Caminos de Santiago: el filo de lo casual.



Las casualidades empiezan en cualquier sitio. La casualidad espera, agazapada. Había estado rondando una catedral con rarezas. Demasiado tiempo, o demasiado temprano. Al final di con un canónigo observador, es lo que sucede cuando te vuelves excesivamente visible. Cortesía, buenos días, cómo está usted. Observador era, eso se percibe en medio segundo. De dónde había partido yo para comenzar el Camino, por qué iba solo, qué motivo religioso me guiaba. Respondí a la primera y pasé al contraataque bien educado, a freírlo a preguntas a él. Tablas. Pero nunca hay que dar lugar a un segundo asalto, de modo que ya trenzaba yo mi despedida impecable cuando me abordó de costado a cañones. ¿Había visto el museo? No. Pero abriría más tarde, y prefería con mucho seguir eso, el Camino. Demasiado tarde, justamente, para fingir que no me iba lo cultural, andanada con mucho humo. Al Museo.

Ay carallo, el canónigo era sutil. No se iba a poner a glosar el oro y las donaciones, elegía las piezas ante las que nos deteníamos por su antigüedad, o por su toque insólito.

Una no mereció que se detuviera. Ni estaba en primer plano, al revés: bastante esquinada, poco visible en una enorme vitrina con cristal blindado y luces no enfocando hacia atrás deliberadamente. Yo, ni pié. La ojeada me había valido. Sabía qué era y de dónde procedía. Y acababa de descubrir dónde estaba.

Entonces le giró el viento al canónigo. Con fina maniobra de quien está seguro de que su oyente seguirá a rajatabla el protocolo y la educación, dio un doble mortal hacia atrás y se puso a hablarme de la barbarie de la Guerra Civil, de cuyo final acababan de cumplirse sesenta años en aquel 1999. No me puse a hacer exégesis. El paño lo conocía bien, y el canónigo superaba en mucho la media como narrador. Mientras me llevaba al claustro y le dábamos una vuelta me mostraba un cuadro apocalíptico de conventos ardiendo, bestias infernales asesinando sacerdotes, profanando, quemando, quebrantando las clausuras y haciendo con las monjas cosas que es mejor ni mencionar, robando para pagar con oro a Moscú, atrayendo la venganza de la cólera divina. Le di las gracias por la visita, él me dio la bendición y me fui. Sin más. Sin más que felicitarme por haber entrevisto algo importante para mí por mera casualidad. A veces hay que tener piel de elefante.

Unas nueve leguas largas más adelante la casualidad hizo otro guiño. Esta vez esperando para entrar en un castillo, en la solana, donde había una pareja de ancianos al sol tempranero que hablaban con unos turistas. Ellos sacaban fotografías y eran muy curiosos. Yo estaba un poco aparte, eso sí, a distancia como para oírlo todo. Con mi mochila, mi bordón y mi sombrero de paja. Los de las fotografías también tenían su estrategia, iban acotando terreno y afinando preguntas. Al final dijeron que habían oído hablar de una pieza, un Lignum Crucis, que al parecer se perdió durante la Guerra Civil. Los dos abuelos se reían, socarrones.

Opinaban que la cruz, que era del castillo –o sea, del pueblo- se la llevaron mucho antes los de la ciudad, pero siempre hubo pleitos. Y que cuando ganaron la Guerra ‘los otros’ dijeron que se la habían llevado para protegerla, y ya no había pleito que valiera. Y eso que ni en la ciudad ni en el pueblo hubo crímenes ni se quemó nunca nada, que a lo más unos y otros se zurraban por la calle. Pero se inventaron mucho y más para llevarse todo lo que pudieron, y según creían los dos zumbones octogenarios, una vez lo cogen nunca lo sueltan.

Tampoco abrí yo la boca. A eso se aprende en el Camino. Levanta las orejas, no ofendas a nadie y saca tus propias conclusiones. Después de todo, ya sabía dónde estaba. Eso era para mí lo único importante. Casualidades.





Imagen: Postal-recuerdo de la Catedral de Astorga, a través de Todocolecciones.net



Comentarios

  1. Estas historias de expolios oficiales y extraoficiales son tan abundantes que, juntándolas todas, daría perfectamente para conformar un extenso mar como si cada una fuera una gota ínfima, tan numerosas son en nuestro país.
    Un saludo

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    1. Tienes razón. El caso es que no se trató de un...'robo', exactamente. Pero la gente del pueblo sí se acordaba. Como si hubiera sido ayer y no sesenta años antes.

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  2. Ese es el relicario de Ponferrada, ¿verdad?

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    1. Ese mismo. O el que tienen muy discretamente expuesto para que no se vea mucho en la catedral de Astorga desde 1939.

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  3. Y a Ponferrada no volverá nunca, supongo. Una vez se lo llevan ya se sabe.

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  4. "Nunca" es una palabra muy larga, Antón. Pero apuesto a que nunca volverá 'de buen grado'. No sólo lo reclaman los ponferradinos, con su razón. Es una pieza de esas que entra en el catálogo de las 'raritas' y muy viajeras, porque procede del castillo (en tiempos del relicario, de la capilla de la Encomienda) de Ponferrada, que era donación del rey Fernando II de León a la Orden del Temple (1178). El mismo rey dio fueros a la villa, lo que la eximía de cualquier otra autoridad fuera de la del mismo rey y la de la orden, y convertía en libres a los repobladores. No creo que Astorga esté muy dispuesta a deshacerse de una 'venerable reliquia'.

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  5. No es que haya visto yo muchos relicarios, pero me parece rara esa cruz.

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  6. Es lo que se llama una cruz Patriarcal...a ver si puedo indicarte alguna información...

    http://es.wikipedia.org/wiki/Cruz_patriarcal

    http://es.wikipedia.org/wiki/Relicario_de_la_Vera_Cruz_(catedral_de_Astorga)

    http://es.wikipedia.org/wiki/Lignum_Crucis

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  7. Salvo para los locales con intereses digamos concretos, un asunto prácticamente desconocido.

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  8. Pues sí, Migue: esa vez iba cazando.

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  9. Pero cazando. El Ligum Crucis de Ponferrada.

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  10. Ante todo saludos y bienvenidas, Sota. Seamos positivos. Al menos sabemos dónde está y no se ha perdido,como tantas cosas. ¿Quién podría reclamarlo legalmente al obispado, ahora? Sólo el Ayuntamiento de Ponferrada que -corrígeme si me equivoco- no creo que esté por esa labor.

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