Cuando pudo abrir los párpados hinchados vio luz.
Una lámpara de sebo. Brillos de humedad
en el muro. Su aliento formando vaho, casi congelado en torno a la boca. Muchas
pieles lo cubrían: el camastro era blando, de lana. La sábana, limpia. La puerta
no estaba cerrada. Fuera se oían botas de fieltro, los pasos pesados y lentos
de alguien que guardaba la entrada. Todavía no estaba muerto. Lo habían lavado,
vendado, acostado en cama caliente. No tenía sed. Podía oler las mezclas de hierbas
de sus emplastos. Hay cosas peores.
En cuanto lo piensas, hay cosas peores. En el
corredor, tras la puerta abierta, se reflejó otra luz. Muchas luces, muchos
pasos nuevos bajando la escalera. Cerró los ojos, intentando no mirar para que
no fuera real. No sirvió de nada. Una doncella le alzó la cabeza y le indicó
que bebiera del cuenco que le ofrecía. Era caldo espeso y caliente, caldo de
carne. Obedeció. Tras reconfortarse con la sopa, otra mujer le hizo tragar un
cocimiento conocido para la fiebre. Y entonces vio a la tercera, la viuda de
Argantyr. La suerte está echada: las runas ruedan por el suelo. Ahora ya nada
puede cambiarse.
Las tres se sentaron en torno a la cama. Y le
preguntaron por qué estaba tirado en la arena fría, molido a golpes, sangrando
y abandonado. Nunca mientas a las madres, pensó. Les dio respuesta: como
esclavo había seguido a Hervor, su ama, saliendo a vikingo en un buen barco con
muchos remos y hombres. Había servido a Hervor trabajando, limpiando, remando.
Y cuando ella les ordenó poner proa a la isla vacía, no había discutido. No
recordaba mucho más.
La doncella que le había ofrecido el caldo hizo un
nudo en su ceñidor. Era joven, parecía suave. De algún modo el esclavo supo que
podía matarlo con sus blancas manos sin hacer gran esfuerzo, y sin que se le
moviera un mechón del largo cabello rojo
cobre. Ella parpadeó despacio.
-
Has
mentido una vez, le dijo. Pero has mentido por miedo, eso te lo perdono.
Serviste bien a tu ama Hervor. Cuéntanoslo todo.
- Salimos
a vikingo. El viaje iba bien –continuó- Antes de mediar la temporada ya
teníamos en las bodegas cuanto necesitábamos para volver con honor, fama y
mucha riqueza. Los hombres hacían sus cuentas. Una hazaña más, y de regreso.
Hablaron
mucho sobre ese plan mientras él, el esclavo, limpiaba la cubierta y preparaba
la comida. No lo trataban mal, había para todos. Hasta para que el ama le
hiciera un buen regalo por su trabajo y su fidelidad. No recordaba cual fue su
nombre antes de que lo capturaran de niño, pero el ama y todos lo llamaban Hestur. Caballo. Porque siempre había sido fiel.
Hervor ordenó poner proa a la isla vacía, la isla
silenciosa. Sus hombres obedecieron de mal grado. Y cuando llegaron a la costa,
se negaron a acompañarla. Cosas de mujeres y hechicerías, mejor custodiar el
barco repleto. Ella admitió bajar sola, pero les advirtió: Caiga sobre
vosotros, sobre vuestras madres, tías, hermanas y mujeres, sobre vuestras hijas
e hijos, la maldición. Sean ruina vuestras casas, que nadie os queme en una
pira ni vuestros espíritus encuentren el camino, si no me esperáis. Juraron por
todos los dioses esperarla. Habían jurado. Hervor era su ama, una doncella
guerrera que podía maldecir hasta el fin del mundo. Y ser oída por quienes
tejen las vidas más allá del fin del mundo.
Hestur el esclavo no los creyó. Tenían miedo,
tentaban a la suerte y al destino. Se dejó deslizar quemándose las manos por la
sirga, cortó la gruesa soga y remó con el bote hasta la orilla negra. Los del
barco miraban otra cosa. Miraban los montículos verdes de musgo que sobresalían
del suelo. Miraban, dándose unos a otros con el codo, una luz que ardía encima
del túmulo principal. El de Argantyr. Las luces no arden si no se las alimenta.
O tal vez era asunto de hechicería, de la maldita espada que forjaron los
enanos con tres maldiciones. Quien te desenvaine sepa que no volverás a tu
vaina sin haber segado una vida. Que la casa del imprudente que hizo forjar la
espada será polvo en el viento. La espada mató a su primer amo, y mató a sus doce
hijos. Falta una desgracia, la tercera. Él, el esclavo, había varado el bote y
no recordaba más.
La mujer que le había dado el remedio contra el frío
y la fiebre lo miraba ahora. Con la solidez y la realidad implacable de una
reina. Un solo mechón de plata se entretejía en su gruesa trenza. Vestía de
rojo, con una capa de piel de lobo a la espalda, y sobre su vientre abultado de
muchos meses destacaba un sencillo ceñidor. Sus dedos distraídos hicieron un nudo.
-
Has
mentido dos veces, dijo. Pero ahora has mentido por no revelar lo que hizo tu
ama, y por eso te perdono. Cuídate de mentir la tercera vez, porque la madre
anciana no perdona. Piensa. Cuéntanoslo todo.
El esclavo pensó. Se incorporó un poco en la cama,
tosió, acomodó las pieles. Y las miró. A las tres.
-
Madres
-dijo- Si lo que cuente ha de costarme
la vida, os ruego misericordia. Que sea rápida mi muerte, porque nada he hecho
salvo ser fiel a mi ama.
La viuda de Argantyr entornó los párpados, asintiendo.
-
Muy
cierto es. No deseamos tu muerte. Habla, y tal vez cambie la marea de tu
destino. Olvida quien soy, o quien fui. Cuenta todo lo que viste y oíste, lo
que entendiste y lo que no. Tómate tiempo.
Cerró los ojos y se dejó llevar casi hasta el borde
del sueño, como había hecho cada noche desde que salieran a vikingo. Agotado.
Cansado tras las largas jornadas de verano cuando apenas se pone el sol. Tan
cansado que dejaba de sentir el cuerpo, las agujetas, las llagas, los golpes.
Disfrutó de aquella sensación. De no sentir nada. Entonces respiró profundamente. Habló.
-
No
creí en lo que habían jurado los hombres, porque tenían miedo –dijo- Tenían
tanto miedo que empezaron a beber y a reírse para olvidar que Hervor era su
ama, y la estaban traicionando. Se pusieron todos a mirar por la borda, de
puntillas para ver mejor, pasándose las jarras. Entonces yo aproveché para
bajar por la soga, cortar la amarra y remar sin hacer ruido hasta la playa.
Ellos miraban otra cosa, la miraban a ella. Y miraban la luz que ardía sobre el
túmulo de Argantyr, como un fuego fatuo. Varé el bote, lo dejé seguro y me
acerqué. Pensaba dejarme ver y hablarle a mi ama. Entonces vi que se levantaba
las ropas, se desnudaba con los pies plantados en la tumba de fuego, sacudía la
cabeza para que ondeara su pelo y se hacía un corte con su puñal. Se agachó y
dejó caer sangre en el túmulo verde. Bailaba. Bailó dando nueve veces la vuelta
a la tumba, pero el viento estaba a mi favor y no pude oír lo que cantaba.
La viuda de Argantyr rozaba con los dedos su ceñidor
blanco sobre sus negras ropas. Asintió con la cabeza, mirando al esclavo. La
marea de tu Destino ha cambiado esta noche –dijo- Continúa.
-
Los
del barco se quedaron en silencio. Puede que la bebida les estuviera haciendo
efecto, o que algunos recordaran lo jurado y pensaran en bajar a la isla. No
puedo saber qué pensaban. Pero sé que llevábamos todo el verano a vikingo, sin
ver mujer alguna. No tengo que decir que…-miró en torno- no sé si hace falta
que lo diga, madres.
-
Sería
divertido –la sombra de una sonrisa pasó fugaz por el rostro de la anciana- las
cabras, las ovejas, escupirse en las manos o convertir a los recién llegados,
los niños, en buenos vikingos. O disputar por quien mejor puede protegerte, o
dejarse de tales necedades y disfrutar un poco. No hace falta que lo digas.
Supongo que la bebida hizo que algunos bajaran a la isla, y no por honrar su
juramento. Continúa.
-
Algunos
bajaron. Pero si la borrachera los había hecho bravos y duros, se les pasó
enseguida. Vi que tenían mucho miedo. Se les abrían los ojos como a las
lechuzas, se quedaron quietos, tocaban sus amuletos y daban un paso atrás. Porque
desde el túmulo de Argantyr se había alzado una sombra, algo que parecía vapor
y luego tomó forma. El espíritu de un hombre armado. Empezó a decirle a mi ama
que la espada de los enanos estaba maldita y no debía reclamarla, ni aunque
tuviera derecho como heredera. Mi ama no atendía a sus razones. El espíritu
amenazaba, pero ella cantó otra vez. Y entonces oí el principio del canto, una
canción sobre árboles que hizo que el viento se detuviera y que los hombres
cayeran al suelo, aterrados. Oí que cantaba sobre el blanco del abeto, y
recuerdo el canto: “Como el abeto blanco es blanca la lechuza, y muy blancos
son los huesos en su nido, y la nieve en la montaña”. He visto a la lechuza, he
visto abetos. Pero el canto me heló la sangre sin saber por qué, y me tiré al
suelo y me tapé los oídos. No sé qué más cantó. Cuando levanté la cabeza los
hombres seguían postrados, y ella había cavado y sacado la espada de entre los
huesos de las manos de Argantyr. La luz errante del túmulo se apagó. Y los
hombres despertaron y salieron huyendo sin volver la vista atrás, como si los
persiguieran los lobos.
Huyeron en el barco, con el botín. Al final yo me
mostré ante Hervor, mi ama, y le dije que cuando cambiara la marea saldríamos
de la isla. No sé si me oyó. Hicimos eso, costeando la llevé a remo. Pero tal
vez con la luz del día algunos hombres pensaron que habían dejado atrás el
mejor tesoro, la mágica espada del guerrero. Nos esperaban, ocultos. Defendí a
mi ama, y ella se puso a salvo. Por eso, madres, me encontraron apaleado en la
playa. Y ante los dioses juro que ya nada más supe, hasta que desperté en esta
cama.
La viuda de Argantyr dejó de jugar con su ceñidor.
Miro al esclavo, inclinó la cabeza, y le dijo: Cuando te trajeron eras un niño,
pero repetías tu nombre. Te llamabas Petros, roca. Las rocas son tan fieles
como los caballos. De eso hace muchos años. La marea de tu destino ha cambiado,
Petros Hestur. Dime lo que deseas.
-
Que
no suceda la tercera maldición.
-
Eso
yo no puedo evitarlo. Ni tú. Ni nadie.
-
¿De
ninguna manera? ¿Ni pagando un precio?
-
De
ninguna manera. No puedes cambiar el destino de tu ama, pero sí el tuyo. Piensa
en eso mientras te repones. Y elige bien.
El ciclo de Tyrfing es una colección de leyendas
nórdicas relacionadas entre sí por la espada mágica Tyrfing, forjada por los
enanos Durin y Dvalin; pero la imposición que estos tuvieron por parte de
Svafrlami, rey de Gardariki -que nunca
fallase un movimiento, que nunca se oxidase y que atravesase una armadura igual
que si fuese la ropa- tuvo la contrapartida de tres maldiciones por parte de
los enanos: un hombre debía morir cada vez que fuese desenvainada, causaría
tres grandes malas acciones y sería la perdición de la Casa del Rey.
Finalmente, el rey Svafrlami perderá la espada al enfrentarse con el berserker
Arngrim, que se la regala a su hijo Angantyr.
Entonces, la nieta de Argantyr y mujer guerrera,
Hervor, recupera la espada gracias a ciertos conjuros mágicos. Y así, la espada
llegará hasta su hijo Heidrek el Sabio. Heidrek mata por error a su hermano, y
Hervor perece en una batalla. Ya se han cumplido las tres malas acciones de la
maldición que los enanos echan sobre Tyrfing, y de ese modo llega a su fin la
estirpe de Svafrlami.
Nota: En la Saga existe un esclavo –sin nombre- que
juega un papel en el desarrollo de la maldición. Nunca se dice que fue de él,
al igual que no sabemos qué sucedió con la espada.
Bibliografía
http://sagaland.blogspot.com.es/search/label/La%20Saga%20de%20Hervor
Imagen: Muerte de Hervor, por Peter Nicolai Arbo.
Wikipedia, bajo licencia Creative Commons.
Me he quedado flipado. Con tiempo haré un comentario mejor pero que lo he flipado lo cuento.
ResponderEliminarEs un relato de ficción elaborado sobre un texto existente. 'Llenando huecos', cabría decir, con mejor o peor fortuna. Pero te agradezco que lo hayas leído, y que te haya gustado.
ResponderEliminarEngancha. Me encanta.
ResponderEliminarTe lo agradezco, Encina. No era un asunto 'muy popular'.
ResponderEliminarYo que me he visto la serie Vikingos y me vi algunas peliculas del tema no estaba tan perdida. Claro que sigo pensando lo de como se hace para que parezca tan real aparte de tener muchas lecturas como ahi pone. Me ha gustado tanto que la he leido varias veces Thorongil Gilraenion.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Presentación. "¿Cómo se hace?"...Cada quien lo hace a su modo, de eso estoy seguro. También se que cuanto más se ha leído, más se ha visto, más experiencias de todo tipo se han vivido, es más fácil. O más...'fluído'. En cuanto a mí, es importante conectarlo con la interpretación, es meterse en la piel de otra u otras personas, pensar y actuar como lo harían...o como creo que lo harían. No se si te he respondido.
ResponderEliminarSí que engancha.
ResponderEliminarGracias, Alodia. Nunca estuve seguro de que resultara un relato "popular" XDDDD
ResponderEliminarEs la glosa de un relato popular. Escrita con la seguridad de quien sabe de qué habla.
ResponderEliminarGracias, Juan Marcos. No diré que no me ha agradado el comentario halagüeño XDD
ResponderEliminarUn relato histórico magnífico.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ari.
ResponderEliminarImpresionante.
ResponderEliminarNo había comentado. Buenísimo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Lucas.
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