San Antón Abad es uno de esos santos populares. Su
festividad se asocia al fuego y las hogueras, a los cerdos en particular y a la
bendición de animales en general. Tuvo tres biógrafos contemporáneos, dos de
los cuales lo conocieron y trataron. Comparada con otras vidas de santos, la
suya resulta poco legendaria. O lo parece.
Antón nació en Heracleópolis Magna, en la región del
Fayum, en Egipto, el año 251. Siendo un hombre joven renunció a sus bienes y
tomó el camino del desierto para vivir en solitario, como un ermitaño. Su
decisión no era original: numerosos hombres (y mujeres) del siglo III hicieron
lo mismo, en especial en los desiertos de Siria y la tebaida egipcia.
Antón buscó un lugar adecuado. La zona abunda en
cuevas naturales, pero optó por una tumba. De aquellas viejas tumbas saqueadas y vacías. Lo bastante cerca de una
aldea como para poder recoger agua y pedir sustento, y también para visitar a
grupos menos estrictos que optaban por formar pequeñas comunidades. Por eso lo
de ‘Abad’. Más bien podían haberlo llamado consejero, o visitador. Nunca se
integró en ninguna.
Al revés. Según cumplía años –y los biógrafos
aseguran que cumplió ciento cinco- iba alejándose más, adentrándose en el
desierto. Antes de eso tuvo, por supuesto, que vencer tentaciones. La primera
es clásica: la mujer desnuda que aparece como una alucinación nocturna, o bien
como el Demonio del Mediodía. Las otras dos resultan menos usuales. Monstruos. Los
que pintó El Bosco, aunque se quedó corto. Y, lo más extraño, enigmas.
Preguntas que era necesario responder, desentrañar, conocer.
La relación de Antón con los animales también parece
sorprendente. No hay muchos candidatos a ‘mascota’ en el desierto, pero él
encontrará a tres. Ya anciano hace una visita a otro ermitaño, Pablo. Pablo
vive en una cueva con un manantial. Y un cuervo le trae cada día un pan en el
pico. Cuando llega Antón, el cuervo hace dos viajes diarios para atenderlos a
ambos. Pablo muere, y dos leones mansos ayudan a Antón a cavar su tumba. Por
eso se le considera también patrono de los sepultureros.
El episodio más conocido es el de la jabalina. Viene
con sus rayones, que son ciegos, y con gestos suplicantes le pide ayuda a
Antón. Los jabatos recobran la vista, la familia se marcha muy agradecida, y el
ermitaño queda asociado al cerdo negro que se representa a sus pies con aspecto
de perrito cariñoso.
En el buen sentido de la frase, eso es un cuento
egipcio. Un cuento llamado ‘El ojo de Horus y el Cerdo Negro’. Seth, el dios
del mal, toma la forma de un jabalí negro para cegar temporalmente a Horus.
Cuando Horus recobra la vista, los jabalíes y cerdos son considerados impuros
en Egipto. El tabú sólo se levanta una vez al año, en invierno, cuando se comen
en un festival religioso. Antón bendice a las mascotas y bendecía antes al
ganado y los animales de labranza. Y el cerdo sigue siendo la víctima preferida
de las variadas ollas, empanadas, bollos salados y barbacoas sobre hogueras el
día del santo.
Las reliquias de Antón empezaron su largo viaje
siendo llevadas a Alejandría. Trasladadas a Constantinopla en el siglo XII,
cuando la Cruzada de 1204 fueron robadas y enviadas al delfinado, en Francia.
La fama se propagó, aunque en la península ibérica era ya venerado. Alfonso VII
había fundado en Castrojériz (Burgos) un monasterio en 1146. La veneración
propició la creación de una orden religiosa dedicada al cuidado de los enfermos
que padecían ergotismo (el ‘fuego de San Antón’) o enfermedades de la piel.
El
mal se contrae al consumir cereales contaminados con un hongo parásito que
ataca especialmente al centeno, y en menor medida al trigo, la cebada y la
avena. El pan de centeno era la base de la alimentación medieval de los más
humildes. La sustancia tóxica del hongo es un precursor del ácido lisérgico o
LSD. Comer pan contaminado causaba alucinaciones, convulsiones, necrosis en los
tejidos, gangrena. Y la muerte rápida en casos de envenenamiento masivo. Los
monjes antonianos lo sabían bien. En su convento de Castrojériz sólo se servía
pan candeal. Pan blanco de trigo minuciosamente examinado desde el grano hasta
la hogaza.
Durante el medievo, en los reinos peninsulares los
monjes antonianos dispusieron de dos grandes Encomiendas: la citada de Castrojériz
y la de Olite, en Navarra. Con el paso del tiempo la mayor parte de tales
monjes-médicos se integraron en lo que hoy es la Orden de Malta, mientras otros
optaron por el patronazgo de sepulturero de Antón y se llaman ahora Hermanos
Fossores. En las muchas fiestas y romerías dedicadas a Antón puede verse su
hábito: negro, con una cruz Tau azul en el pecho. Una cruz Tau o una cruz
ansada, el viejo símbolo de la Vida para el Antiguo Egipto. Todas las buenas
historias tienen un pasado muy largo.
Bibliografía.
_Leyenda
http://galiciaagraria.blogspot.com.es/2011/10/el-cornezuelo-de-centeno-una-historia.html
Imagen 1. Tentaciones de San Antonio, el Bosco.
Imagen 2. San Antonio ermitaño. Fotografía propia, Museo Catedral de Burgos.
Imagen 1. Tentaciones de San Antonio, el Bosco.
Imagen 2. San Antonio ermitaño. Fotografía propia, Museo Catedral de Burgos.
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Ya lo he visto. Genial, muy curioso.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado. Y sí, realmente es muy curioso...
ResponderEliminarMe ha encantado.
ResponderEliminarGracias, Presentación. Me alegro.
EliminarAntón se parece a San Antón sólo en una cosa: a los dos le gustan los cerdos...bien guisados. Jjajajajajjjjjaaa
ResponderEliminarHombre, en algo más se parecerá llevando el mismo nombre...XDDD
EliminarDesconocía esa leyenda. Gracias.
ResponderEliminarNo hay de qué, Merit: gracias a tí por leer y comentarla.
ResponderEliminarMe encanto aprender y leer sobre Anton.
ResponderEliminarNo la conocia, es un placer descubrir leyendas tan curiosas. Me da una profunda satifaccion !!!
Mil gracias de nuevo!
No hay de qué. Hay historias muy antiguas que suelen no conocerse, y es un placer difundirlas como parate de la cultura de todos. Abrazos, buhoevanescente.
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