La cacería de Helle.



Las apariciones de fantasmas o espectros de los muertos son muy frecuentes en la narrativa de la Edad Media. Se relacionan con la creencia en el purgatorio como un lugar de expiación, en el cual se ha de pasar un tiempo más o menos largo antes de poder entrar en el Paraíso. Sin embargo, muy raras veces las apariciones medievales pretenden asustar, atormentar o causar daño a quienes visitan. Lo normal es que se trate de familiares o amigos cercanos a los que se les pide un favor. Rezar por ellos, hacer decir misas, cumplir algo que el difunto prometió hacer y no pudo. Es decir, acciones que acortan la estancia en el purgatorio y permiten al muerto acceder al Cielo.

Orderic Vitalis, monje del siglo XII del que ya hablamos en otra entrada a propósito de su crónica sobre el naufragio de la Nave Blanca, dejó un relato muy diferente. En el Libro VIII de su ‘Historia Eclesiástica’ nos cuenta lo que le sucedió a un párroco de Lisieux en una fecha muy concreta, el 1 de enero de 1091.

El párroco se llamaba Walchelin, y según Orderic era ‘joven, fornido, valeroso y muy activo.’ La noche del primero de enero regresaba a la casa parroquial después de haber visitado a un enfermo que vivía en el otro extremo del territorio de su iglesia. Volvía tal como había ido, a pie, por el lateral del camino, muy lejos de cualquier granja o aldea. Entonces oyó lo que le pareció el estruendo de un gran ejército acercándose en su dirección.

Creyó sin dudar que se trataba de parte de las tropas que combatían en el marco de las guerras entre la emperatriz Matilde y su oponente Esteban I, de modo que decidió meterse en la espesura y esconderse entre los árboles hasta que pasaran. Orderic Vitalis cuenta lo que sucedió entonces:

“Un hombre de enorme estatura que llevaba una pesada maza se interpuso entre el sacerdote que huía y el bosque. Blandiéndola sobre su cabeza, gritó: ‘¡Quieto! ¡No des un paso más!’. El párroco obedeció, y el hombre de la maza se colocó a su lado sin hacerle ningún daño, aguardando a que pasaran las tropas.

Ambos estaban quietos al borde del camino. El sacerdote Walchelin vio pasar primero a un sinnúmero de campesinos cargando al cuello todas sus pertenencias, y pensó que huían de las aldeas. Tras ellos iban mujeres cabalgando, pero sus sillas tenían hierros al rojo que les causaban gran dolor y quemaduras. Detrás venía una multitud de sacerdotes, monjes, abades y obispos todos vestidos de negro y encapuchados, aullando y lamentándose. Finalmente Walchelin vio un inmenso ejército sobre grandes caballos, envuelto en oscuridad y fuego. Totalmente armados, los jinetes cabalgaban a la batalla portando estandartes negros.

Lo que asustó a Walchelin fue que conocía a muchos de aquellos que estaba viendo, sobre todo a parroquianos suyos y sacerdotes que habían fallecido en los últimos años. Eran personas que él mismo consideraba buenos cristianos, algunos incluso con fama de santos. Y ahora los veía allí, cabalgando y atormentados.

Comprendió que lo que pasaba ante él era la Cacería de Helle, el Ejército de los Muertos. El párroco conocía el viejo cuento que siempre le había parecido superstición. Nadie iba a creerle si lo contaba. Decidió entonces que debía hacerse con una prueba, y esperó hasta que pasó un caballo sin jinete. Montó de un salto. Sintió un calor como fuego bajo sus pies, mientras la mano que sostenía las riendas se le helaba. Cuatro de los caballeros muertos lo rodearon, recriminándole que intentara robarles y ordenándole que cabalgara con ellos, porque nadie le haría daño.”

En ese momento, Walchelin se encomienda a la Virgen, y otro caballero sale en su auxilio amenazando a los cuatro que tratan de llevárselo. Le cuenta que es su hermano Robert, que dentro de un año terminará la maldición que pesa sobre él a causa de sus muchos pecados, y también le ruega que rece y oficie misas por su alma. Robert debe seguir inexorablemente al ejército. La conversación es breve.

Otros autores del siglo XII además de Orderic Vitalis escribieron sobre el mismo tema, sin decir nunca tanto. Mencionan que la leyenda, o la superstición, o ‘lo que tantos creen’ se da en un área geográfica muy amplia. Lo que en Francia es la Cacería de Hellequin es en España ‘el Ejército Viejo’, con numerosas variantes. ‘Hueste Antigua’ se le llama en el poema de Fernán González. ‘Estantigua’, ‘Huéspeda’, ‘Güestia’, ‘Estadea’, ‘Hoste’ o ‘Santa Compaña’ son sinónimos, como las leyendas catalanas del cazador maldito, el conde Arnau, o el Eiztari-Beltza, el Cazador Negro vasco.

El mito se cristianiza, olvidando así a Helle: la gran diosa antigua en su aspecto funerario que reina lejos en el norte, en los pantanos del país de la niebla, rodeada de sus perros, lobos y serpientes. Y tras ella cabalga en los cielos otoñales el ejército de los muertos.



Bibliografía.

The Ecclesiastical History of Orderic  Vitalis, Vol.4 , edited and translated by Marjorie Chibnall (Oxford, 1973)

The Written World: Past and Place in the Work of Orderic Vitalis, by Amanda Jane Hingst (Notre Dame, 2009)

Ghosts in the Middle Ages: The Living and the Dead in Medieval Society, by Jean-Claude Schmitt (Chicago, 1998)

La Edad Media, Vol.2: El final del pensamiento salvaje, por Robert Fossier (Ed.), capítulo de Jean-Pierre Poly (Barcelona, 1988)


Imágenes: Wikipedia.

Comentarios

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    1. Creo que he metido el dedo (mal) y se ha eliminado tu comentario, Merit. Discúlpame. Pero lo había leído antes. Me alegra mucho lo que has dicho, que has sentido curiosidad por saber más.Si en eso (Helle) puedo serte útil, estoy a tu disposición.

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  2. El tono legendario me gusta. Mucho.

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  3. Mitad artículo mitad literatura, ambos ganan.

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  4. Muy amable por tu parte, Juan Marcos. Otro de esos en los que hay que comprimir demasiado XDD

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