No lo somos. Nadie lo es. Ser imparcial es una tendencia
moral, ser imparcial es ser justo. Puede nacer de un ideal religioso. O ético.
O simplemente de aquello de que ‘no me pillen haciendo trampas’. El ideal será la justicia en sí misma. O no quebrantar
los mandatos de la religión en la cual se cree, o no acabar desplumado en el
talego. Personalmente, unos motivos me parecen mejores que otros. Porque yo no
soy imparcial. Y lo sé.
He elegido muestras. No aleatorias. Yo no soy
imparcial. Tampoco soy perfecto. Eso sí, cada día cuando amanece pretendo ser
justo. A veces sale bien, y otras como el culo. El resultado importa mucho
menos que la intención impecable. Y tampoco en eso, que es un juicio moral,
puedo hablar de imparcialidad. He elegido casos recientes.
¿Quién era el padre de Tutankhamon? En teoría eso no importa. Nos interesa, tal vez, pero no nos hace desplegar banderas ni desenvainar. Hasta que lo pensamos un poco. Evidentemente, Tutankhamon resulta fascinante porque su tumba estaba (casi) inviolada, y aunque las imágenes fueran en blanco y negro, o porque lo eran, en ellas aturdía el brillo del oro de un tesoro de leyenda. Al pobre chaval ni se le conocía. Vivió poco, gobernó menos, murió joven. Una dinastía de militares usurpadores y sacerdotes ávidos de revancha lo dejaron ahí, en una tumba de segundo uso, en el olvido. No fue nadie importante. Lo convertimos en un mito.
¿Quién era el padre de Tutankhamon? En teoría eso no importa. Nos interesa, tal vez, pero no nos hace desplegar banderas ni desenvainar. Hasta que lo pensamos un poco. Evidentemente, Tutankhamon resulta fascinante porque su tumba estaba (casi) inviolada, y aunque las imágenes fueran en blanco y negro, o porque lo eran, en ellas aturdía el brillo del oro de un tesoro de leyenda. Al pobre chaval ni se le conocía. Vivió poco, gobernó menos, murió joven. Una dinastía de militares usurpadores y sacerdotes ávidos de revancha lo dejaron ahí, en una tumba de segundo uso, en el olvido. No fue nadie importante. Lo convertimos en un mito.
Lo mitificamos porque sucedió en un momento
concreto, en un mundo muy concreto. En un entorno que tampoco era imparcial. La
‘maldición’ del rey niño, el olvidado, la víctima, era perfecta para un Imperio
Británico y un mundo aterrorizado y culpable tras la Gran Guerra. Tutankhamon
evocaba al joven soldado desconocido, una imagen de la barbarie ciega, una
víctima a la vez inocente y vengadora.
Hasta ahí hubiera sido materia de literatura,
cuadros, poemas, estética. De reflexión moral. Pero había un detalle.
Tutankhamon pertenecía a la familia real de Amenofis IV, el rey hereje. El rey
monoteísta.
Fue una jugada maestra. Británicos (cristianos) y su
colonia de Egipto eran monoteístas. Claro que ni se molestaron en intentar
saber qué podía significar el culto a un solo dios para Amenofis IV. Hasta hoy
levanta ampollas. Tenían lo que querían. Un rincón y un momento del tiempo para
ponerse de acuerdo, con Tutankhamon como víctima sacrificial conciliadora. En
1922, yo lo hubiera firmado. Como un buen tratado de diplomacia, y como una
buena fuente de ingresos para un país. Y no me hubiera temblado la mano. Los
dioses de la política son los diplomáticos.
El tiempo sigue. Ahora hay dos corrientes sacándose
los ojos. Una la lidera la investigación ‘no egipcia’. La otra, el doctor
Hawass, cuyas vicisitudes son tan de ayer que no hay que detenerse en ellas.
Hawass porfía, e incluso ha sido ‘acusado’ de falsear pruebas arqueólogicas.
Tutankhamon era hijo del faraón monoteísta y hereje.
Por eso se lo cargaron, o hicieron que su carro volcara y sus heridas (los forenses no están de acuerdo) lo llevaran a una septicemia mortal siendo un chavalote de unos veintipocos. Pruebas circunstanciales, que pueden encajar en cualquier historia. Evidentemente, pudo pasar eso. Es posible. Ya no hay maldición, ni fue asesinado. Hay lesiones, y hay un momento (el de la muerte) en el que todo se detiene como evidencia. ¿Por qué no decir ‘bueno, sabemos que murió de esto y de esto, no nada más. Igual mañana una piqueta abre otro escondrijo y encontramos más cosas, textos, rumores, pruebas’?
Por eso se lo cargaron, o hicieron que su carro volcara y sus heridas (los forenses no están de acuerdo) lo llevaran a una septicemia mortal siendo un chavalote de unos veintipocos. Pruebas circunstanciales, que pueden encajar en cualquier historia. Evidentemente, pudo pasar eso. Es posible. Ya no hay maldición, ni fue asesinado. Hay lesiones, y hay un momento (el de la muerte) en el que todo se detiene como evidencia. ¿Por qué no decir ‘bueno, sabemos que murió de esto y de esto, no nada más. Igual mañana una piqueta abre otro escondrijo y encontramos más cosas, textos, rumores, pruebas’?
Porque el rey hereje (monoteísta, eso es inamovible)
no tuvo hijos varones. Todos hemos visto esas imágenes. El rey (¿convención del
arte nuevo, o retrato de enfermedad glandular?) aparece con su hermosa reina y
sus traviesas seis hijas. Mil veces. Nunca hay un príncipe de Egipto. Tampoco en
los escritos tallados en piedra. Pero si hubo una corregencia, un asociado al
trono. Pudo ser su esposa, lo menos escandaloso. O un tal Semenkhere, del cual
(por desgracia para conservadores) tenemos hasta la momia. Si un rey delega
poder en su reina, ya empieza a no ser un rey ideal en la cultura de Hawass. Si
Semenkhere, representado como mujer corregente, es un varón, os ahorro el
resto. Hay en la red mucha materia erudita o desvergonzada, alguna certera.
No somos imparciales. Hoy, no digo hace casi un siglo, se sacan banderas y dagas
virtuales en los congresos de egiptólogos. Se desenvaina en prensa cuando ‘expertos’
aseguran que el cáliz de la infanta Urraca es el Grial. Unos llaman a los otros
estúpidos, y los otros a los unos mentes estrechas. Algunos hasta dicen que
son blasfemos. ¿Cuáles? Eso depende del lado del cual se incline vuestra
imparcialidad.
Imaginaos otra cosa. La síndone, o ‘Sabana Santa’ de
Turín, por poner algo en el otro plato de la balanza. ¿Somos imparciales? Los
que iban de tales respiraron muy hondo cuando el Vaticano permitió sacar unas
hebras del tejido y se confirmó que eran del siglo XIII. Se consintió sacar
unas, no otras, tantas y no más. Evidentemente el textil ha sido reparado,
posee añadidos, sufrió dos incendios y eso hace cualquier resultado dudoso,
excepto la buena fe vaticana que se 'rindió' a la ciencia, por una vez.
Alimenta la duda. Alimenta la leyenda. Para mí, hace mal: quien crea en la síndone seguirá creyendo. Al resto, se le han dado migajas y dudas desde una autoridad incuestionada. Es un juego, como lo es el de Hawass para ocultar que los supuestos monoteístas (lo serían) tenían unos conceptos sobre la sexualidad inaceptables para el Islam que pagaba su cargo –el de Hawass- y cuyos límites no podía traspasar. Tampoco puede el Vaticano, que le dio un baño de limpieza a la síndone antes de exponerla (se llama ‘ostensión’, en lenguaje religioso, y quien mire un diccionario de latín puede reflexionar sobre la palabra). Limpieza. O piensas que es falsa y la haces limpiar, o la haces limpiar para que no haya jamás materia discutible. No somos imparciales.
Alimenta la duda. Alimenta la leyenda. Para mí, hace mal: quien crea en la síndone seguirá creyendo. Al resto, se le han dado migajas y dudas desde una autoridad incuestionada. Es un juego, como lo es el de Hawass para ocultar que los supuestos monoteístas (lo serían) tenían unos conceptos sobre la sexualidad inaceptables para el Islam que pagaba su cargo –el de Hawass- y cuyos límites no podía traspasar. Tampoco puede el Vaticano, que le dio un baño de limpieza a la síndone antes de exponerla (se llama ‘ostensión’, en lenguaje religioso, y quien mire un diccionario de latín puede reflexionar sobre la palabra). Limpieza. O piensas que es falsa y la haces limpiar, o la haces limpiar para que no haya jamás materia discutible. No somos imparciales.
Sólo hablo de la materia de la arqueología, que a nadie
importuna mucho ni toca el bolsillo en exceso, ni importa un carallo, y al cabo es un juego para estar informado
de cosas bonitas. En el resto tampoco somos imparciales, sino manipulables. Y
solemos no saberlo.
Imágenes: Wikimedia Commons.
Del rey Hereje se han dicho todo tipo de cosas: desde que era andrógino hasta que podía ser la propia Nefertiti en doble papel de rey y reina. Puedo creerme cualquier cosa en torno a su figura y mucho más. ¿Sería el Moisés del que habla el Antiguo Testamento? ¿Se retiraría al desierto como un ermitaño tras su reinado? ¿Nefertiti le sucedió como rey? ¿Fue ella quien lo asesinó? Hay teorías para escribir tomos y tomos de libros enciclopédicos. ¿Sabremos la verdad? Es complicado...
ResponderEliminarUn saludo
Posiblemente nunca sabremos la verdad, Carmen. Para mí eso le da a la historia un toque humano, no tenemos derecho a meter el hocico en la vida privada de nadie, ya nos basta con lo de ubicar, ordenar, musealizar, publicar. Pero no somos capaces de asumir que somos parciales, y eso sí -con perdón de la frase, grosera- me jode bastarte. Muchas gracias por tu poética, que lo es, aportación.
ResponderEliminarPara pensarselo.
ResponderEliminarGracias, Ana. La verdad es que lo escribí justo por eso, porque me da que pensar.
EliminarQue verdad es.
ResponderEliminarA mí me lo parece, al menos. Gracias, Antón.
ResponderEliminarMuy bueno, para pensar.
ResponderEliminarMuchas gracias, Aur. Porque le doy vueltas a ese asunto lo escribí, justamente.
EliminarUn artículo para la reflexión.
ResponderEliminarAsí es, Juan Marcos. Gracias por comentarlo.
ResponderEliminarNo somos imparciales. Cierto de toda certeza.
ResponderEliminarNo lo somos, pero siempre podemos intentar ser justos.
EliminarEn la diana. Buenísimo.
ResponderEliminarGracias, Merit.
ResponderEliminarMe lo he quedado pensando. Gracias, Thorongil.
ResponderEliminarA tí por leerlo y aportar tu opinión.
EliminarMe gusta. Mucho. No somos imparciales, por mal que nos siente no serlo.
ResponderEliminarNo lo somos. Reconocerlo nos honra, porque sabemos que estamos equivocados y podemos cambiar. Muchas gracias, Alodia..
EliminarMe ha gustado muchísimo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ana. Por todos tus comentarios.
EliminarPues es verdad.
ResponderEliminarEso me parece, Andrés. Gracias por comentarlo.
ResponderEliminarComo niños con rabietas. Y en ésta rabieta puntual, la de Hawass, hay mucho 'bacalao que cortar'. Y ego para repartir a espuertas. Muchas gracias por haberlo leído y por tu comentario, Nieves Corvo.
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