queramos
sentarnos nosotros mismos y nos cambiemos de zapatos, para mirar desde el otro
lado a aquellos que miran desde esa sala
de exposiciones tan detenidamente.
Mares azules, verdes, negros que se salen hasta el suelo de
la exposición, que entran y revuelven nuestro interior. Una puerta vista desde
un ojo de pez, cerrada, callada, como los pueblos de España, que esperan
pacientes renacer.
Armas, espadas, corazas y yelmos, solos protagonistas de sus
propias vidas y trasiegos, con sus heridas, con sus golpes, con sus agujeros,
con sus adornos y el paso del tiempo.
A la salida miras atrás, ves el camino recorrido, las
escaleras que bajan, la calle que espera regresar al ahora, con la sensación de
haber compartido con el artista un tiempo, sueños y deseos.
(Leonor)
El mármol y el metacrilato son fríos. Contrastan con los antiguos ventanales,
con las calles estrechas y las balconadas que se entrevén tras los emplomados. La
exposición en sí misma repite los contrastes. Un expositor lleno de cuadernos
de bocetos y notas de viaje estructura parte del camino. El sol y la penumbra
de estrechas calles sinuosas en el Magreb; desiertos, sabanas, luz y colores
del África subsahariana, pinceladas de Cuba, rostros, polvo. Los marcos de los
cuadros son también pinturas, trampantojos insertos en la misma imagen. A veces
delimitan, otras son desbordados. Un mar embravecido llega hasta tus pies, máscaras
se convierten en relieves dispuestos a espiarte desde la distancia que hace
posible el efecto óptico. Cuando te alejas casi parece oír un murmullo de pies
que te siguen, o percibir esa curiosa sensación de que alguien te mira el
cogote.
Una locomotora sirve de gozne entre la aventura de viajar y esas marinas
casi domésticas, con bañistas actuales y luz de playa. Alternan con mares
bravíos, oscuros, solitarios, amenazantes. Luego todo es acero: el gris bruñido,
brillo de espadas solitarias, cañones de pistola.
Siguen siendo fríos el metacrilato y el mármol. Y acertados para no
distraer ni un ápice la atención puesta en la magia.
(Thorongil)
Imágenes propias, bajo la misma licencia que el Blog.
Toda una experiencia.
ResponderEliminarlo fue y lo disfrutamos.
EliminarLo he mirado en la wiki. Me gusta mucho, gracias.
ResponderEliminarA ti, da gusto ver gente con curiosidad y que le gusta aprender. un abrazo Merit.
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