Flora.





Troyes, condado de Champaña, enero de 1129.



Hacía un frío de cuchillos. Un frío gris, resplandeciente como el hielo. Frío de mantas húmedas, chimeneas vomitando humo y pies helados. Juan Miguel, el de la letra pulcra, la boca callada y los ojos inquietos se estaba dando a todos los demonios. Tres jóvenes fámulos, monjecillos aún verdes en su trabajo, entraron en tropel.

-Padre, ¿Es una muda completa lo que habéis pedido?
-Es lo que he pedido –asintió-

Se desnudó y volvió a vestirse de calzas y bragas, camisa, hábito y manto y calcetines y zapatos junto a la chimenea que hacía toser. Dejó en brazos del mozo la muda quitada, tan húmeda como una esponja.

-Gracias, hermano. Y he pedido leña seca y troncos recios. Y una jarra de vino. Y plumas y tinta de calidad, y pergamino para tomar notas decentes. Cuando sea la hora, si me traéis algo de comer y aún no he muerto de frío, os lo volveré a agradecer. Os doy mi bendición.

-Ya han llegado todos. Son muchos. Hay señores entre ellos, y monjes, y gente del siglo, y...
-¿Y?..
-Y los dos que dicen que ni son gente ni monjes.
-Entonces, buen hermano, asómate a las cocinas cuando sea la hora y tráeme de lo de los señores. A ellos tampoco les gusta el frío.

-¿Me permitirán hacerlo?
-Di que vas de parte del Obispo. Yo soy la mano del Obispo, o la del Concilio que ha convocado el Papa con sus órdenes. No mientes.

Una sala orientada al norte, pensó al quedarse solo. Ya. Un Concilio Provincial. Frío. Cuanto antes os pongáis de acuerdo, antes acabará el frío. El papa era poderoso, y listo. O lo había sido. Ahora la blanca sombra de ese Bernardo, el de Claraval, era quien hacía y deshacía. Un santo vivo. Un hombre temible, con una voluntad de hierro. Un señor antes de ser abad. Un señor que le hizo enviar la cena y, como abad, lo dispensó de acudir al coro. Juan Miguel tenía ya escrito el introito. En el año de Nuestro Señor de…

Se detuvo. El año según el cómputo de la Pascua. O el Año de Nuestro Señor. 1128. O 1129. Tocaron reciamente a la puerta, y costó abrirla. Estaba hinchada de humedad.

Bernardo. Era alto como decían, sí. Imponente. Imponedor. Juan Miguel veía el entorno.

-Mi señor abad, os quedo muy agradecido.
-Hace frío, hermano. Malo es el frío para los dedos.
-Dios nos ayudará. ¿Puedo ofreceros un poco de vino?
-Gracias.

El resto fue un ‘habéis de hacer’. Breve. En realidad no le importaba nada, excepto dos cosas. Que el Papa sancionara y sellara el Concilio, y que su voluntad quedara ratificada. Los señores cultos son cultos, pero no eruditos. Jamás equivocan una declinación. Al resto no hay que engañarlos. Su ignorancia los engaña. Juan Miguel sabía que era una pieza de letra pulcra, perfecto latín y monástica boca callada. Tras cerrar la puerta de la celda hasta donde le fue posible por lo inflada que estaba, susurró para su capucha:

-Vive Dios, qué pucherazo va a dar Bernardo.





13 enero 2014, festividad de San Hilario

Con un frío de cuchillos se juntaron en Troyes para un Concilio Provincial –pero extraordinario, por mandato del papa reinante, Honorio II- el trece de enero de 1129, día de San Hilario. Sabemos bastante de eso. Sabemos que un tal Jehan, o Juan Miguel, lo puso por escrito. Sabemos quienes acudieron. Sabemos quién ejerció como ‘presidente’ de tal Concilio. Juan, entonces obispo de Orleans. Como alias, “Flora”.

El Concilio tenía un solo objetivo. Aprobar y sancionar la que sería la Orden del Temple, como suele llamarse. Lo mandaba el Papa, lo azuzaba Bernardo. Estaban en su ‘casa’, en la zona más próspera, en el eje económico de las grandes ferias comerciales. Viendo venir el viento.

Flora jamás tuvo problemas. Había llegado al obispado de mano y recomendación de otro obispo. Gestionó muy bien, y aunque lo adjudicaron como cliente del infierno, sobrevivió a tres papas y nunca fue cuestionado. En su trabajo, si cabe decirlo así. Sin embargo, durante el Concilio la suya era la única voz discordante, la de quien ni estaba allí ni decidía ni opinaba, y se sentía -con razón- ignorado: Luis VI, alias el gordo y/o el batallador, rey de la minúscula parte de tierra rodeada de grandes señoríos que ahora, nunca entonces, llamamos 'Francia'. Maldito el caso que le hicieron, de modo que Juan Miguel, bien dispuesto a no complicarse más la vida, soltó la pluma contra Flora: al hacer por escrito la lista de asistentes al Concilio no dijo ‘episcopus’. Escribió una palabra latina muy antigua, y muy ambigua: ‘praesul’. Danzarín (en la pagana Roma y los Festivales de Marte). ‘El que va delante de todos’. ‘El que preside’, porque los significados se deslizan. Muchos lo odiaban. Otros estaban de acuerdo con su benévolo gobierno. Otros ni a carallo sabían quién era, el pavo. Tampoco sabemos si fue el Papa Honorio, o fue Bernardo, quienes lo impusieron como presidente del Concilio. Todas las opciones posibles están servidas.




 Imagen: Wikipedia Common.

Comentarios

  1. ¿Las has contado? XDD...Una oblicua.

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  2. Respuestas
    1. Salió así. Por alguna razón suponía que trataría de otra manera a Bernardo, pero al final resultó más retorcido y menos 'del perfil bueno' de lo calculado. Esas cosas pasan XD.

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  3. Este no lo había leído. Tan cálido, tan frío, tan real.

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  4. Gracias. Me gusta tu comentario, creo que define muy bien al menos lo que intenté hacer, tal vez no lo que conseguí.

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