Por Tutatis...





Casi siempre, quien cuenta las cosas es un arqueólogo (o arqueóloga) de medio pelo, un becario trincado por una tesis doctoral. Otras veces es un/a cabezaloca con suerte que encuentra lo que nadie había encontrado. Entonces, ha de decidir. Cree que puede decidir, pero no es cierto. Si no comunica su hallazgo lo lleva crudo. Si lo hace, será de su Departamento. Conste que yo me fui de tales belenes antes tan siquiera de tener que planteármelo. Me hicieron una oferta. La rechacé. ¿Hice bien, hice mal?...

Supongamos una cabeza loca que va como en peregrinación de ruina en ruina. No hay carteles. Ninguno que diga “No pasar”. Tampoco ninguno que diga “Si subes esa escalera o trepas por ahí, no somos responsables.” Ya. Se supone que la aventura es eso. Tú juegas, arriesgas. Si te matas por amor a las piedras, era tu Destino. Eso me parece justo.

Imaginaos que sois unas cabezaslocas que veis una abadía en ruinas. Nada más que eso. Ay carallo, esto sale gratis. Igual nadie es un especialista, pero eso no vale de nada. Antes hay que serlo de otras cosas que Salamanca no enseña. ¿Cuántas piedras faltan, y de dónde? ¿Dónde hay nidos de pájaros y huras, rastros de animales que van y vienen? ¿Esas tentadoras escaleras medio caídas muestran excrementos? ¿Humanos, o animales? Mira desde abajo. ¿Faltan piedras en la plementería de las bóvedas?

Ya.  Puede parecer un test de Tocameroque. Es la diferencia entre la vida y la muerte. O entre la vida y la paraplejia. O entre la vida y un año de rehabilitación durante el cual, con grandes lágrimas de alligator, tu precario puesto habrá sido ocupado por otra persona.

Pero a veces, hay suerte. Alguien se trepa y baila allí donde los ángeles no se atreverían a pisar. Con una linterna. Siempre se les olvida hacer un mapa mental, un croquis, y llevar mascarilla. Vaya todo ello al carallo, son veinteañeros. Son inmortales. Hacen todo lo que no debían –ahora que nadie los ve y pueden hacer aquello en lo que creen- y se ponen a quitar telarañas. Y a raspar un poco, como les han enseñado. Nunca en el centro, los bordes. Lo están tocando, sin nadie que les robe el escenario, sin nadie que los abronque, sin nadie que les recuerde que son siervos.

Entonces sucede. Lo que sólo has soñado en pesadillas. Todo cruje, y la capa enfoscada de la bóveda se te cae encima.

Por Tutatis…el cielo cae sobre mi cabeza. En realidad, no. Ha caído una capa de cal, polvo blanco, telarañas secas y alguna piedrecilla suelta. Respirar hondo es la peor de las ideas posibles, pero es lo que la inmensa mayoría hace.

Una cabezaloca seguro que no lleva casco. Los buenos son muy caros, y los que incluyen frontal ya forman parte del delirio soñado. Tampoco llevan una buena linterna, una halógena ajustable de foco con filtros de color que harán genial tu fotografía. Ni de coña. Cierto que nadie les ha enseñado que un casco de obra bien forrado por dentro es más duro que los de pijolandia, y que los filtros de color de una linterna valen con poner ante el foco un trozo de papel celofán del tono deseado. Eso, así a la arcaica. Sin Photoshop. Tampoco lleva máscara. Algo mucho más grave. Dos euros de media. Ni guantes gruesos. Un euro en las ofertas de jardinería de cualquier gran superficie, que para eso están. Para hacer maravillas sobre sus residuos.

Pero no te han contado eso. Te han hablado de impecabilidad científica (o sea, de eres un becario tonto, Simón, y si eres listo, lo que encuentres será mío) y de que hay que ser organizados y esperar subvenciones y seguir los pasos y cada cosa vale un huevo y tú no puedes. NO puedes. Sin mi firma y mi aval, no puedes. Ni se te ocurra. No puedes.


Sí, se puede. Pero hay que elegir. La vida respetable del siervo que jamás sacará una brizna del tiesto de sus (ahora) iguales, o la vida de quien busca. No es una decisión fácil de hacer. Por si alguien se ha entusiasmado demasiado con la épica, nunca publicará entre los académicos, y posiblemente nunca llegará a fin de mes. Y eso, que es muy real, hay que meditarlo.


Imagen: Wikipedia, bajo licencia Creative Commons.

Comentarios

  1. No es lo más común leer un relato a la vez muy rebelde y muy controlado. Enhorabuena.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Enfadarse para nada no merece la pena. Una vez se ha tomado un camino, hay que seguirlo y no perder el tiempo en lamentaciones.

      Eliminar
  2. Son cosas que pasan, Andrés. Al menos, dentro del mundo de los pasillos universitarios, donde por 'encontrar algo' (lo que sea) hay muchas personas que le pondrían la zancadilla a Dios y su Madre. Pero yo lo cuento en plan cómico, o eso he intentado. Conmigo no va.

    ResponderEliminar
  3. A ti o te va la adrenalina o el saber cosas, ¿no?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me va saber cosas. A la adrenalina...no le hago muchos ascos XDD

      Eliminar

Publicar un comentario