No parece muy atinado hablar
de pases de modelos en el Camino de Santiago. Sin embargo, doy fe que los hay a
diario, digamos que en jornada de mañana tempranera, y más multitudinarios
cuanto más soleado y cálido sea el día. En el argot propio se les llama (se nos
llama) los espantapájaros. La verdad es que también cumplimos ese oficio, con
éxito bastante notable a juzgar por los que salen volando de sembrados y
rastrojeras.
La cosa
es en principio una mera cuestión de intendencia práctica. Cada quien otea el
tiempo al alba, hace sus cálculos y saca su cajita de imperdibles, tesoro más
preciado que la sal o el mismito oro molido. Y cuando hace su mochila de nuevo,
una mañana más, prende a la espalda la colada de la noche anterior para que
acabe de secarse. Ya, ya lo sé: bonita limpieza la de secar los trapos
levantando polvo con los pies a un tiempo. Pero es tradición que el caminante
sea guarro, y hasta quienes se desuellan en las duchas frotando, y luego se
dejan los nudillos restregando con eterno jabón Lagarto calcetines más negros
que la brea, han de terminar por acomodarse. Incluso -al menos entre los
hombres, no sé por qué víctimas de la primera candidatura al Oscar de Sucio del
Año- llega a ser una bravata infantil eso de a ver quién lleva más barbas de
loco, más de luto las uñas o más irreconocible la marca de las botas. Por no
mencionar otras prendas.
Y allá van (o allá vamos) los espantapájaros
colada a la espalda, porque todo el mundo sabe que si caminas siempre hacia el
Oeste por fuerza el sol de la mañana está detrás tuyo, y así la ropa se seca antes. De mañana se empieza a observar, si caminas solo, o a hacer
algún chiste casual si has coincidido con un grupo a la salida. E
inevitablemente se acaba cotilleando a costa del prójimo, exactamente igual que
otros cotillean de ti. La colada dice muchas cosas de quien la lleva en plan
banderola de película japonesa de samurais. Ante todo, mujeres y hombres
cotillean unos de los otros. Es inevitable, de guion. La ropa interior encabeza
todo cotilleo. Si es estilo deportista (lo que parece indicar mucho sentido
común y buena bolsa, es ropa cara), o si se ve a las claras que la dama en
cuestión aprovechó ropa ya trallada para terminar de destrozarla (esa es
también prudente, y poco coqueta). Si es blanca, o es de color pero conjuntada
(y de qué color), o es un himno a la anarquía y sálvese quien pueda. Si
contiene piezas misteriosas, desconocidas o poco usuales. Tengo entendido que
ellas (aunque ya nos han puesto a priori la maldita etiqueta de "sois más
cerdos que los cerdos") echan su cuarto a espadas y agrupan primero entre
slips y boxers. Luego se fijan en cosas tales como si son de mercadillo, de
esos a tanto el cuarto y mitad, o si se orean los sin costura como la túnica de
Cristo, con marca y caja de a tres. Los colores también causan comentarios
ácidos. Y, por supuesto, si se ha frotado bien o quedan restos de cualquier
cosa (bueno, no hay muchas cosas que elegir, pero ahorremos los matices). Y así
se sigue por las camisetas y los pantalones cortos y los negros calcetines de
todo el mundo y el resto del atrezzo, convirtiendo el pase de modelos en
costurero de comadre y hasta en test psicológico improvisado. Porque hasta en
lo uniformado y en la roña común hay clases (o, mejor dicho, hay quienes buscan
las clases para ubicarse en el mundo y sentirse un poco seguros). Por supuesto,
lo más divertido suele ser comprobar el calibre de los prejuicios, las erratas
y las solemnes pavadas. Yo pasaba por limpio como la patena y hasta medio
pulcro entre la mugre, cuando la verdadera causa de ello no era otra que tener
la piel atópica y proclive a toda alergia, de modo que algodón y blanco, que a
menos químicas menos rascarse como Lindo Pulgoso. Había uno a quien creían un
dandy porque llevaba un neceser repleto de cremas y se afeitaba pulcramente y
se untaba de todo a todas horas. Ese padecía de una tenaz alergia al sol que lo
traía frito, jamás mejor aplicado el término. Cada quien tiene su propia
historia.
Por
supuesto que había gente que llevaba encima mil euros en equipamiento y otros
que parecíamos los restos del naufragio de la Armada Invencible
(lamentablemente sin barriles de patatas), pero eso en sí mismo no significaba
gran cosa, ni trazaba clanes ni fronteras insalvables. Como dijo uno de Cádiz
tras rumiarlo mucho haciendo cola en un albergue de los penosos, con sus duchas
corridas unisex (y la mitad no funcionaban): si cogieran a todos los inútiles
de la ONU y los pusieran aquí como a nosotros, con el culo en pompa, se
arreglaba el mundo. Y a eso, amén.
Imagen: Wikipedia, bajo licencia Creative Commons. Campo con espantapájaros en Japón.
Qué verdad es. Juzgamos sin saber.
ResponderEliminarTienes razón: si dejáramos de juzgar, seríamos mucho más felices. O más justos. O las dos cosas XDD
ResponderEliminarMe lo creo de cabo a rabo. El cotilleo imparable.
ResponderEliminarHay gente para todo. Sin duda, cotillas...pero también personas que se quedan mirando porque se asombran, se sorprenden, o empiezan a pensar cosas en las que nunca antes se habían ni fijado. Los que hacemos el Camino vamos, en cierta manera, 'uniformados'. Umberto Eco escribió "fíjate en ellos. Si los vieras mañana en otro lugar, tal y como visten a diario, jamás los reconocerías."
ResponderEliminarReleido es muy chistoso XDDDD
ResponderEliminarEra mi intención, mostrarlo cómico. Tal cual XDD
EliminarSí que tiene gracias XD
ResponderEliminarEso pretendí siempre. Reírme de mí mismo y de lo ridículos que muchas veces somos los humanos.
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