Durante más de treinta años había hecho el mismo
camino, tres veces por semana de ida y las mismas de vuelta. Desde que se había
marchado al pueblo a vivir con su marido. Subía la cuesta mientras canturreaba
con voz suave, la misma con la que entretenía a sus hijos cuando eran pequeños y
la acompañaban, lo que para ellos era una aventura.
Ahora de vez
en cuando su hija pequeña iba con ella a visitar a la abuela. Anochecía, y los fríos de
aquella tarde de noviembre se colaban por las mangas del abrigo y por cualquier
resquicio que quedara entre la ropa.
El alumbrado cada vez más espaciado y menos
brillante, se apostaba en el camino como vigía de un mar diferente, oscuro y frío.
Las orillas del camino y los lugares del todo conocidos le traían recuerdos de
una infancia y adolescencia llenas de vida.
Aquel mismo camino que ahora en soledad le resultaba
algo más largo, entonces se hacía demasiado corto, entre susurros y las
mejillas rojas por un piropo o un comentario algo descarado. Sonrió y apretó el
paso, cuanto antes llegara, podría sentarse al calor del fuego y quitarse tanta
ropa.
Los aullidos de algunos perros al escuchar sus pasos
entre los caseríos diseminados, los guiños de luces que se encendían, y el ama
que salía a la puerta a mandarlos callar, aprovechando así un momento de
charla.
-
¿Ya
vas para arriba?
-
Si,
hoy ando tarde, me entretuve haciendo la cena para Paco.
-
Mañana
por la tarde si te parece subo y tomamos en café las tres juntas.
-
Claro,
Teresa, sube y así charlamos y nos
ponemos al día.
Despedidas y vuelta a tomar el ritmo para dar el último
tirón, y en la altura cada vez más cerca la luz que siempre está en la ventana.
Desde sus primeros recuerdos su madre dejaba un candil en la cocina. Nunca supo
su origen. La madre de su madre lo hacía, y según ella, también la madre de la
abuela.
Apretó la bolsa contra sí, buscando el calor
residual de la sopa que llevaba para la cena y vino a su mente un hecho que no
recordaba haber vivido. Tenía unos quince años, aquella tarde bajaron a hacer
unos mandados al pueblo y subía con su madre por aquel mismo camino.
Los perros ladraban y sus pasos eran ecos de sus
voces que no dejaban ni un solo silencio. La luz de la casa que era su guía se comenzó
a ver, y ella la miraba preguntándose cómo su madre podía verla desde el pueblo
a tanta distancia. Pensativa escuchó caer las bolsas que ella llevaba y la vio salir corriendo como si algo malo
hubiera pasado.
Recogió las bolsas intentando seguirla. Su rastro se perdía en la cuesta, ya casi había
alcanzado la casa. Entró detrás y se encontró a su madre abrazando a la abuela
mientras le acariciaba el cabello y le decía suaves palabras. Miró a la
ventana: la vela se había apagado.
Se estremeció y apretó el paso un poco más. Abrió la
puerta y saludó a Juana que ya se había puesto el abrigo. Se despidió de ella y
entró en la cocina. La vela seguía encendida, su madre la llamó.
Dejó la bolsa sobre la mesa, se quitó el abrigo y
entró en la habitación. Su madre estaba en la cama, se acercó a darle un beso. Estaba
haciendo labor, y mientras su hija se acercaba al brasero le preguntaba por los
de la casa y por lo acontecido en el pueblo.
Nunca supieron los motivos por los que su madre se había
metido en la cama, sucedió un día, y desde entonces pocas veces abandonaba el
lecho. Los domingos que venían todos a almorzar, la comida trascurría en torno
al lecho, y ya se había convertido en una costumbre. Su mente permanecía
intacta, pero su cuerpo había ido menguando como si se tratara de una vela. A
veces su yerno Paco, cuando el tiempo era cálido, la cogía en brazos y la sacaba fuera a que
tomara el sol.
Cenaron y charlaron durante largo rato sobre sus
vidas e historias del pasado, mientras una hacía punto y la otra remendaba
algunas ropas. Isabel relató a su madre el recuerdo que había venido aquella
noche a su mente. Al no recibir respuesta dejó de coser y vio que la buena
señora se había dormido.
Ella misma se quedó dormida, con el calor y a causa
del cansancio. Una bocanada de aire la despertó, el olor característico de una vela al
apagarse. Miró a su madre, que sonreía. Había llegado su momento, y era tiempo
de partir. Le advirtió que la vela no volvería a encenderse, y mientras su hija
le tomaba de la mano se durmió para siempre.
Durante muchas noches no hubo luz en la ventana.
Fuente Imagen: Nuestra, misma licencia que el Blog.
Fuente Imagen: Nuestra, misma licencia que el Blog.
Me gusta mucho ese cuento.
ResponderEliminarA mi también Merit, me recuerda a algo muy antiguo y cercano. un saludo.
ResponderEliminarA mi tambien me ha gustado. Creo que porque no es lo que podria ser, un cuento de miedo. Las cosas pasan, eso es todo.
ResponderEliminarLas cosas pasan, Ferarn Fall,realmente es que cada uno que lee cree entender. un saludo.
ResponderEliminarMagia.
ResponderEliminar:) en estado puro, gracias y que la magia te acompañe.
ResponderEliminarPerfecta. Sin más, Leonor. Has hablado por muchas mujeres.
ResponderEliminargracias Encina es todo un honor recibir tus palabras. un saludo.
ResponderEliminarEntrañable, me ha encantado, es tan verdad...
ResponderEliminar:) que bien, lo he releído varias veces, y también vuestros comentarios y me encanta ver que un relato tiene mil y una lecturas y que la gente lo disfruta un saludo Presentación.
ResponderEliminarMuy íntimo, impresionante, con su toque de esas cosas sin explicación.
ResponderEliminar:) me alegra que lo hayas disfrutado. un saludo y buena semana.
ResponderEliminarParece una experiencia de esas a las que la gente no da mucha importancia, auque las cuente como historias raras de familia. Parece, pero no lo es. ¿Me equivoco?
ResponderEliminarEs una historia del todo imaginada, si es cierto que escrita sobre algunos recuerdos y ausencias en mi vida. También es verdad que hay experiencias extrañas que ocurren, por lo menos en la mia y en gente que yo conozco. Este texto pretende ser lo que cada uno quiera leer para mi es un homenaje a las mujeres y a epocas pasadas. un saludo y buena semana
EliminarQué impresionante es.
ResponderEliminarparece que ha tenido éxito este relato. :)
EliminarPues se me han puesto los pelillos de punta y todo.
ResponderEliminara veces hay relatos que al leerlos nos recuerdan algo pasado, espero que fuera por eso y no por demasiado susto. un saludo y buen finde Migue.
EliminarSin respiracion te deja, Leonor.
ResponderEliminarGracias Pedro es un placer que disfrutáis leyendo. buena semana.
EliminarTremendo y algo de nostalgia se removió en mi ...No se...recuerdos de tiempos idos ...
ResponderEliminarMe gustó mucho te felicito y comparto.
Un placer leerte.
Saludosbuhos! !!
Gracias Buho me gusto saber que fue de tu gusto y que te removió. Gracias y buena semana.
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