Museos y mentiras.





Los museos son nuestros. Desde ese pequeñito en un pueblo que enseña los aperos de labranza, y con suerte hasta algún mueble y los restos de la vajilla de los antepasados, hasta los que se escriben con mayúscula. Los de muchos euros la entrada, muchas colas, muchas cámaras de seguridad e incómodos seguratas siendo tu rabo y azuzándote: ‘No te detengas, tantos por hora, suena la caja registradora, no puedes pararte.’

Posiblemente los museos son nuestros. Los edificios que los contienen, los hemos pagado. ¿Y lo demás? Azares. Historias que jamás se cuentan, y que no importarían mucho si se fuera sincero. Cuando entras en un museo arqueológico, ya sabes. Lo primero es la sala de los huesos (humanos y animales), que suele compartir espacio con los artefactos primitivos. Sílex tallados, puntas de flecha o de arpón, detrás algo de cacharrería dudosa, detrás piedras pulimentadas y a la siguiente, el Neolítico y la agricultura.

Es nuestro, se repite una y otra vez. De tal pueblo, de tal comarca, de tal estilo, de tal escuela. Por supuesto, las personas reales que nos miran a través de sus cuencas vacías de calavera no sabían nada de fronteras.

Leo en la prensa de hoy una noticia orquestada, ‘La joven de la perla regresa por fin a casa’. Se refiere al retrato de Vermeer, claro. La chavala se quedaría flipada si alguien pudiera decirle que ahora es mil veces más valiosa e importante de lo que jamás fue en vida. Como cualquiera de los retratados de segunda fila de esos cuadros nuestros (pondríamos 'nuestros' en grandes mayúsculas) que tapizan los muros de los museos. Fliparía la mujer dueña de un juego de pesas de telar, si viera como hacen fotos orgullosas de su instrumento de trabajo, y sobre eso tesis doctorales y al final dinero. Apuesto a que la tejedora hubiera preferido el dinero, para retirarse a otros negocios y que tejiera María la de barrio o Rita la cantaora.

El dinero, claro. Los tesoros. A veces los llaman ‘tesorillos’. Eso significa que hay pocas piezas que exponer. Nadie nos cuenta, nunca, que un tesorillo enterrado es miedo. Alguien entierra lo que posee porque va a salir huyendo. Del fisco del Bajo Imperio Romano, puede ser. Del enemigo que arrasa y quema, y roba. Puede ser. Quien lo enterró ya nunca pudo volver a recobrar lo suyo, por eso está en un museo. Nadie nos cuenta que el cuadro que nos asombra fue malpagado, que el artista era poco más que un artesano a sueldo. Que muchas veces no cobraba, o cobraba mal y tarde. Tampoco vemos ningún cartel explicativo junto a un par de sandalias de esparto tejido, pequeñas, parejas, sudadas, restauradas. Bueno, sí. De qué yacimiento salieron, Bronce medio, etc. Esas sandalias las usó alguien que podía hacerlas o pagarlas. Alguien caminó con ellas sobre las ruinas que visitamos hoy, laberintos sin explicación. Eso, sí, nuestros. Todo nuestro.


Hace falta poder ver la línea del tiempo, y eso requiere cierta memoria. Hace falta saberse alguna que otra fecha, considerando que sólo es un recordatorio, no el gran capítulo de ningún libro sagrado. Y hace falta olvidarlo todo para entrar en un museo y perdonar la vanidad, la estupidez, el montaje de locos, la irracionalidad. Ver las cosas como son: objetos que el azar dejó para ser respetados e interpretados. Para acordarse de que ninguno de nosotros seríamos quienes somos sin todos ellos. Para hacerse preguntas, no para copiar respuestas. Para sentir que todo es nuestro, sin poseer nada.



Imagen: Wikimedia commons.

Comentarios

  1. Para pensárselo dos veces. Gracias, me encanta.

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  2. Gracias, Ana. A mí me ha dado mucho que pensar (y que penar) el tema de los museos. Por eso lo escribí.

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  3. Me aburre mucho ver museos. Lo mismo si voy ahora miro otras cosas.

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    1. A mí nunca me ha aburrido, Alodia...pero de peque solía resoplar en las primeras salas, esas llenas de huesos y carteles y piedras que al parecer valían para mil cosas y a mí se me antojaban canchos sin más. "Las salas de las muelas", las llamaba. Luego ves otras cosas, claro. Y miras de otra manera. Ya nos contarás.

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  4. Una reflexión muy aguda, Thorongil.

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    1. Gracias, Juan Marcos. Los museos tienen mucha merecida mala prensa, y demasiadas ínfulas -orquestadas- para designar como 'propiedad' lo que es de todo el mundo, sin fronteras.

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  5. Lo tuyo es ponernos a pensar, ¿eh? XD

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  6. Muchas gracias, Presentción. ¿Ya te funciona? A veces se pone lento y tontísimo, Google XD.

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  7. Muchas gracias, Merit. En especial, por leernos.

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  8. Es muy cierto... A veces un museo se puede transformar en la réplica del templo del que Jesús desalojó a los mercaderes con un cabreo tremebundo... Pero muchas otras conserva esa magia que te lleva a preguntarte tantas cosas... Uno de los peores recuerdos que tengo es visitar en el Louvre La Giocconda...¡Un horror! Una masa ingente de móviles con su correspondiente ojo detrás... ¡Con lo bonito que es ver la obra de arte al natural! ¿Para qué te molestas en ir si lo vas a ver a través de una pantalla?
    Por el contrario mi mejor experiencia fue la 2ºvisita que hice al Museo de Antigüedades de El Cairo... Fuera de los grupos guiados y en horario inusual...¡Qué alucine de caos y desorden! Podías tocar una estatua de Akenatón que estaba metida en una caja por ahí, o darle un beso esquimal a la momia de Ramsés...

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  9. El caos y el desorden suelen ser geniales en los museos...Muchas gracias por leerlo, y comentar.

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