Li Feng (I)



Traía subido el cuello del chaquetón, calados los bajos de los pantalones, los pies como mármol y una sonrisa terca. Se preparó para doblar la esquina. La calle la habían trazado a regla y compás; de norte a sur, tan recta como una espada, por ella bajaba sin obstáculos un cierzo canalla de los que hacen llorar.

Dos coches de bomberos, los sanitarios y la policía. En su misma puerta, con nutrido acompañamiento de vecinas, curiosos, y ese rumor sordo de marea que presagia naufragio.

Marcas de hollín en las ventanas, en el balcón del 2ºA, justo debajo de su propio piso. La sangre le retornó de golpe a los pies, en medio segundo pasó entre el tumulto, se metió dentro del portal, gritó que era el vecino de arriba del incendio, se zafó de unos y otros y subió la escalera sin tocar los peldaños de madera ni oír sus crujidos. Está controlado, le dijeron. Sacaban una camilla. Rostro cubierto, mal asunto. Y un tipo largo y flaco. Li Feng, alias el chino, el hijo del abuelo coleta, la sombra. Una mujer policía usaba los dientes para despegar la cinta adhesiva amarilla en la que pone ‘no pasar’. La miró.

-¿Es Li Feng? ¿Qué ha pasado?
-¿Lo conoce?
-Soy el vecino de arriba.
-¿Sabe si tenía problemas?
-Un bazar al final de la calle. Nada de problemas, que yo sepa. ¿Y su familia? Su padre, su mujer, sus hijos…
-Sólo estaban... ¿Cómo ha dicho? ¿Li?
-Feng. Li es el apellido. Unos treinta años, alto y delgado.
-Él y un señor mayor –la mujer soltó la cinta, sacó un bloc y anotó- ¿Sabe el nombre del padre?
-Li Hao.
-Chinos, ¿No?
-Sí. De Qingtian, provincia de Zhejiang. Con doble nacionalidad.
-Era amigo suyo.
-Más o menos. Buenos vecinos. ¿Y el resto de la familia?
-Los están buscando. Por la hora, suponemos que los niños estarán en el colegio. ¿Y la madre? ¿Trabaja?

Las cosas se complican fácilmente. Subió a casa, comprobó que las marcas de humo negro no habían llegado a su altura. Dejó lo que traía. Le escribió una nota grande a Estela. Ella llevaba móvil, pero lo tendría apagado como siempre, eran las normas. Se cambió la ropa mojada, las botas, y preguntándose muchas cosas accedió a acompañar a la patrulla. Maldita sea, nadie quiere dar esas noticias, pero mejor un vecino que dos agentes dispuestos a acribillarte a preguntas. Cuando cerraba la puerta asomó la cabeza Joaquina, alias la Matusalena, con su susurro de correveidile y sus ojos tan agudos como los de un búho arrugado.

-Se los han cargado, niño. A los dos. Te lo juro por Dios, Jacobo, se los han cargado y han pegado fuego. A la cabina he bajado yo a llamar a la policía y lo he visto todo. Y lo he oído. Han sido dos chinos.
-¿Y para qué ha bajado a la cabina en vez de usar su teléfono, señora Joaquina?
-Como no tenéis tele eres tonto, niño. ¿Para que tenga yo que declarar y me maten a mí los chinos?

Cuando volvió a casa cerraba la noche. Estela lo sabía todo, radio macuto era un monaguillo al lado de su vecindario. Habían tenido reunión, el presidente de la comunidad había visto demasiadas películas, sin duda, y olía a miedo desde el portal al tejado.

-Ayer estuve en el bazar -le dijo ella- Han precintado el piso, la científica se ha pasado toda la tarde dentro y volverán mañana.
-Lo sé –miró en torno antes de abrazarla- ¿Qué tal estás?
-Ying y los niños se han ido a casa de su hermana. No entiendo nada. Tengo frío, estoy triste y muerta de hambre.
-Vamos a cenar al Chancho. Picante mejicano, y hasta un par de tequilas. He cobrado hoy unos trabajos. Vamos, Estela. Algunos días es mejor acabarlos fuera, aquí hay demasiado miedo.

-¿Por la perspectiva? –le sonrió-
-Porque estoy azul como un pitufo, confuso, apenado, y con más hambre que Carpanta. Y porque ahora mismo no hay nada más que podamos hacer. Abrígate bien.
-Jacobo…
-Ponte las botas. Luego me plantas esos pies tan bonitos en cualquier parte.
-Joaquina ha visto a dos chinos abrir la puerta.
-Joaquina no distingue a un chino de otro.
-A las familias sí. Y  no eran ni el cuñado de Feng ni su hermano, eso lo jura. Ve mejor que yo y oye caer una pluma a cien metros, Jacobo. Y tú no lo sabrás, pero tiene una mirilla panorámica.
-Eso me lo creo.
-¿Y qué piensas?
-No lo sé.
-¿No lo sabes, o no me lo quieres contar?

La miró a los ojos.
-No lo sé. Si lo supiera sería Sherlock Holmes, y viviríamos en una ciudad donde siempre llueve y donde los chinos no ponían bazares, sino fumaderos de opio. Vamos a cenar. Podemos pensarlo, pero en un lugar más calentito.




Imagen: Propia, bajo la misma licencia que el blog.


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Comentarios

  1. Me alegro de que te haya gustado, Lucas.

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  2. Una de chinos...buenísima, enhorabuena.

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  3. Supongo que los buenos escritores se atreven a todo. Hasta a hacerse pasar por modernos y que cuele.

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  4. Si cuela, ha sido buena disciplina. Ya el piropo sobre 'buen escritor' sería, por supuesto, discutible. Se hace lo que se puede lo mejor que se puede, sota. Nadie puede hacer más.

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  5. Me gusta mucho. Me gustó ("fan de poster") pero no lo comenté. Se me pasaría, lo siento.

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