Los manuscritos, o rollos, del Mar Muerto.







“Se trata de objetos reales,  de textos,  pero pocas veces unos objetos reales han sido tan manipulados.”



Se les llama Manuscritos del Mar Muerto, o Rollos de Qûmram, por  el nombre del conjunto de cuevas en las cuales aparecieron.  Más o menos son  unos 800 escritos en lengua aramea y hebrea. Una parte de los investigadores sostiene que proceden de una comunidad religiosa judía (los esenios) que vivieron allí, aislados, desde el siglo II aC hasta que los romanos hicieron leña de todo ello en el 70 dC.  La gran mayoría de los textos se conservan hoy en el Museo de Israel (Jerusalén), y en el Departamento de Antigüedades de Ammán (Jordania).

Para empezar, el hallazgo se rodeó de un aura legendaria. Cabe comprender que, tras la entrada a saco de los romanos en el año 70 (mejor, viéndoselas venir, antes) se escondieran bibliotecas, textos que eran valiosos para la religiosidad y el pueblo que las tenía por patrimonio. Eso a nadie extraña. Sin embargo, la etiqueta de “libros perdidos durante dos milenios” no se sostiene. Desde el siglo III se usaron hallazgos casuales. Sabemos que eran textos conservados en cántaras en la misma zona. Sabemos quiénes los usaron. Monjes y eruditos con mucha suerte desde el siglo III al IX. Luego, otra vez el rastro se pierde.  En todo caso libros puntuales y discretos, no secretos.

En 1947,  El Reino Unido  había decidido deshacerse de su mandato en Palestina, retirarse (a tiempo, pero siempre es pronto, tarde o a deshora) y llevar a cabo la partición del territorio en dos estados, uno árabe y otro judío. Hasta la forma de expresión era incorrecta. Con una patata que hierve entre las manos, nadie suele pararse en formas corteses. La cosa andaba revuelta, lo que se dice muy, muy revuelta. Pero al parecer los  beduinos musulmanes –que no árabes- seguían pastoreando cabras en un desierto vacío en torno a las orillas del Mar Muerto. Dicen que un chaval andaba tras una cabra díscola, le arreó una pedrada, falló…el cancho entró en la boca de una cueva y oyó “clonc”…loza rota. La cabra ya no vuelve a aparecer en el relato. El chico trepó por las brañas,  porque cuando el río suena agua lleva, y encontró muchas cántaras viejas selladas (una de ellas rajada por el ñorlazo).  Ahora, corramos un tupido velo.  Jamás sabremos la verdad de ese hallazgo. Los unos dijeron que fue suerte, y que una cosa es de quien se la encuentra. Los otros, que aquella tribu beduina ya robaba las tumbas de Egipto treinta generaciones antes. Vamos a los cántaros.


1.- El asunto de la venta clandestina, y quien compró.

Los beduinos, que aparte de buscar una cabra (supongamos que honestamente) sabían que cualquier cosa vale dinero, algunas mucho dinero, y troceadas mucho más. Sacaron a la venta pedazos de los manuscritos en el mercado ilegal local. No hay que asustarse, el mundo era así. Pero el mundo de 1947 era un terremoto previsto y a punto de estallar, de modo que (pánico) todo el mundo vendía, hasta barato, antes de que las cosas fueran aún a peor.

Se mataron corriendo, buscando y comprando. Sobre todo el que iba a ser (aún no lo era) el Estado de Israel, y el reino de Jordania. Y entre ambos quedaba gente en la tierra de nadie. Los occidentales, en teoría nada interesados en el conflicto, pero asentados. Escuelas de arqueología bíblica.

La historia de lo que se llama ‘Tierra Santa’ es la historia de las obsesiones. Por supuesto que se perdieron las Cruzadas, pero los monjes nunca se fueron. Ni católicos, ni ortodoxos, ni de otros grupos. También aprovecharon el tirón del Mandato (‘Colonia’ encubierta) los predicadores, pastores y misioneros de las iglesias reformadas.  Los religiosos jamás se van. No pelean, no se mojan, están allí, apelan a la tolerancia entre las tres religiones de raíz común. No, no los moverán. Y no estoy bromeando. Cuando en 1917 (Lawrence de Arabia y todo aquello) el general británico Allenby entró con sus tropas en Jerusalén, los periódicos de la época ardieron en occidente, sosteniendo y alabando la misma obsesión. Está en las hemerotecas. Y en la iglesia londinense de Fleet Street, por poner un ejemplo del cual quedan fotografías de la época, se llenaron de ramos de flores las tumbas de los viejos cruzados. Todavía tenemos las obsesiones y los fantasmas sin controlar, a flor de piel. Y hablo de hoy.

En 1947 se había ganado (los aliados) la Segunda Gran Guerra. Inglaterra pagó el precio de ver desvanecerse su Imperio Colonial, pero había ganado. O sea, que mejor deshacerse del avispero que era Palestina, y que se maten entre ellos que nosotros salimos dejándolo todo en orden, buscaos la vida. Había sido una mala herencia la de Allenby,  y la salida no fue nada honorable. Pero eso pasaba cuando el pastor de cabras tiró la pedrada y dio con la cueva y sus cántaros. Vender, vender. ¿A gobiernos? Mal rollo. A los que siempre han estado ahí y sí tienen dinero. A religiosos.

Vamos a sacar pasta de los religiosos, pero…¿De cuáles entre todos? Las malas lenguas dicen que en Tierra Santa no te fíes ni de tu sombra. Ya puestos, mejor de los minoritarios, que las minorías siempre dan menos quebraderos de cabeza si les ofreces algo bueno.  El primer pez al que le echaron el anzuelo fue el Archimandrita –Arzobispo, para los amigos- de una iglesia cristiana con mucha solera, no mucha influencia, y dinero en efectivo. Vale. Coló.


El Estado de Israel  y lo que era el Reino Hachemí de Jordania se miraban a través de un río que es más grande en la leyenda que en la realidad. A un lado y otro del Jordán. El tiempo seguía corriendo, en contra de todos. Cada uno deseaba lo mismo: reivindicar su derecho a la tierra, al legado, a la obsesión eterna. Y aquellos cántaros repletos de palabras sin abrir en dos mil años eran, o podían ser, un aliado poderoso. Después de todo, si eran textos del Libro, de la Biblia, apoyaban la creación del Estado de Israel. En aquel momento, cuando se cruzaron las líneas del espacio y del tiempo, funcionó: con Hitler había habido bastante. El occidente vencedor, culpable moralmente de siglos de pogroms, guetos y maldades, podía lavarse la cara gratis. De repente el contenido de las cántaras valía su peso en oro. Pero no sólo para un destino inmediato. Podía darle a la Iglesia Católica su obsesión particular, el retorno al poder que tuvo antes de cismas y hermanos ‘descarriados’. Unas cántaras se estaban transformando en la balanza de muchas historias pendientes. Y eso es una obsesión. Y es peligroso.


2. Las piezas del tablero.

El Próximo Oriente siempre se ha disputado por idéntica razón.  No es lo que se dice una tierra rica en sí misma, pero está en un punto estratégico desde antes de que  los egipcios del viejo Ramsés II y los hititas de Muttawali hicieran tablas matándose por controlar la mejor ruta comercial de su mundo.  Si vives en un cruce de caminos a través del cual fluyen el comercio y la riqueza,  tendrás problemas. Hace tres mil quinientos años, y ahora mismo.

Por entonces no se sabía lo de la Ley de Murphy: funcionaba igualmente.  En el siglo XX alguien recordó que desde mucho atrás se hablaba de la nafta del desierto.  Esto es,  de petróleo.

 Y cuando se acabó la Primera Gran Guerra,  y el Imperio Otomano quedó hecho fosfatina, los aliados cayeron sobre la zona como Carpanta con mucha hambre. Le llamamos colonialismo.   De paso, como venía a huevo tener en medio la  famosa Tierra Santa, entró en el lote.  Petróleo no tenía: pero obsesiones milenarias,  tantas como para regalar.

Se dice que ‘A quien madruga, Dios le ayuda’.  Madrugadores salieron los franceses, que no habían trincado la parte más jugosa del pastel colonial, sino migajas. Y más madrugadores fueron los dominicos, con el cuerpo hecho a madrugar desde el siglo XIII. La veteranía es un grado.

La Escuela Bíblica de Jerusalén (nombre completo,  École Biblique et Archéologique Française de Jérusalem EBAF),  dirigida desde la orden dominica, especializada en exégesis y arqueología bíblica, llevaba en Tierra Santa tiempo suficiente como para estar cómoda y que a nadie le pareciera un intruso oportunista.  Había sido fundada en  1890 con el nombre de Escuela Práctica de Estudios Bíblicos por el sacerdote dominico Marie-Joseph Lagrange.  En 1920 tomó el nombre actual,  a consecuencia del reconocimiento recibido por la  Academia de las Inscripciones y Literatura Francesa, como "Escuela arqueológica nacional francesa".

Desde su fundación, la escuela lideró búsquedas  arqueológicas en Tierra Santa y en territorios adyacentes,  así como  la exégesis de textos bíblicos.  Es también nombrada  en   los  campos de la epigrafía,  la lingüística semítica,  la asiriología,  la egiptología,  la historia antigua,  la  geografía y  la etnografía.

Entre sus miembros más ilustres  hubo  respetados expertos en materias muy alejadas de la comprensión del gran público. Por supuesto, dado el contexto y la iglesia a la cual pertenecían, todos tenían una idea previa: que salieran las cuentas para apoyar científicamente su visión personal y definitiva sobre Jesús de Nazaret.  Podía ser discutible,  en congresos a los que sólo asistían personas de muy reducidos círculos académicos.  Sin embargo, no resultaban peligrosos: eran extranjeros, desligados del avispero político.  Eran europeos,  monjes y sacerdotes.  Llevaban mucho tiempo allí dedicados a sus cosas.  Nada más.

Pero cuando en 1947  la Asamblea General de las Naciones Unidas votó la partición del Mandato de Palestina en un estado árabe-palestino y otro judío, el tablero cambió de golpe.   El complejo de cuevas de Qûmram quedaba del lado jordano, en la frontera. En la misma frontera, en un lugar en guerra. Claro que los manuscritos que habían aparecido en el mercado negro  estaban en poder de los compradores –en este caso,  en las  del desdichado archimandrita de la iglesia ortodoxa al que le vendieron un lote- pero ahora había otros intereses. Y mucha más hambre, una vez que le sacaron información a la familia beduina sobre dónde estaban las cuevas.

Tres jugadores más se apuntaron con muchas ganas a la partida: el archimandrita,  de nombre Atanasias Samuel,  dio con un mal consejero que lo convenció de haber hecho el primo.  Esos manuscritos no serían ‘falsos’,  le dijo, pero sí copias medievales  y nada tan extraordinario. El pobre hombre, aterrorizado (no era para menos, cuando vio correr sangre en Jerusalén y que unos y otros se tiroteaban en las callejuelas y le parecía el Día del Juicio) decidió al menos no malbaratar el gasto hecho y vender de nuevo. Lo medieval también vende, a su iglesia le iban a hacer falta fondos aunque fuera para comprar vendas y pagar sepultureros. Nadie sabe cómo, ni aún hoy, pero una venta fraudulenta se llevó a cabo con engaño y el pequeño lote de Samuel acabó en EE.UU. Ojo al dato.

Eliminado el archimandrita, tres se vigilaban tomando posiciones. Los de la Escuela Bíblica, que siempre habían estado allí pero ahora eran extranjeros y cristianos en mitad de una rebatiña de musulmanes contra judíos –o de palestinos furiosos y sionistas furiosos, que ambos eran legión- miraban y tendían la oreja, dudando si volver boca arriba la carta neutral y jugársela, o dejarlo correr un poco, a ver qué pasa. Pero ya habían olido el rastro: textos contemporáneos de la época de Jesús. Eso bastaba.

También esgrimía su derecho Jordania. Después de todo, casualmente, el supuesto lote había tocado en su parte. Se suele menospreciar que los jordanos tuvieran interés científico en el asunto. Eso forma parte de la obsesión milenaria que aún se nos pega, si se cree que los musulmanes no darían un céntimo por tales textos. Como científicos, y como parte de su propia religiosidad. Por supuesto que entonces era también por darles una patada en los hocicos a los Israelíes, no hay que ser ingenuo. Pero los humanos somos mucho más complejos, y unas cosas no excluyen otras. Jordania iba corta de pasta, pero tenía (legalmente) el yacimiento, o la parte del león. Y no iba a soltarla.

Lo del Estado de Israel casi no hay que mencionarlo. O sí, porque era la más laica de las opciones. En aquel momento no les interesaba que una camarilla de rabinos hiciera ‘historia sagrada’. No iban a permitirlo.  Jugaban la carta fuerte, la que les había venido en el reparto aleatorio. Tenemos derecho, decían.  Derecho histórico. Nos habéis machacado, masacrado, robado. Ahora nos toca a nosotros.  Es racional pensar que su buena parte de razón tenían, en el contexto y el momento. Y jugaron bien la carta, hasta que se les fue de las manos.

Hoy puede parecer inocente. Hasta estúpido. Al comienzo, todos estaban tan atareados en otras cosas y tan poco seguros de nada, que no se lo tomaron del todo en serio. Los fragmentos vendidos por el archimandrita que fueron fotocopiados en EE.UU eran eso, fragmentos. De buen tamaño, algunos. Pero nadie apostaba por algo que bien podía ser una fotocopia de un texto medieval, y que encima no mostraba ‘escandalosos secretos’. Partes de un texto de Isaías. Era un bocado apetecible para eruditos en mitad de un polvorín y una guerra en el Cercano Oriente. O así se lo contaron, entonces, a los pocos que hablaron de ello. Cosas de lingüistas flipados, ¿A quién le importa?

Siempre le importa a alguien. Y no a los eruditos, desde luego. O no al principio. Algo que no ocupaba ni una página en revistas cristianas o en boletines que nadie leía fuera de la camarilla de las universidades explotó hasta ser best-seller, levantar una polvareda inesperada y terminar en los tribunales.




Bibliografía

ALBRIGHT, W.F.: The archeology of Palestine. (Ed. Castellana: Arqueología de Palestina, Barcelona, Garriga, 1962.)
ALLEGRO, J.M.: The treasure of the Copper Scroll. Londres, 1960.
EISENMAN, R.H.: Maccabees, Zadokites, Christians and Qumram. Leyden, 1983.
SCHONFIELD, H.: El enigma de los esenios. Madrid, Edaf, 1984.


Imagen: wikipedia commons.




Comentarios

  1. Parece mentira que unos rollos de tantos siglos e importancia reigiosa hayan podido sobrevivir a las guerras y al paso del tiempo, pero así es. Nunca dejarán de ser investigados y estudiados con detenimiento en busca de claves que nos resuelvan los interrogantes a ciertos episodios de la historia que se convirtieron en una de las religiones más importantes del mundo. Y creo firmemente que es posible que se encuentren más con el tiempo.
    Un saludo

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  2. También yo creo que habrá más hallazgos. Fueron muy pocas las cuevas investigadas entonces por motivos fronterizos y de conflictos bélicos. Unas cuantas entre miles. Y como suele decirse, nadie pone todos os huevos en una sola cesta si trata de ocultar lo que considera valioso. Por otra parte, nadie sabe cuánto material se sacó y vendió durante os inicios de la guerra, ni a qué manos fue a parar la mayoría. Tarde o temprano, aparecerá. Gracias por tu comentario, Carmen. Un abrazo, y feliz fin de semana.

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  3. ¿No hay mas libros en español? Si son raritos no importa.

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  4. Hay. BAIGENT,M y LEIGH, R.: El escándalo de los manuscritos del Mar Muerto, 1993.
    http://es.wikipedia.org/wiki/Rollo_de_Cobre
    http://es.wikipedia.org/wiki/Manuscritos_del_Mar_Muerto

    Para una idea general. Si quieres profundizar, hay (muuucho) más. Gracias por tu comentario.

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  5. Sobre todo porque uno acaba pensando en que el círculo de 'especialistas' era (y es) tan pequeño, que debemos creer que traducen exactamente bien. Muy afilado ese borde, muy manipulable, muy peligroso. Gracias por tu comentario, Fearn.

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  6. O no me fío ni de mi sombra, que también podría ser XDD

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  7. Buenísimo el artículo. Con su punto cómico XD

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  8. Muchas gracias, Ari. Sin cierta comicidad es un asunto en exceso sombrío.

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  9. No lo habia leido. Ya te comentare.

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  10. Gracias. Cuando puedas, si te apetece.

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  11. Respuestas
    1. Y continúa, Juan. Gracias por leerlo y por tu comentario. Buen finde.

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