Fuera hacía frío, la casa estaba a oscuras, nadie hacía ruido sólo unos pies pequeños descalzos que buscaban en la oscuridad la luz de la calle.
Había esperado todo un año a que los regalos estuvieran bajo
el árbol. y toda una noche era demasiado tiempo para descubrir que los magos de
oriente se habían acordado de donde vivía y de que había sido buena todo el
año.
Las luces se encienden y por un momento ha creído ver que
aquellos tres señores han vuelto, pero aparece mamá con los brazos en jarras entre la risa y la sorpresa de ver
los regalos medio abiertos, y la seriedad de que es demasiado temprano para
estar levantada.
Vuelta a la cama y sin ganas de dormir. Todavía quedan un par
de horas antes de que se haga de día. Toca esperar.
Seguro que esta misma historia la hemos vivido muchos de
nosotros, de una manera u otra. Con la
ilusión de lo que vendrá, imaginando historias posibles y cotorreando con todo aquel que estuviera
cerca.
La espera, la perseverancia, el tesón y otras muchas
cualidades que son parte del viaje hacia
nuestros sueños parece que ya no son bienvenidos en nuestra sociedad.
Lo queremos aquí y ahora y cuanto antes mucho mejor, igual da
cual sea el precio que paguemos, todo acaba pareciéndose a una carrera sin
control hacia ningún lugar.
No es bueno generalizar ya que no todos somos iguales y nada
es blanco ni es negro, quedan muchos grises por descubrir.
Todos alguna vez hemos caído en la trampa de los atajos, del comienzo de esa vida tan fácil que nos
venden. Sigue nuestra autovía es la más rápida que te llevará a tu futuro
soñado donde nadie es infeliz.
El problema es cuando seguimos viajando y cada cierto tiempo una voz agradable nos
invita a cambiar de ropa de peinado, de coche, hasta de forma de pensar. Sin
importar lo que vayamos dejando atrás.
Ya no miramos a lo que nos rodea, tenemos algo que lo hace
por nosotros, miramos fuera de nuestra autovía y creemos ver gente que es más
desgraciada, sin darnos cuenta que es un espejo que nos devuelve nuestra propia
imagen, no dejándonos ver que más allá, hay miles de caminos, de lagos, de
mundos, de personas, de besos y de abrazos.
Por eso prefiero
caminos menos directos, con sus piedras y sus árboles, con sus esfinges
y acertijos, aquellos que me permitan plantar una flor, un árbol, comenzar una
amistad para cuando pase por allí de
nuevo. Que la flor me dé su olor, el árbol su sombra y fruto. y esa amistad su
compañía y su conversación.
Imagen propia bajo la misma licencia que el Blog.
Imagen propia bajo la misma licencia que el Blog.
Y a eso, amén.
ResponderEliminar:) gracias hermoso.
EliminarBonita reflexión para un tiempo alejado de los dulzones navideños.
ResponderEliminarUn saludo
gracias Carmen mas cerca tenemos los calores veraniegos un poco de fresquete no viene mal. un abrazo y un placer verte por aquí.
EliminarQue estupendo relato. Invita a la reflexión y está cargado de sensatez. Yo también prefiero disfrutar del camino porque, la mayoría de las veces, es más interesante el recorrido que la meta.
ResponderEliminarBesos
gracias Ambar, en este mundo acelerado y en el que se fomenta el llegar cuanto antes, un poco de sentido común y de reflexión seguro que es mejor. Buen fin de semana. un abrazo.
ResponderEliminarCuanta razón.
ResponderEliminargracias Antón :)
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